24 feb 2017

Matar a un ruiseñor - Harper Lee

Estamos a principios de los años 1930s en Maycomb, en el condado de igual nombre, una pequeña población de Alabama profunda. Atticus Finch es un abogado viudo a cargo de dos hijos, Jem (Jeremy), un jovencito de unos 13 años cuando comienza la acción, y Scout (Jean Louise), una niña en torno a los 8. Durante los 2-3 próximos años asistiremos a la vida de esta familia y los trastornos que les ocasionará que Atticus sea elegido abogado de oficio para defender a Tom Robinson, un negro que vive en las afueras del pueblo, de la acusación de violación de Mayella Ewell, la hija de 19 años de Robert Ewell, un personaje marginal (pero de raza blanca) con una progenie asalvajada que también vive en el extrarradio y malgasta en alcohol el cheque mensual de la beneficencia con que debería mantener a su numerosa prole.

Imagino que a casi todo el mundo le resultará conocida Matar a un ruiseñor de Harper Lee a través de la adaptación homónima al celuloide, protagonizada por el impecable Gregory Peck en 1962. Al menos en mi caso era así, pero aunque soy plenamente consciente de que la vi en mis años mozos, no recordaba absolutamente nada de la trama. Con el breve resumen que figura en el párrafo anterior ya intuimos que se trata de un drama racial que contiene una contundente crítica a esta clase de discriminación. Sin embargo hay que esperar aproximadamente hasta el segundo tercio del libro para abordar el tema principal. Curiosamente la narradora no es otra que la pequeña Scout, que con su corta edad y la inocencia propia de la infancia, irá exponiendo poco a poco y desde su incredulidad, las injusticias que se cometerán contra el pobre inculpado. Personalmente siempre he creído que contar una historia desde el punto de vista de un niño supone correr el riesgo de caer en una pastelada ridícula e insoportable. Para mi sorpresa, no es el caso de esta novela, donde Lee ha sabido aúnar a la perfección la perspectiva infantil idealista y sin prejuicios de Scout con el contrapunto que ofrece Atticus con sus opiniones sobre la realidad de la vida, por dura e inexplicable que pueda resultar a los ojos de su hija. Con todo eso, me ha costado encontrarle sentido al primer tercio de la novela, donde asistimos a una presentación de los habitantes de Maycom innecesariamente larga a mi juicio, una interminable retahíla de historias infantiles cuyo objetivo es simplemente ponernos en contexto.

En cualquier caso, la novela es apasionante y el desarrollo de la misma a raíz del comienzo de juicio, absorbente y conmovedor hasta la médula. Después de leer cosas así a uno no le extraña el número tan alto de disturbios raciales que hay en EEUU. Aunque social y jurídicamente se haya avanzado muchísimo respecto a la situación relatada en el libro, el racismo parece seguir profundamente instalado en la conciencia colectiva del norteamericano WASP, mucho más en ciertos estados. Por tanto las escandalosas desigualdades y abusos que provoca no encuentran otra respuesta que la violencia, violencia que por otro lado los cuidadanos afroamericanos llevan experimentando en sus vidas desde incluso antes de nacer. Muy entretenida, didáctica a más no poder y totalmente recomendada. Tenéis más reseñas en La medicina de Tongoy, Deborah libros y Volando entre páginas, muy completa y detallada.

