Este es el último libro que escribió (¿publicó sería más acertado, quizás?) Philip K. Dick antes de su repentina muerte en 1982. Creo que es importante empezar el post remarcando este hecho, porque La Transmigración de Timothy Archer es una novela preciosa pero bastante atípica considerada en el conjunto de su obra. Aunque hay un ligerísimo coqueteo con lo fantástico, tal y como deja entrever el título, no es en absoluto una novela de ciencia-ficción y tampoco importa: para eso ya tenemos prácticamente el resto de la producción dickiana.
La trama se centra en el ser humano, en su necesidad de amor y afecto, y en cómo el dolor debido a pérdida de un ser querido puede hacer que perdamos la razón. La narración es guiada en primera persona por Angel Archer, nuera de Timothy (Tim) Archer, un carismático e influyente obispo de la Iglesia Episcopal de EEUU. El grupo de familares y amigos que protagonizan la narración se completa con el marido de Angel e hijo del obispo, Jeff; Kirsten, una amiga de Angel que se convertirá rápidamente en amante de Tim; y por último Bill, el hijo esquizofrénico de Kirsten. La acción comienza a ser relatada en retrospectiva por Angel el día en que John Lennon fue asesinado. Desde diciembre de 1980 saltamos a los 1960s, cuando dicho grupo empieza a sufrir los problemas de las personas que están muy cercanas emocionalmente y que además, se complican la vida con dos elementos muy habituales en la obra de este autor: drogas y locura. A partir del comienzo de la relación entre Kirsten y Tim, las cosas empiezan a torcerse para todos: los celos de Jeff por el idilio de su padre con Kirsten, el abuso de barbitúricos y una enfermedad grave de Kirsten, las crisis religiosas del obispo, los miedos e inseguridades de Angel... Todos los elementos conducen a la demencia de los diferentes personajes, con desenlaces terribles desgranandose uno tras de otro. Curiosamente, en este cuadro de insania solo Bill parece mantener la fe en el mundo real, aunque esto ocurre durante los breves intervalos que pasa fuera de la cárcel o del hospital.
La lectura de esta novela me ha dejado un poso agridulce extrañamente agradable. Por un
lado me ha parecido una historia maravillosa, pero por otro da pena y
rabia pensar qué otras maravillas nos podría haber ofrecido dentro de la literatura digamos "realista", si no
hubiese fallecido con tan solo 53 años. En todo caso, lamentablemente Philip K. Dick ha muerto, así que esto es lo que hay. Tampoco tiene mucho sentido quejarse o caer en una nostalgia absurda por lo imposible, si hay un adjetivo que casa a la perfección con este autor es prolífico. Cierto es que me he leído gran parte de su obra, pero cierto es también que aún me queda mucha por conocer.
En esta ocasión el apartado de otras reseñas lo dedico en exclusiva a la que he visto en el Club de Catadores, donde se incluyen datos biográficos muy interesantes sobre los cuales Dick elaboró esta novela y que yo, todo hay que decirlo, desconocía por completo.
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