Tenía ganas de leer algo de los hermanos Strugatski, por aquello de enfrentarme a una visión de la scifi alejada del modelo anglosajón que tan buenos resultados me ha dado con Lem. Pues bien, en una de mis compras compulsivas de libros usados me hice con una vieja edición del Circulo de Lectores de Qué difícil es ser Dios, que lamentablemente, no me ha parecido nada del otro jueves.
Partiendo de un supuesto planteamiento no intervencionista, varios equipos de científicos y sociólogos del muy soviético y comunista "Instituto de Historia Experimental" llevan décadas viviendo en secreto entre los ciudadanos de un planeta habitado por seres humanos que, a nivel histórico-social, se encuentra en lo que parecen ser los últimos coletazos del feudalismo medieval. Un despertar de la cultura y las ciencias intenta sacarles de siglos de oscuridad, sin embargo los representantes de las ciencias y las artes se ven diezmados de manera sangrienta por una revuelta de comerciantes que tras un breve periodo de terror, son a su vez son masacrados por una cruenta involución religiosa liderada por quienes ostentan el poder y no están dispuestos a ceder ni un palmo.
Modelada más bien como una intriga política mezclada con novela de aventuras, yo personalmente no he terminado de encontrarle la gracia. El protagonista es relevado de su puesto porque sobrecogido por el panorama de violencia no puede evitar empatizar con las desgracias de los lugareños, así que se le va la mano colaborando con las fuerzas más aperturistas del galimatías revolucionario por que está atravesando el planeta. Quizás el único mensaje en claro es que es imposible influir en la sociedad desde la individualidad, por más que ésta venga amparada en los conocimientos y la tecnología de una sociedad mucho más avanzada. El único progreso posible tendrá que llegar desde la creación de un sentimiento colectivo que impulse el cambio.
Hay una reseña interesante de esta novela en Ciencia Ficción Perú 2002-2008.
Luis Carlos Barragán Castro: Parásitos perfectos
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