Tras la III Gran Guerra los EEUU han evolucionado a un supuesto estado utópico en que los trabajos rutinarios ya no son necesarios porque lo realizan máquinas. A nivel social existen dos clases que a nivel económico están muy diferenciadas. Por un lado una exclusiva élite de ingenieros y altos directivos del alto CI y vasta formación académica que se encargan de la optimización de procesos mediante la tecnología; sus salarios son astronómicos. Por otro el grueso de la población, que tiene cubiertas todas sus necesidades básicas con viviendas dignas dotadas de los mayores adelantos, seguro médico gratuíto, pensiones de jubilación, etc. Se mantienen ocupados con trabajos poco cualificados, que se reducen a dos áreas: el ejército o el
Cuerpo de Reconstrucción y Reparaciones, apodado por ellos mismos como
"Humos y Desastres". Sus salarios son vergonzantes porque claro, ¿para qué quieren el dinero si tienen sus necesidades básicas más que cubiertas por el estado?
Paul Proteo es un brillantísimo doctor ingeniero de 35 años y director de la fábrica de
Ilium, NY. Hijo de uno de los próceres de la nueva sociedad, ya fallecido, su carrera meteórica apunta a que en breve conseguirá una promoción a uno de los puestos más elevados en la cúpula política del país. Sin embargo aparece en escena su amigo y antiguo compañero
Edward Finnerton, quien acude a
Ilium a recibir un homenaje como uno de los artífices de la automatización de la gran fábrica de esa ciudad.
Finnerton confesará a su amigo que ha renunciado a su actual puesto en Washington DC y está desempleado, pues tiene grandes dudas de que el progreso logrado con tanta tecnología sea lo que necesita el pueblo. En la zona obrera de
Ilium los dos amigos entran en contacto con el reverendo
James Lasher, quien desde la otra orilla socioeconómica se plantea exactamente las mismas cuestiones, consiguiendo despertar en
Paul una conciencia socialque logrará desbaratar el futuro tan prometedor que tenía por delante.
Se suele clasificar a
La pianola como distopía, pero tengo que admitir que me ha costado aceptarla como tal. La idea de una sociedad utópica en la que el trabajo alienante no existe porque lo realizan robots y sistemas automatizados me parece un ideal a perseguir. Sin embargo lo que viene a exponer
Kurt Vonnegut es que ese despotismo tecnológico que gobierna los Estados Unidos ha decidido lo que es lo mejor para los ciudadanos sin tenerlos a ellos en cuenta. Y precisamente la necesidad de sentirse útil a la sociedad y ver reconocido el trabajo que realiza, por humilde que éste sea, es una característica intrínseca del ser humano. Así pues el conflicto entre la élite y los desharrapados se materializará en un movimiento de resistencia, que como es habitual en estos casos seducirá a una minoría de la selecta clase dirigente, e intentará hacer una revolución que devuelva la dignidad perdida con el progreso.
Mi resistencia a aceptar la novela como antiutopía viene provocada por cuestiones ideológicas. Son muchos los eruditos convencidos de que la eliminación del trabajo alienante junto con la
implantación de una renta básica universal, favorecerían que trabajar no fuese una necesidad, sino una actividad a elegir solo si te aporta algo más enriquecedor a nivel personal que un mero sustento económico. Por otro lado, no puedo estar más en desacuerdo con la idea de realización personal mediante el trabajo, no porque piense que trabajar no puede ser fuente de satisfacciones personales, sino porque el modelo capitalista lo presenta como el único medio de lograrlas (un mensaje que sin duda resulta muy conveniente a las élites). Como efecto secundario, se convierte al desempleado en un paria y un inútil que se avergüenza de su condición. Cierto es que somos una especie social y que buscamos el reconocimiento de nuestros semejantes, pero pervertir esta caraterística humana para que solo se pueda satisfacer trabajando, conduce en la inmensa mayoría de los casos a la
esclavitud asalariada. Consideraciones filosóficas al margen, no hay más que aceptar las reglas del juego según las dicta el autor para disfrutar del libro sin problema.
También inclina la balanza en favor de la distopía el uso envenenado que se da a la información y a la tecnología. Con una capacidad anticipatoria capaz de superar los vaticinios más disparatados ('
La pianola' es su primera novela y data de 1952), el escritor norteamericano fue capaz de mostrarnos lo poderosos que pueden llegar a ser estos dos elementos como herramientas de control de la población. Aunque use dispositivos y terminología de mediados del S. XX, que a día de hoy solo se pueden encontra en museos de computación (fichas perforadas, cintas magnéticas, etc.) las cuestiones que plantea siguen estando plenamente vigentes. Los datos que el Estado tiene de cada individuo son capaces de anular su libre albedrío y condicionar su existencia, hasta tal punto que pocas opciones hay -al margen del suicidio-, si no está contento con su situación. Para tranquilidad de todos, en este aspecto no voy a discutir nada porque estoy totalmente de acuerdo.
A pesar de ser su primera novela, muchos de los rasgos habituales del estilo de
Vonnegut se detectan con facilidad. Hay una crítica despiadada a la humanidad, pero a la vez se resiste a perder la esperanza y confia en que su bondad acabe por imponerse a sus miserias. También hay una subtrama humorística que ocupa el 25% del texto más o menos. El
Sha de Bratpur está de visita oficial en USA y el
Dr. Ewing Haylard del Dpto. de Estado será su guía en un tour que pretende mostrarle las maravillas logradas en la sociedad mediante la automatización de la producción y los servicios. Con ayuda de su traductor
Khashdrahr Miasma, logrará evidenciar las deficiencas del mismo, provocando carcajadas desde el choche cultural.
Por ir terminando ya esta reseña que parece más bien un panfleto anticapitalista, resumiré diciendo que no me parece la mejor novela de
Vonnegut, no solo por ciertos planteamientos que me parecen fallidos, sino también porque creo que se extiende más allá de lo necesario. Por ejemplo hay un montón de capítulos dedicados a la ridiculizar desde el sarcasmo la vida corporativa y el compromiso con los ideales de las empresas. No es que no sean interesantes, de hecho exponen la falsedad de las grandes multinacionales con un precisión que impresiona, pero no aportan nada a la trama y están metidos con calzador. De todas formas el libro está bien, lo que pasa es que si llegas a él desde sus títulos más famosos y reconocidos pierde chispa. Tenéis más reseñas en el
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