La rabia, la angustia, el dolor y la desesperación campan a sus anchas por Soy yo, Édichka. Sobre todo la rabia, la rabia de comprobar que el sueño americano es un engaño y que la única libertad que puedes encontrar en New York y por extensión de Occidente, es la que te permite comprar el dinero. Tras abandonar la URSS sin opción a volver jamás por haber sido declarado autor proscrito por la nomenklatura, Eduard Limónov y su esposa, la bellísima Elena Serguéievna, aterrizaron en la capital del mundo a mediados de los 1970s tras un breve periplo por Europa central. El libro comienza cuando el autor/protagonista acaba de mudarse al infame hotel Winslow tras haber sido abandonado por su mujer. Elena sueña con convertirse en top-model y está harta de malvivir con el salario de mierda de Édichka, así que su marido se convierte en un lastre, es un obstáculo de quien no duda en deshacerse.
Desde ese cuchitril adonde se acaba de trasladar, y atravesando toda la ciudad a pie, de norte a sur y de este a oeste, asistiremos a sus aventuras y desventuras como beneficiario del subsidio social. Porque Limónov tiene claro que no quiere ser un obrero más, no quiere un trabajo de 9am a 5pm y seguro médico, no busca una casa en las afueras y fines de semana con barbacoas en el jardín. Sus objetivos son la fama mundial por un lado y la supresión del orden establecido por otro. Sus armas para lograrlo son su gran talento y su inagotable energía. Aunque no llegue nunca a ser reconocido por nadie y se pase la mayor parte del tiempo bebiendo vodka no cejará en su empeño. Su carácter impulsivo y su personalidad rompedora le empujan a criticar el sistema capitalista de la misma manera que en la URSS criticó el comunista. Desde la libertad que le da ser un paria se dedica a desmontar tanto al complaciente exilio soviético con quien se ve obligado a convivir y a quien destesta, como a la exigua y bienintencionada izquierda americana, a quienes se acerca en su búsquedad de la rebelión pero con un ojo siempre puesto en integrarse con los elusivos norteamericanos. El otro gran leitmotiv de la narración es el dolor por la traumática separación de su esposa, pues para Limónov el motor de la existencia es si duda el amor, ese amor desinteresado que proporciona satisfacción en sí mismo, sin necesidad siquiera de ser correspondido.
Hacía tiempo que no me topaba con un libro tan vivo, tan inmediato, tan directo, tan sincero. El lenguaje es crudo, sin concesiones, cargado de improperios, de expresiones malsonantes, de sexo explícito: me imagino el escándalo que debieron de suponer en la fecha de su publicación los pormenorizados detalles de sus escarceos amatorios tanto con hombres como con mujeres. Hay momentos de humor auténticamente desternillantes y hay relatos de nostalgia bien entendida muy, muy emotivos. Todos los estamentos sociales reciben una necesaria y certera crítica por parte del autor, a quien no le tiembla la pluma para sacar los colores a los dos grandes bloques y a todo lo que nos podamos encontrar en medio. Me ha resultado inevitable recordar a Céline o Genet mientras lo leía; estamos ante un nuevo ejemplo de cómo la honestidad y la marginalidad más degenerada van de la mano y son capaces de crear auténticas obras de arte. Tenéis más reseñas en Un libro al día, Mundo crítico y Solo de libros.
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
Hace 2 horas
2 comentarios:
Vehemente reseña. Me lo apunto.
@David Villar Cembellín: Muchas gracias, espero que te animes a leerlo y lo disfrutes.
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