Franz Josef Murau acaba de regresar a Roma tras asistir a la boda de su hermana
Caecilia en su localidad natal,
Wolfsegg, en la Alta Austria. Hace años que vive cómodamente autoexiliado en la ciudad eterna, lejos de su adinerada familia, a la que no soporta y que le ha tratado como a un paria desde pequeño. Se disponía a olvidarse de su agotadora y asfixiante estancia en el hogar paterno cuando un telegrama de sus hermanas le informa de que sus padres y su hermano
Johannes, futuro heredero de las numerosísimas propiedades, han muerto en un accidente de tráfico. Por tanto se ve obligado a volver de inmediato a
Wolfsegg para el entierro y además, para asumir el papel de nuevo señor de la enorme explotación agrícola y ganadera familiar.
Uno de mis propósitos para el 2019 es dar cuenta de todos esos libros que se me van acumulando año tras año ya que por su tamaño, no son prácticos para leer en los trayectos de metro hacia/desde el trabajo.
Extinción es uno de ellos y ha sido el primero de muchos (o eso espero), que he leído exclusivamente en casa. Incluído en un volumen doble que también recoge
Hormigón, se trata de la novela más extensa de
Thomas Bernhard. Más de 400 páginas en las que se despliega su vertiginosa prosa a modo de hilo de conciencia del protagonista-narrador en primera persona. Divida en dos partes, cada una de ellas consta de un sólo párrafo. No hay puntos y aparte. Solo el imparable pensamiento de
Murau que al igual que un alud de nieve, resulta incontenible una vez que se lanza a explorar su situación personal y familiar a raíz del desgraciado acontecimiento. La primera, titulada
'Telegrama', transcurre en Roma y le sirve de recapitulación de su vida hasta el momento. La segunda
'El testamento', que se desarrolla en
Wolfsegg durante el entierro, le obligará a tomar conciencia del gran cambio que se va a producir en su vida debido a las propiedades que va a recibir.
Creo que ésta es una de las novelas más absorbentes y accesibles de
Bernhard. Es cierto que a simple vista la densidad de la escritura y la composición de las páginas impresionan. No hay huecos para descansar la vista, no hay separaciones entre párrafos (¡no hay párrafos¡), no hay espacios vacíos con el fin de línea en los diálogos. Apenas los hay, pero los pocos que aparecen no se despliegan con guiones, cada frase en una línea, sino que se integran en la narración en estilo indirecto. Es decir, nos enfrentamos a 400 y pico páginas repletas de texto desde la primera hasta la ultima. Algo que no es muy habitual hoy día. Y no obstante el autor austriaco exhibe una habilidad asombrosa para hacernos llegar un texto que see lee con una facilidad incomparable, rebosante de su habitual vehemencia a la hora de enjuiciar la sociedad actual. Porque si hay algo que le resulta totalmente necesario es dejar claro los seres tan despreciables que somos. Así pues, palabras de gran significación inundan los pensamientos del protagonista que se debate en
actos abyectos,
individuos mezquinos,
injusticias intolerables,
rostros aniquilados o
mentiras repugnantes. Y lo terrible del caso es que tiene razón. A pesar de que pueda hacernos ver que su propia existencia le resulta insoportable, el narrador/protagonista nos sorprende a cada poco con divertidísimas reflexiones en las que por lo general, bromea con su propia desgracia o se burla de la mediocridad de todo su entorno. A medida que el grado de indignación va subiendo, llega un momento en que no le queda más remedio que romper bruscamente con esa irritación con un comentario que aunque sin duda resulta gracioso y ocurrente, esconde un profundo análisis de la naturaleza humana.
Pero que nadie se llame a engaño. Estamos ante una obra que es 100%
bernhardiana, así que su objetivo principal es la crítica, una crítica dirigida a la sociedad, empezando por Austria y su pasado nazi (llegando a cotas de infamia muy superiores a las de otras de sus novelas), y continuando con la Iglesia Católica y sus intrigas de poder. Una reprobación del dinero y sus privilegios, un jucio sumarísimo contra la familia y la manera en que los padres o un hogar inapropiado puede llegar a anular a sus hijos. Un grito feroz a favor de la cultura y en contra del desprecio a las artes. La prosa exhibe también sus características habituales, con esas frases larguísimas que dan vueltas y vueltas sobre una misma idea pero que basculan sobre una única palabra. Donde cualquier otro escritor emplearía sinónimos, pronombres o elipsis para no repetirse,
Bernhard nos machaca reiterando el mismo término espaciadamente una y otra vez, imprimiendo de esta manera a la lectura una musicalidad y un ritmo inequívos. Una auténtica maravilla, no la puedo calificar de otra manera. Ha sido otra de esas pocas veces en que a medida que he ido vanzando en la lectura, me he empezado a poner de muy mal humor porque era consciente de que me aproximaba irremediablemente al final. Y como por otro lado me era imposible parar, cada vez lo tenía más cerca. A pesar de lo que he disfrutado del libro, no deja de ser una mierda. Tenéis más reseñas en
La ciudad sin cines, con un extenso y completo
post donde se comentan las dos obras de este volumen,
els orfes del Senyor Boix (en catalán) y
La guía.