18 feb 2017

Calle de los ladrones - Mathias Énard

Lajdar es un joven tangerino, poco más que un adolescente, que es repudiado por su familia cuando su padre le sorprende in fraganti manteniendo relaciones sexuales con su prima Meryem. Obligado por tanto a vivir de la mendicidad y a dormir en la calle, deambula sin objetivo alguno por Marruecos durante unos meses hasta que decide volver a su cuidad natal. Allí retoma el contacto con Basam, su mejor amigo a quien conoce desde la infancia y quien le presenta al jeque Nuredine, un seductor individuo de 40 y pocos años procedente de algún estado de la pensínsula arábiga que está al frente del «Grupo Musulmán para la Difusión del Pensamiento Coránico», en cuyas instalaciones hay una mezquita y una pequeña librería en donde empezará a trabajar nuestro protagonista. Acogido por estos islamistas, Lajdar logrará la estabilidad suficiente como para fantasear con un salto a Europa, a lo cual ayudará que inicie tímidamente una relación amorosa con Judit, una joven catalana que estudia filología árabe y a quien ha conocido mientras ella recorría Marruecos de vacaciones. A todo esto se suma que la acción transcurre en 2011, con los efectos de la denominada Primavera Árabe desestabilizando regímenes con las libertades muy restringidas y exigiendo la apertura democrática del mundo árabe. Las actividades del carismático jeque, su grupo y su amigo Basam, quien parece totalmente anulado por la personalidad del árabe, empiezan a leavantar sospechas en Ladjar cuando los actos violentos, comenzando por palizas a infieles, entran a formar parte de sus actividades. El joven se desvincula del grupo, cuya sede es destruida por un misterioso incendio pocos días después de un atentado terrorista en Marrakech, y cambia de trabajo, lo cual le permitirá, con el tiempo, trasladarse a España y tras pasar algún tiempo en Algeciras, marcharse a Barcelona en busca de Judit. Pero lamentablemente para él y aunque en global su experiencia en la ciudad condal le está resultando positiva, las cosas se complicarán tras la inesperada aparición del jeque y Basam en Barcelona por un viaje de negocios, tanto que conducirán a Lajdar a un callejón sin salida.

Para quien no lo recuerde, mi toma de contacto con Mathias Énard hace unos años fue de lo más insulsa (El alcohol y la nostalgia). Sin embargo tras la concesión del premio Goncourt de 2015 a Brújula me quedé con las ganas de reintentarlo, y creo que he acertado de pleno con Calle de los ladrones. Para empezar la trama general sobre la atribulada vida del joven protagonista, tanto en sus numerosas desgracias como en sus contadas fortunas, ha conseguido rememorar las mismas estúpidas -pero agradables- sensaciones asociadas a la ilusión por empezar a vivir la vida adulta, promesa de una felicidad que en realidad difícilmente existe (una revelación que yo he tardado en aceptar pero que el protagonista se verá forzado a asumir bien pronto). A esa edad todos hemos experimentado las ganas de comernos el mundo en mayor o menor grado; lo terrible en mi caso es que incluso el simple recuerdo de dichas ansias por vivir, de la cuales se me van agotando las reservas, había sido totalmente enterrado por toneladas de actos rutinarios acumulados durante años. Y aunque en perspectiva no puedo evitar pensar que resultan ingenuas, me siguen pareciendo estimulantes. Es evidente por otro lado que el origen y contexto en que se mueve Ladjar es probablemente más complicado que el de la media, o al menos la media de la población de los países occidentales. Mayor es por tanto el mérito de sus incansanbles intentos de mejorar su existencia y también la habilidad de Énard a la hora de transmitirlo. Tanto es así que no en pocas ocasiones ha conseguido conmoverme a mí, que ando todo el día jactándomoe de una pretendida misantropía sin otra manifestación real que algún exabrupto cuando se tratan cuestiones animalistas. Y es que en el fondo soy un pedazo de pan, aunque con cortezones muy resecos por según que zonas, tampoco nos engañemos.

Dejando confesiones personales a un lado y volviendo a la reseña, la narración destaca igualmente por su fiel reflejo de la actualidad política mundial. Las revueltas aperturistas árabes y la crisis económica mundial tienen una presencia importante que, como no podía ser de otra forma, condicionan los hechos recogidos en la ficción. También brillan con luz propia las dos principales ciudades en las que transcurre la acción: Tánger y Barcelona. La descripción de las mismas, en tanto en cuanto forman la geografía vital del protagonista, juega un discreto papel que sin embargo enriquece enormemente la lectura. Ahora me diréis que yo siempre critico las novelas en las que se citan plazas, avenidas o calles de las ciudades en que se desarrolla la acción (especialmente Nueva York o Londres), como si su sola mención debiera despertar una conexión mística inmediata con el acontecimiento narrado. Sí, no lo voy a negar, así es; me he quejado de ese vicio más de una vez y más de dos. Se me podría echar en cara que conozco relativamente bien Barcelona, una ciudad que me encanta, de ahí que cuando Lajdar se mueve por sus barrios, esquinas o calles (incluso el carrer d'En Robador origen del título de la novela) no pueda evitar que sus imágenes aparezcan en mi mente. Sin embargo nunca he visitado Tánger, y a pesar de que temporalmente aparece en la trama antes que Barcelona, los efectos de las referencias urbanas que el escritor incluye eran exactamente los mismos.

