La entrada de hoy supone otra de mis escasas incursiones en el mundo del cómic, esta vez con la adaptación de uno de mis clásicos favoritos de la ciencia-ficción: Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. Al margen de la absoluta belleza distópica del texto original, en la que no creo que sea necesario incidir a estas alturas y que doy por hecho todo el mundo conoce, esta versión destaca por el tono sombrío y depresivo que Tim Hamilton ha sabido imprimir a las viñetas.
Efectivamente Hamilton usa mayoritariamente la tinta negra para definir los dibujos, de corte realista, de manera que en un porcentaje altísimo de ellos (paradójicamente sobre todo en exteriores) el color sólo se muestran en los detalles: ropa, rostros, pelo, etc., mientras que el negro más absoluto define el entorno urbano en que se sitúan. Otra técnica muy efectiva para dotar al cómic de un aire pesimista consiste en usar en cada página un único color pero con diferentes tonalidades. Por ejemplo las escenas con fuego tienen un rango basado en colores cálidos e intensos (toda la variedad desde el rojo al amarillo), mientras que las escenas urbanas/suburbanas se trazan con gamas frías (violeta, azul, verde oliva) siempre muy claras y apagadas, y las que transcurren en las afueras de la ciudad y en el bosque donde el protagonista toma contacto con los hombres-libro destacan por los verdes muy oscuros. Sobre el realismo de los dibujos, destacaría que los personajes y el entorno en que se mueven están muy detallados excepto curiosamente, en las caras, donde podemos apreciar una simplificación propia de la serigrafía, que por cierto encaja perfectamente con el uso y abuso del negro elegido por el artista gráfico.
En definitiva, la única pega que puedo ponerle es que se tarda menos de una hora en leerlo. Para otras opiniones os recomiendo echar un vistazo a Sigue al Conejo Blanco, donde no gusta ni el original ni la adaptación, o El Blogazo del Cómic, donde ocurre todo lo contrario.
Luis Carlos Barragán Castro: Parásitos perfectos
Hace 7 horas