Una sequía global es otro de los posibles escenearios para el fin del mundo ideado por J. G. Ballard. Una prolongada sequía, persistente e implacable, que reduce toda la superficie de la Tierra a un devastado secarral, una vasta e inacabable zona desértica. ¿Las causas de la misma? La contaminación del mar por desechos industriales de diferentes procedencias; éstos han reaccionado formando cadenas de polímeros saturados que han creado una barrera impermeable al oxígeno. El resultado: la interrupción del ciclo natural de las lluvias al impedir la evaporación del agua del mar. Esta explicación, simple y plausible, ocupa tan solo un párrafo en la narración porque como es habitual, al autor británico le interesa mucho más ver cuál es la reacción del ser humano ante una situación de catástrofe natural fuera de control, que le desborda y que con el tiempo, supondrá la aniquilación de la sociedad.
La trama se divide en tres partes. La primera transcurre en Hamilton, un pequeño pueblo turístico junto a un lago en los que son aún los primeros meses del desastre. El protagonista es el doctor Charles Ransom, quien aún resiste en su barcaza, aunque apenas puede desplazarse ya, bloqueada como está entre bancos de barro que se elevan sobre las escasas aguas estancadas que quedan. La mayoría de sus vecinos, tanto de embarcaciones amarradas en el muelle como del pueblo, y también de Port Royal, la ciudad donde está su hospital, han huido hacia la playa, localizada a tan solo unos cientos de kilómetros. La tensión lógica que provocan las circunstancias hará que Ransom se vea enfrentado a los pocos residentes que aún resisten. Unos y otros han empezado a perder los papeles y a comportarse de forma impredecible, maníaca, errática. Así que un reducido grupo capitaneado por él mismo decide finalmente dirigirse hacia el mar, único lugar donde aún se puede encontrar agua debido a las plantas desalinizadoras instaladas por el Gobierno y controladas por el ejército. Pero cuando llegan allí, la supervivencia es cualquier cosa menos fácil: caravanas y coches apiñados en primera línea de playa, alambres de espino y soldados armados para proteger las desaladoras, escaramuzas nocturnas para lograr acceso al agua potable... La segunda parte transcurre en la costa, diez años después de la llegada del grupo y por ese entonces la estructura de la sociedad que conocemos se ha descompuesto por completo. En ese momento solo existen grupos tribales que protegen sus escasos recursos alimenticios (algas, crustáceos, pescado, etc. y por supuesto el agua) frente a grupúsculos enemigos y ladrones aislados. Las relaciones entre los componentes del grupo original se han roto pero un acto casual les hace sospechar que en su antigua localidad de residencia existe agua, de manera que diez años más tarde se vuelven a reunir en un viaje de retorno que constituye la tercera parte: la esperanza de recuperar en Hamilton una vida más fácil que en el depauperado litoral.
Para mi gusto estamos ante una excelente novela de ciencia-ficción apocalíptica. La pequeña pincelada científica para justificar la sequía es más que suficiente, aunque por otro lado resulta sorprendente encontrarla, pues no suele pasar que Ballard de explicaciones sobre los cataclismos que concibe con tanta sencillez y precisión. Sin embargo lo realmente interesante es ver desenvolverse a esos personajes al límite de la cordura marca de la casa. Unos se aferran a sus rutinas personales para buscar una forma de mantenerse cabales, otros por el contrario, aprovechan las nuevas condiciones para dar rienda suelta a sus pulsiones más primitivas, aunque quién sabe si no serán resultado de un nuevo paso en la evolución desencadenado por la hecatombe. Ballard vuelve a demostrar la gran facilidad que tiene para crear atmósferas opresivas y asfixiantes. Ya desde el comienzo del relato, la descripción del lago seco y de la ciudad semiabandonada y destrozada por actos vandálicos le permite transmitir la incertidumbre sobre el futuro, la extrema presión de una meteorología muy adversa, la violencia soterrada a punto de estallar como consecuencia de estrategias de supervivencia atávicas. En fin, una historia absolutamente ballardiana que además, cuenta con un desarrollo impecable y un excelente final totalmente inesperado.
Tenéis más reseñas de La Sequía en Lecturas errantes, con quienes comparto su admiración por el autor y la excelente impresión que les ha causado esta obra, y Un libro al día, quienes se sitúan en el extremo opuesto pues consideran que a la novela le 'Falta sustancia, credibilidad'.
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