En fin, para qué enrollarme más, podría seguir mencionando cosas que me hen encantado de esta historia, como la pasión de su protagonista por la literatura y los libros, pero voy a dejarlo aquí. Por si a alguien le quedan dudas, me acabo de convertir en el fan número uno de Mathias Énard de mi bloque y probablemente de mi calle. Recomendada sin reserva alguna, volveré sin duda a su obra y espero que no me defraude, porque el único fallo que puedo poner a esta novela es que el desenlace final me parece un poco forzado, aunque el experto en cuestiones árabes y persas es el autor, sin duda sabrá mejor que yo lo que podría pensar un tipo como Lajdar. Tenéis más reseñas en Fantasymundo y Universo la Maga, ambas tan entusiastas como la mía y la última, bastante extensa además.

14 feb 2017

Comer animales - Jonathan Safran Foer

Alimentarse a base de animales habia supuesto un conflicto para Jonathan Safran Foer en mayor o menor medida prácticamente durante toda la vida. Así pues había seguido una dieta vegetariana intermitentemente, con periodos en que se lo tomaba más en serio y otros en que lo relajaba tanto como ese grupo especial de autodenominados "vegetarianos" que comen ocasionalmente pollo o pescado, nunca le dicen que no al estofado de la abuela, ni a las tapas de jamón del bar, etc. Sin embargo cuando nació su hijo su percepción del problema ético y de salud que lleva implícito comer animales se hizo manifiesto. Ya no se trataba sólo de su elección personal, se trataba de criar a su hijo en las mejores condiciones posibles. Así que decidió investigar cómo se produce la carne que llega a los supermercados y darlo a conocer en Comer animales.

Al tratarse de un autor norteamericano todo el estudio se centra obviamente en la industria y normativa de aquel país, aunque ocasionalmente se hace referencia al modelo europeo de la UE. Se usan datos oficiales del gobierno estadounidense y diferentes organizaciones, ya sean gubernamentales u ONGs, para cuantificar el alcance del negocio de cría de animales, pero solo puntualmente y cuando es necesario, así que nadie se asuste porque no hay interminables tablas llenas de cifras áridas. Foer hace un recorrido del sector empezando por las granjas intensivas avícolas (pollo, pavo), a las que siguen las porcinas y las piscifactorías, para finalizar hablándonos del vacuno y la cría de terneras. El panorama es desolador, algo que todos sospechamos pero que la mayoría de las personas prefiere ignorar voluntariamente. El modelo capitalista de producción intesiva cosifica a los animales y los considera elementos de una cadena cuyo objetivo final es generar riqueza a la empresa. Esto ha conllevado cambios en el modelo tradicional de crianza (defendido por el autor) que han transformado en un holocausto la breve vida de los animales, e incluye:

