Último resumen de lecturas del 2019. La verdad es que todas las intenciones que tenía a principios de año se fueron al garete cuando decidí que tenía que prestar más atención a la literatura escrita por mujeres debido a su descarada e intolerable poca presencia en mis lecturas. Aquel propósito de empezar a leer todos los tochos inmanejables que voy acumulando (ver mención el Extinción), se perdió al segundo libro: Summa Technologiae. Luego en abril y por temas laborales y personales varios tuve que olvidarme del formato habitual de reseñar libros individualmente. Y en esas seguimos, y veremos a ver si salimos algún día. En todo caso no tengo intención de caer en la autocompasión, porque las cosas son como son y no hay que darle tantas vueltas. Así que sin más, os dejo unas breves y someras reseñas de los libros que he leído durante este mes.
Agentes de Dreamland, de Caitlin R. Kiernan. Esta novela corta mezcla sectas apocalítpicas con organizaciones gurbernamentales secretas y lo salpimenta todo con una posible epidemia de origen extraterrestre. Su mayor logro es que no se concreta nada y genera mil posibilidades que toman cuerpo en la cabeza del lector, que tiene que trabajar sin pausa para dar algo de sentido a lo que cuenta. Aunque tira de varios clichés para definir al personaje principal, un agente de alguna misteriosa organización indefinida, tampoco es que moleste mucho porque su extensión no da para descripciones proustianas. A los fans de Expediente X les encantará porque evoca a la perfección el aire inquietante y conspiranoico de aquella mítica serie de los 1990s.
Cómo ser mujer, de Caitlin Moran. Estamos ante un libro plagado de buenas intenciones pero totalmente equivocado. Para empezar es un fastidio que todo el texto esté lleno de referencias a personajes populares (reales y de ficción) del Reino Unido, lo cual, debido a las diferencias culturales entre UK y España, requiere de constantes aclaraciones a pie de página. Pero es peor todavía el tono de treintañera sabelotodo que rezuman todas las páginas. En plan cuando tú vas ella ya ha vuelto hace años. Algo que no ayuda precisamente a generar simpatías. A mí me parece estupenda la idea de difundir el feminismo entre las masas que no están muy al tanto de su razón de ser, que esa es la intención que subyace. Y si puedes hacerlo de manera divertida, mejor que mejor. Pero es que el mensaje pierde credibilidad cuando lo que haces es frivolizar. Que es lo que ocurre al mezclar discriminacion y desigualdad en la mujer con me agarro un pedo de éxtasis y bebo alcohol hasta caerme al suelo. O mostrarte orgulloso de tus orígenes humildes y de clase obrera con mira que super cool que soy que he entrevistado a Lady Gaga y me he ido con ella de fiesta a Berlín porque nos hemos hecho superamigas. Así pues, ¿cómo casar lucha feminista con vanidad y elitismo? Pues ya te digo yo que muy malamente. Esta alternancia de mensajes contradictorios hace que las ideas que se quiere defender pierdan fuerza. Claro que igual el problema está en que yo espero un mensaje académico y serio porque la cuestión me lo parece, pero probablemente ese enfoque aburre a Moran y estaba muy lejos de sus intenciones al escribir. En fin, el texto es pura literatura del yo sin ningún grado de elaboración o ficcionado. Es la autora hablando de sí misma, de su vida y sus cosas capítulo tras capítulo. En plan anécdota o confidencia. Admito que algunos de los temas expuestos tienen mucho mérito (por ejemplo confesar el aborto al que se sometió, algo que no debe de ser fácil para ninguna mujer), pero casi todo el rato es muy insustancial, superficial y también incoherente: no se puede defender por igual tener hijos y no tenerlos y pretender salir indemne de semejante ejercicio de esquizofrenia. Resumiendo, una pérdida de tiempo total y un libro que nunca debió cruzar el Canal de la Mancha.
Barras y estrellas, de William Boyd. Novela de humor en la más pura tradición británica. El autor emplea las diferencias culturales entre ingleses y norteamericanos para generar despropósitos y provocar la risa. Siguiendo más o menos los cánones de Tom Sharpe, el protagonista, quintaesencia de la flema y contención británica, se ve desbordado por las disparatadas ocurrencias de los neoyorquinos primero y los sureños después. Se agradece un poco de moderación en la trama, alejándose así del estilo de Sharpe, lo cual la dota de cierta credibilidad. No es que te partas y te mondes, pero resulta simpática.
La intersección de Einstein, de Samuel R. Delany. Vaya por delante que mi única experiencia previa con este autor fue bastante lamentable. No obstante esto no fue óbice para hacerme con este otro libro suyo al toparme con la edición de Minotaruo en tapa dura y perfecto estado en una de mis habituales incursiones en las tiendas Re-Read. Y qué bien hice, la verdad. Porque estamos ante una novela de factura impecable que recrea el mito de Orfeo y que gustará tanto a los aficionados a la ciencia-ficción como a los de la fantasía. La acción transcurre en un futuro muy lejano en la Tierra donde se han producido cambios tanto involutivos (feudalización de las grandes ciudades, sociedades rurales tribales basadas en el pastoreo, etc.), como un salto cuantitativo en la evolución humana que hace que un reducido pero no desdeñable porcentaje de la población haya desarrollado atributos físicos y psíquicos especiales. Lo mejor de la narración es su capacidad para sugerir y evocar, obligando así al lector a encajar todas las piezas para que el resultado cobre sentido en su cabeza. Muy, muy recomendable. Por cierto que la traducción excelente, lo cual refuerza mi sospecha de que el problema con Nova venía causado en gran parte por una traducción pésima.
¿Y ahora qué hacemos?, de Doris Dörrie. La primera novela de la autora y directora de cine alemana se centra en la crisis de la madurez. En el momento en que cobras conciencia de que tienes más años por detrás que por delante, te das cuenta de que ni tu carrera profesional, ni tu entorno, ni tu familia se parecen lo más mínimo a las proyecciones que concebías con veinte años. La vida encarga de poner en su sitio las fantasías megalómanas de juventud y se hace necesario aceptar que no has logrado ni el 10% de tu metas. Dörrie emplea el budismo como elemento central de la historia para componer una trama que es a la vez humorística y filosófica. Los golpes de humor a mí me han parecido un poco facilones y basados en los típicos prejuicios occidentales sobre dicha doctrina. Sin embargo la componente espiritual termina cogiendo fuerza y consigue poner en contexto la vida del protagonista. También es verdad que hay muchos capítulos que relatan sucesos que no encajan demasiado bien en el desarrollo de la trama. Estos golpes de efecto dan la sensación de falta de coherencia en la narración y hacen que la novela pierda empaque. Con todo y eso, se trata de un libro simpático que deja buen sabor de boca. Sobre todo si efectivamente tienes ya cuarentaimuchos años y necesitas perspectiva para apreciar las cosas son realmente importantes.
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