Don Rigoberto y
doña Lucrecia se separaron tras unos diez años de matrimonio feliz y consumado hasta la extenuación. La causa de la ruptura es un turbio episodio de abuso sexual sobre el hijo de un anterior matrimonio de
don Rigoberto cometido por su madrastra.
Fonchito, que es como se llama el pequeño que apenas llega a adolescente, empieza a visitar a su madrastra en su nuevo domicilio al cabo de año. El sentimiento de culpa por lo que ocurrió y el arrepentimiento le hacen buscar su perdón. Además, intentará también la reconciliación de su padre y
doña Lucrecia. Mientras tanto,
don Rigoberto, un maduro ejecutivo que ocupa un puesto en la alta dirección de una empresa de seguros, sufre la ausencia de su mujer, tras más de doce meses de alejamiento. Burgués, culto y elitista, a sus 60 y pocos años, se refugia en la escritura para soportar su ausencia. Por un lado redacta cartas donde vuelca su ideario personal sobre la existencia humana y la sociedad. Por otro, imagina tórridas escenas sexuales donde recrea la intimidad carnal y espiritual que unía a la pareja. Todos sus textos entran a formar parte de sus cuadernos, de ahí el título de la novela.
Los cuadernos de don Rigoberto es justo el libro que necesitaba para decirle adiós para siempre a
Mario Vargas Llosa. Quedo por tanto eternamente agradecido a este pastiche, a ratos relato erótico con fantasías semiliberales de
soft porno, y a ratos discurso pseudointelectual de burgués disperso. Para empezar, a nivel argumental no he conseguido conectar con la historia amorosa de los protagonistas. No me identifico en absoluto con esa glorificación de la imaginación y del erotismo como cualidad máxima de la sexualidad humana. Es más, el desprecio que el autor manifiesta a la pornografía y a todo cuanto de animal tiene el hombre, que tan claramente se manifiesta durante el acto sexual, es de lo poco que en mi opinión hace soportable la vida. Además, el personaje de
Fonchito no se sostiene, es totalmente inverosímil: repelente, redicho, manipulador, falso, entrometido e hipócrita; está mucho más cerca del
Damien de
The Omen/La Profecía (1976,
Richard Donner) que de cualquier crío de 11-12 años
Por si esto no fuese suficiente, a una historia de pareja que no me dice nada, se suman unas reflexiones sobre temas de cierto peso en la sociedad actual y que no enlazan en forma alguna con la trama novelesca. Ecología, derechos de los animales o feminismo. Salud, cultura o Estado. De todo opina
Don Rigoberto, con un pensamiento errático que le lleva a ser machista, reaccionario e irracional para esto y progresista, conciliador y comprensivo para aquello. Nuestro hombre emplea todo tipo de falacias para hacernos creer que sus ideas personales sobre cada tema deberían ser dogma. Demagogo casi todo el tiempo, se apoya en estudios científicos sólo cuando se amoldan a sus intereses, evitándolos e ignorándolos cuando su argumentario se basa exclusivamente en sus pensamientos más viscerales. Las constantes referencias personajes famosos que coinciden con su ideario pretenden reafirmar lo que no son más que opiniones personales, desmontables con un discurso lógico basado en datos y hechos, no en creencias. No le tiembla la mano a la hora de salirse por la tangente y así desviar la atención sobre cualquier cuestión, para quitarle peso y ridiculizar posturas ajenas a la suya si llega el caso. Y mira tú por dónde, las opiniones de
don Rigoberto coinciden con las del personaje público que ha construido el propio autor, al menos en la medida que yo he podido seguir sus declaraciones en medios de comunicación. Resulta complicado por tanto no reconocer en dichos discursos, escritos a modo de carta, a un
Vargas Llosa pedante, engreído y elitista a más no poder.
Pero para que no todo lo que cuento del libro sea malo, ahí va un elogio de peso. Tanto en el hilo argumental en que
Fonchito visita a su madrastra como en las fantasías eróticas de
don Rigoberto,
Vargas Llosa vuelve a recurrir a una técnica que empleó en
Don Pantaleón y las visitadoras y ya destaqué en su momento. Se trata de una mezcla estilosísima entre narración en estilo indirecto alternada con diálogos que tratan el mismo tema. Generalmente alguno de los esposos hace el papel de narrador, explicando a un tercero cierta historia en la cuál él (o ella) tomaban parte. En estos casos usa el estilo indirecto y tiempos verbales de pasado. Pero sin previo aviso, en la siguiente línea somos espectadores de la escena tal cual se desarrolló, en presente de indicativo, y el narrador está dialogando con el otro participante en el suceso o encuentro que contaba. A pesar de mi poco interés por el relato en sí, tengo que reconocer que me encanta esta característica tan especial de la prosa del Nobel peruano. Tiene un efecto cinematográfico y visual fortísimo, y el autor la maneja con una habilidad increíble.
Como suele decirse, a la tercera va la vencida, así que no voy a perder más tiempo con este señor. He buscado reseñas pero he encontrado muy poca cosa y de aún menos sustancia. Por lo tanto, la despedida de este blog de
Vargas Llosa queda inconclusa, incompleta, insuficiente, todo ello para mayor oprobio y escarnio, aunque no sé si suyo o mío.