  • Selección genética para lograr un crecimiento rápido en condiciones de alimentación escasa, hasta tal punto de que los animales criados para consumo humano no pueden sobrevivir fuera de los estrictos controles medioambientales de las granjas, y mucho menos reproducirse por sí mismos
  • Masificación de las granjas para optimizar el espacio, con unas pérdidas asumidas por muertes debidas a las malas condiciones de vida que giran en torno al 10-15%
  • Uso indiscriminado y profiláctico de antibióticos para contrarrestar las pésimas condiciones de vida de los animales que les generan de estrés, ansiedad, depresión y cientos de enfermedades (incluidas gripes aviares, porcinas, etc.). Al margen del problema de salud pública que supondría su posible salto al ser humano, afecta directamente a la resistencia de los patógenos a los medicamentos y por tanto, a su capacidad de curar también en el hombre.
  • Volumen inmanejable de heces que se vierte al medio ambiente sin control causando contaminación del suelo, ríos, acuíferos,etc.
  • Contribución al calentamiento global debido a la emisión de gases de efecto invernadero un 40% superior a todo el sector transporte
Y un largo etcétera del que en absoluto se puede excluir la crueldad implícita en dicho modelo. Foer destaca el oscurantismo y opacidad de las granjas industriales, las cuales intentó visitar sin éxito dado que los reponsables desatendieron sus múltiples peticiones de acceso (solo con la ayuda de una activista animalista pudo colarse en una granja intensiva de pavos). Una vez recorrido el infierno de las granjas de producción intensiva de animales para alimentación humana (sin ahorrarnos descripciones exhaustivas de lo que ocurre en los mataderos), el escritor busca alternativas que velen por el bienestar animal, de las cuales nos muestra un par de ejemplos. Estos productores explotan granjas que siguen el modelo tradicional que no busca un beneficio máximo, sino criar a los animales en condiciones «dignas» para garantizar la calidad del producto al consumidor y de camino calmar su parcialmente atribulada conciencia. Como ya he comentado anteriormente, Foer es vegetariano pero defiende estos modelos tradicionales aunque lamentablemente, nos indica que el poder de las grandes corporaciones dificulta en grado extremo su mera existencia.

El autor cede puntualmente la voz a diferentes actores implicados con el ánimo de que cada uno pueda exponer su punto de vista, algo que indica el ánimo constructivo del libro. Desde activistas animalistas independientes, a granjeros que defienden modelos más próximos al tradicional pasando por representantes de la organización de defensa de derechos de los animales PETA. Solo se echa de menos la opinión de las grandes empresas del sector, que no han dado señales de interés por más que Foer ha intentado contactar con ellas. Si algo se puede decir de este ensayo es que es veraz e implacable. Los riesgos de salud pública y contaminación del medio ambiente que llevan implícitos comer animales se suman a la crueldad y el despiadado e ignominioso tratamiento que el ser humano ejerce sobre los animales solo porque puede. Sinceramente no entiendo como alguien puede leer este libro y seguir comiendo animales procedentes de granjas intensivas, bueno y no solo de éstas, ya que Foer también nos avisa de los engaños que hay detrás de las etiquetas Eco, Bio u Organic, puestas más bien para tranquilizar las conciencias de los consumidores que para gantizar una crianza de animales en condiciones mínimas de bienestar. Mi desolación y desesperación ante la indiferencia del ser humano frente a tanto sufrimiento queda expuesta en la siguiente cita:
"¿Qué grado de destrucción debe conllevar una preferencia culinaria antes de que decidamos comer otra cosa? Si contribuir al sufrimiento de miles de millones de animales condenados a vidas miserables y (bastante a menudo) a muertes horribles no nos motiva a ello, ¿qué lo hará? Si ser el contribuyente número uno a la amenaza más seria que se cierne sobre el planeta (el calentamiento global) no basta, ¿qué más necesitamos? Y si os veis tentados a aplazar estas cuestiones de conciencia, a decir: «Ahora no», ¿cuándo será el momento?"
Tenéis más reseñas en El ojo en la paja y Un libro al día. No puedo quedarme con las ganas de enlazar a la reseña de Frédéric Beigbeder en Le Figaro, quien falto de réplicas objetivas contra los hechos que recoge Foer en el libro, tuvo lo ocurrencia de titular su reseña del libro 16 raisons de manger les animaux e incluye el imbatible argumento (número 14) "Ningún animal ha escrito 'Las flores del mal'". Lo cierto es que leer algo así de un escritor cuyo mayor logro literario es jactarse de las rayas de coca que se mete en la vía pública y de las modelos que se liga en los fiestones que se pega cualquier fin de semana, no me parece que tenga mucha fuerza. 

9 feb 2017

La ratesa - Günter Grass

Desorientado, extenuado y perdido en las intenciones de Günter Grass cuando escribió La ratesa, consulto la Wikipedia para contemplar, impávido y desolado, que este extenso e incomprensible texto aparece en su bibliografía en el apartado de novelas. "¡Ah, era eso! ¡Una novela! ¡Qué bobo soy!", me digo a mi mismo confiando en que los restos de la resaca literaria que me aturde una vez terminada su lectura desaparezcan pronto. Como no tengo ganas de dar más vueltas al asunto, le añado sumisa e indiferentemente la etiqueta correspondiente al post. "No te preocupes", intento calmarme sin demasiado éxito, "seguro que unos días está todo olvidado y de este libro quedarán tan pocos recuerdos como de lo que has soñado esta noche". Aún así todavía tengo que terminar este post, ¿y qué puedo decir, si en realidad no tengo ni idea de lo que he leído? No sé qué saldrá de aquí, en todo caso tengo que exorcizar esta pesadilla que me he metido en la cabeza o las toneladas de confusión que llevan consigo acabarán conmigo.

