En plena II Guerra Mundial el ejército de Su Majestad ocupa parcialmente la mansión de Brideshead para usarla como centro de operaciones de una de sus unidades. Charles Rayder es uno de los oficiales que acaba de llegar a esta residencia señorial, la cual conoce muy bien porque durante casi dos décadas fue íntimo de los Flyte, dueños de la misma y pertenecientes a la reducida aristocrácia católica del Reino Unido. Esta ocasión le servirá para, a modo de relato autobiográfico, darnos conocer su vida, ligada de manera indisoluble a esa familia desde que conoció a Sebastian Flyte durante su primer año en Oxford.
Retorno a Brideshead es uno de esos título míticos de la literatura británica del siglo XX que siempre he tenido curiosidad por leer. Tenía un vaguísimo recuerdo de la adaptación en forma de serie de TV de principios de los 1980s, pero se limitaban al conjunto de clichés habituales en este tipo de obras sobre la clase alta británica: elitismo, relaciones familiares desafectas, homosexualidad, etc. Una vez leída no puedo decir que me haya sorprendido comprobar que efectivamente todos esos temas aparecen, aunque hay mucho más. Para empezar hay que admitir que la novela está muy bien escrita. La prosa de Evelyn Waugh es muy clara y descriptiva. El ritmo que impone a la narración hace que sea muy fácil y agradable de leer. Dividida en tres partes, a las que se suman un prólogo y epílogo bantante cortos, me quedo con la primera de ellas por haberme resultado la más entretenida. Se debe seguramente a que comprende los años locos de los jóvenes protagonitas. Las otras dos no es que sean aburridas, pero al entrar de lleno en la madurez de los personajes, adquieren un tono más serio.
Los temas de fondo son un poco repetitivos y abarcan todos los que recordaba y algunos más. Supongo que el autor se limita a reflejar la realidad de una clase social que entró en decadencia en el período de entreguerras y que empezó a perder su influencia ante la llegada de arribistas que contaban con poder económico más que con apellidos e historia. Podemos ver cómo la modernización de la sociedad dinamitó las convenciones de la nobleza: divorcios, separaciones, aceptación de las parejas no casadas, etc. Por otro lado la homosexualidad se trata de manera muy encubierta dado que en aquellos años resulta motivo de vergüenza (y de cárcel). La intimidad que Charles y Sebastian mantienen de jóvenes es difícil de concebir sin que ambos sean amantes. Y el alcoholismo que desarrolla el segundo podría deberse a la no aceptación de su condición de homosexual o a la pérdida de su gran amor, pero en realidad nunca se llega a mencionar expresamente. Suma que el único personaje que es abiertamente gay resulta humillado y ridiculizado a cada poco y podemos concluir que aunque Waugh no llega a matarlos, el retrato de la homosexualidad que nos muestra no es que sea para tirar cohetes precisamente. También la religión tiene bastante peso en la trama, sobre todo en la tercera parte. El enfrentamiento entre el ateísmo de Charles y la profunda religiosidad de la mayoría de los Flyte llega a ser un poco cansino, pero al menos está muy bien traído y aparece en el momento adecuado. Lo curioso del caso es que a pesar del rechazo visceral que me provoca este tipo de relatos de las upper classes británicas (es solo pensar en El filo de la navaja y se me pone el vello de los brazos como escarpias), he de reconocer que la novela me ha resultado muy amena.
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