No me va a ser nada fácil empezar la reseña con mi habitual mini resumen de la trama porque 'Digamos que me llamo Gantenbein' es un libro bastante extraño. Si mal no recuerdo uno de los temas claves en la obra de Max Frisch es la construcción de la identidad humana, sobre lo cual trata uno de sus libros más conocidos, No soy Stiller. Pues bien, no hay que ser un lince para ver los paralelismos semánticos entre aquél título y el que me ocupa hoy. Es cierto que en esta novela el escritor suizo vuelve a interesarse sobre la identidad, sobre quienes somos, sobre cómo las personas construyen una imagen propia de cara a la sociedad cuyas características pueden cambiar según el entorno en que se mueven. La particularidad de este texto, es que el protagonista-narrador en primera persona, va creando personajes e identificándose con ellos según transcurre la narración. Cada uno de ellos se adapta a sus intereses en cada momento y los usa para reflexionar sobre diferentes aspectos que componen la figura humana.
Así pues aparece Theo Gantenbein, que se hace pasar por ciego para poder observar libremente a las personas sin que su presencia influya en sus actos. Pero nuestro hombre descubre su patraña a cada poco en pequeños detalles que olvida o no quiere fingir. Quienes le rodean los advierten con facilidad, pero prefieren obviarlos. Gantenbein conoce accidentalmente a Camilla Huber, una prostituta que se hace pasar por manicura, a quien visita con cierta frecuencia, lo que le permite simular que realiza la profesión que figura en la placa de su domicilio. Simultáneamente se casa con Lila, una famosa actriz que desde el primer momento le engaña durante sus estancias en el extranjero para rodar películas. El narrador es también Felix Enderlin, científico y editor de una revista especializada que recibe una oferta de Harvard y tiene una aventura con Lila, quien en esta línea argumental es la esposa de un reconocido arquitecto de origen checo llamado Svodoba. Lila y Enderlin no quieren prolongar su aventura pues saben que la separación es inevitable, pero se enamoran y Svoboda (en cuyo pellejo también se mete el narrador) experimenta todo el rango posible de sentimientos ante esta situación: celos, resignación, indiferencia, aceptación, etc. El suizo aprovecha cada personaje que idea y cada historia en que los sitúa para poner de manifiesto características sociales que afecta al ser humano y moldean su identidad, y viceversa.
Estamos ante un texto de contenido filosófico y sociológico. No me tiembla el pulso al escribir que me ha resultado muy, muy espeso. Si en los otros títulos de Frisch que he leído (el mencionado anteriomente y Homo Faber) el desarrollo era convencional, en este no hay nada que se le parezca. Las historias me han resultado bastante inconexas y sólo en una ocasión he conseguido detectar una chispa de genio. Hay una fiesta que aparece relatada desde diferentes perspectivas y por diferentes personajes; pues bien, una de las últimas veces que se menciona me dejó la sensación de haberla percibido como una globalidad. Esto me hace pensar que si este autor fue capaz de crear algo tan brillante, quizás el resto sea similar en calidad, pero a mí se me ha escapado. No lo descarto, en absoluto. En cualquier caso, mi sensación al terminarlo ha sido de zozobra total. Al margen de interesantes reflexiones sobre lo que supone el moldeado de la personalidad y críticas certeras a los convencionalismos sociales, no sé muy bien qué he leído. Para opiniones menos dispersas que la mía, os recomiendo echar un vistazo a Un libro abierto.
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