La idea que sobrevuela el libro es que el ser humano es, en esencia, un ser despreciable que con su forma de actuar va a conseguir eliminar todo rasto de vida en la Tierra. O al menos eso creo yo que es lo que el flamante premio Nobel de literatura de 1999 quiere expresar. Para ello, Grass compone una línea argumental principal en la que el autor-narrador establece un diálogo de tintes filosóficos con una rata que a modo de mascota, ha recibido como regalo de Navidad. El protagonista, sin que sepamos cómo ni por qué, se encuentra en órbita en una cápsula espacial y es, seguramente, el último hombre vivo. Esto de debe a que la humanidad, en su descerebrada pero característica lucha por el poder, ha desencadenado un holocausto atómico al que solo han sobrevivido las ratas, eternas compañeras-subproducto de la civilización, y unas pocas especies animales más sin mayor relevancia. Sin embargo, a este hilo conductor acompañan unos cuantos más a cuya presencia no siempre es fácil encontrar sentido. Se desarrolla por ejemplo la historia de Lothar Malskat, un pintor que falsificó los frescos medievales de la iglesia de Santa María de Lübeck en los años 1950s, cuando su labor real era restaurarlos. Tenemos también un grupo cinco mujeres capitaneado por una tal Damroka, que a bordo de una antigua gabarra rehabilitada están realizando aparentemente un estudio sobre la presencia de medusas en el mar Báltico, pero que en realidad buscan la localización exacta de la mítica ciudad de Vineta, ejemplo de buen gobierno repartido entre hombres y mujeres. Por otro lado a ratos somos testigos de una fantasía donde se mezcla ecologismo y los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Oskar Matzerath, el protagonista de El tambor de hojalata, también aparece como un hombre de negocios de casi 60 años que anda metido en las producciones audiovisuales para el mercado de video doméstico. Y claro, habiendo ratas y tratándose de una obra salida de la pluma de un escritor alemán, a nadie debería extrañar que la leyenda del flautista de Hamelin se trate desde mil perspectivas distintas, incluyendo influencias contemporaneas de la subcultura punk. Y la cosa no se queda aquí, no, hay más, pero ¿para qué seguir?

Estoy seguro de que el nobel alemán tenía sus intenciones al escribir sobre cada uno de estos temas. En algunos casos están bastante claras, sobre todo por su insistencia machacona a repetir lo mismo una y otra vez. La subtrama del falsificador de Lübeck (que todo hay que decirlo, se descubrió porque el propio pintor se autoinculpó) viene a denunciar la corrupción del gobierno de la RFA durante los 1950s. La lluvia ácida que asoló los bosques centroeuropeos durante los 1980s (recordemos que esta novela data de 1986) como ejemplo de catástrofe medioambiental es sin duda el porqué de esa pesadillesca, gilipollesca, soplapollesca trama donde pululan los altos cargos de la Alemania occidental junto a Hänsel, Gretel, Rapónchigo (más conocida como Rapunzel), Rúmpeles-Tíjeles (Rumpelstiltskin en su versión original), Caperucita Roja, Blancanieves, los siete enanitos y una interminable lista de personajes de cuentos de hadas. El diálogo principal autor-narrador y rata, así como otro hilo argumental que no he comentado sobre unos seres mutantes que comparten rasgos y características tanto de hombres como de ratas cuestiona el alcance de la ciencia y la tecnología humanas. Bueno, por no seguir aburriendo y también porque no he podido sacar mucho más en claro, quiero entender que habrá una crítica detrás de cada relato abordado. Pero es que la narración está muy hinchada. Es un hablar por no parar de hablar, sin freno ni mesura. Y el estilo no ayuda ni un ápice. Todo el texto está muy fracturado, no hay continuidad entre esas tramas inconexas, ni  coherencia en su desarrollo. Que habrá a quien le guste y le encuentre la gracia, pero desde luego yo no estoy en dicho grupo. El momento de terminarlo ha sido una liberación, dejar atrás un lastre, una carga pesada y agobiante con la que no he conectado lo más mínimo. Como resultado de tanto sufrir no me queda más opción que decir adiós a este autor por una larga temporada: Auf Wiedersehen, Herr Grass. Tenéis más reseñas en Footprints y Homo Libris, ambos encantados.

