Unos 200 años atrás se produjo un levantamiento anarquista en el planeta Urras, que concluyó con el exilio voluntario de todos los seguidores del mismo al plantea gemelo Anarres. Se trata de un mundo apto para la vida humana a pesar de tener una meteorología muy desfavorable y recursos naturales muy limitados, sus escasos habitantes eran mineros dedicados a la extracción de metales ya agotados en Urras. En estos casi dos siglos de existencia y aislamiento de planeta madre, Anarres ha ido desarollando una sociedad colectivista sin ningún tipo de gobierno central, en la cual sus habitantes pueden dedicarse a lo que les gusta y desarrollarse plenamente como individuos sin otra compensación que dedicar unas cuantas horas al trabajo comunitario. Shevek es un científico anarresti especializado en Simultaneidad y Secuencialidad en la Física del tiempo, pero sus teorías tienen poca difusión y no son apenas discutidas en su planeta natal debido a la falta de iguales. Tras entrar a formar parte del mayor centro de estudios de su mundo, el Instituto Central de Ciencias, le hacen saber que además del intercambio de materias primas de Anarres por tecnología de Urras, los cargueros espaciales también canjean conocimiento. Así que tras hacer llegar sus publicaciones a Urras, es solo cuestión de tiempo que Shevek acepte la invitación de una universidad urrasti para trasladarse a ese planeta a desarrollar sus teorías. Algo que evidentemente creará controversia en ambos mundos, aunque por motivos muy diferentes.
Ursula K. Le Guin se me ha resistido históricamente. A pesar del enfoque sociológico/filosófico/antropológico habitual en sus libros, que en principio encaja a la perfección en mis intereses, su estilo se me atragantaba. No hay más que echar un vistazo a las reseñas de mis tres experiencias con ella hasta el momento. Pero la novela que traigo hoy al blog me ha resultado tan brillante, tan exquisita, tan perfecta, que voy a tener que replantearme por completo todas mis impresiones anteriores. Hasta el punto de considerar necesario releer La mano izquierda de la oscuridad.
Los desposeídos entra de lleno en la categoría de utopía, pero como bien incluyen algunas ediciones en inglés a través de un subtítulo, se trata de una utopía ambigua. Este adjetivo le viene que ni pintado por varios motivos. El primero es que aunque la sociedad anarquista de Anarres presume de haber logrado la libertad del individuo y la solidaridad entre sus habitantes, en el trato diario se siguen detectando características inequívocamente humanas que se oponen a ellas: intolerancia, egoísmo, jerarquización, etc. Bien es cierto que su impacto es limitado y su presencia es mucho más sutil que en los países urrastis, pero Le Guin viene a decirnos que por muy buenas que sean nuestras intenciones, va a ser muy complicado librarnos de nuestra nefasta carga genética. Por otro lado, las condiciones de vida en Anarres son muy duras. La escasez de alimentos y agua y una climatología adversa hacen que sus habitantes tengan que dedicar todos sus esfuerzos a mantener unas condiciones de vida precarias que solo por poco superan el nivel mínimo de supervivencia. Y ni siquiera las pueden mantener así todo el tiempo. De ahí que el intercambio comercial con Urras, aunque reducido y controlado, siga siendo necesario para su existencia. Utopía sí, pero con ciertas fisuras que a la autora le resulta imposible no mencionar, algo que sin duda habla muy bien de su conocimiento del ser humano.
El libro tiene una fortísima carga política, no solo porque su punto de partida sea un planeta gestionado con un modelo anarquista, colectivista, solidario e igualitario, sino porque a través del protagonista, Le Guin enfrenta ese ideario con los modelos capitalista y en mucha menor medida, el socialista, pues uno y otro rigen en los dos países que dominan Urras. Los desposeídos a que hace referencia el título son la clase trabajadora, todos aquellos que pasan hambre mientras sigue habiendo quien tiene los platos a rebosar. La descripción de A-Io, el estado capitalista cuya universidad acoge a Shevek, es implacable, pero no solo se exponen las miserias del modelo económico. El modelo educativo también se pone en entredicho, ya que su fin último es crear individuos que cubran las necesidades de generación de más riqueza, y si una ciencia no tiene aplicaciones prácticas, no merecerá la pena dedicarle tiempo. Y por supuesto se enjuicia de manera despiadada la sociedad clasista y machista de esta superpotencia, gobernada por una élite de hombres cuyo principal interés es la pervivencia de sus privilegios, discriminando a los trabajadores y las mujeres, totalmente ausentes de la esfera pública y laboral.
Podría estar hablando horas y horas de esta novela. Para mí ha sido la revelación de Le Guin como la gran escritora que todo el mundo siempre ha dicho que fue, y que sin embargo yo no había logrado ni entrever. El libro se abre con los planos de Anarres y Urras, con sus mares, sus cordilleras y sus ciudades, así que me temí lo peor: otra vez el tedio de Gueden, esta vez multiplicado por dos. Pero fue empezar a leer y darme cuenta de que no había que prestar demasiada atención a esas imágenes cartográficas, de hecho podrían obviarse porque la narración describe los planetas a la perfección y en la medida en que se necesita. Por otro lado el trabajo de planificación que lleva detrás la sociedad de Anarres es digno de admiración. O la evolución del protagonista, un anarquista idealista que ha vivido toda su vida como tal, y que poco a poco va advirtiendo cruel realidad de Urras. O los elementos de ciencia-ficción en que se apoya, totalmente secundarios a la trama pero que permiten guiar la acción de una manera coherente. Por no hablar del último capítulo y el cierre de la historia, que no podría finalizar de mejor manera ni en un momento más adecuado. Mi conversión a Le Guin ha sido tan apasionada que no solo tengo que volver a intentarlo con La mano izquierda de la oscuridad, sino que El nombre del mundo es Bosque irá detrás (o seguramente antes).
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