6 feb 2017

Infancia. Escenas de una vida de provincias - John M. Coetzee

Primera parte de la biografía novelada de John M. Coetzee. Como su propio nombre indica, Infancia recoge los recuerdos y experiencias vitales del autor sudafricano como escolar, empezando a principio de los 1950s, cuando tiene unos diez años de edad. La trama comienza con su familia recién instalada en Worcester, una ciudad a unas dos horas al noreste de Ciudad del Cabo, donde su padre, que en realidad es abogado, ha conseguido un puesto en el departamento financiero («lleva los libros») de Standard Canners, una empresa de conservas de fruta. Como es habitual a esa edad, gran parte del texto tiene que ver con su paso por el colegio, aunque en este caso aplican las particularidades propias de un país con una situación social complicadísima. El régimen discriminatorio del Apartheid se había hecho oficial en 1948, existían tensiones entre afrikáners y británicos, también había claras diferencias sociales entre protestantes y otras religiones minoritarias (católicos, judíos, etc.); pues bien, en este estado de las cosas, el pequeño John crea su propia identidad sobre la mentira: se define como católico cuando su familia es atea, se considera británico a pesar de apellido afrikáner. Coetzee reconoce también casi desde el primer párrafo la complicada relación de amor/admiración-odio/desprecio que le une con su madre. Tras su estancia en esta ciudad durante una larga temporada, su padre decide retomar su profesión de abogado y para ello abre un bufete en Plumstead, un barrio de Ciudad del Cabo, adonde se muda toda la familia. El negocio es un desastre pues su padre resulta ser un pésimo administrador, así que entra bien pronto en bancarrota y su padre cae en la depresión y el alcoholismo. De esta etapa de su vida el autor también destaca su relación con la vejez y la muerte a través de su tía abuela (y madrina) Annie. Sus pensamientos al respecto son una mezcla típicamente infantil de asco, miedo y superioridad.

Si bien estamos ante un libro que recoge y ficciona parte de la infancia del nobel de literatura de 2003, que por otro lado no es particularmente escabrosa, me ha resultado muy interesante por varios motivos. El primero es el contexto histórico en que transcurre, en un país tan peculiar políticamente como Sudáfrica y con su vergozoso régimen racista, en vigor hasta principio de los 1990s. Por otro lado, brilla con especial resplandor la honestidad con que se recogen las dificultades y las frustaciones que suponen el matrimonio y formar una familia. Al igual que Coetzee mantiene una relación contradictoria con su madre, ella no duda en informar a sus dos hijos del cambio a peor que ha sufrido su vida tras traerles al mundo, sin olvidar las malas relaciones que tiene con su familia política, quienes no le ayudaron lo más mínimo durante los tiempos difíciles que pasó durante la II Guerra Mundial, cuando se quedó sola con los niños porque su marido servía como soldado en la contienda.

Por lo demás, la prosa de este autor es limpia e impecable, con frases tan aparentemente sencillas, fáciles de leer y asimilar que solo han podido redactarse desde el talento y el esfuerzo. Estaría tentado a decir que su manera de escribir es casi periodística porque va directamente al asunto que quiere relatar, dando las explicaciones y haciendo las descripciones necesarias para comprender su alcance. Sin embargo me abstendré de decirlo porque hoy día el lenguaje periodístico es tan pomposo y abigarrado que es justo lo contrario que encontramos en este libro. No me cabe la menor duda de que seguiré con el resto de entregas que componen la trilogía Escenas de una vida de provincias. Más reseñas en Cuéntate la vida y Club de catadores.
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