Primera parte de la biografía novelada de John M. Coetzee. Como su propio nombre indica, Infancia recoge los recuerdos y experiencias vitales del autor sudafricano como escolar, empezando a principio de los 1950s, cuando tiene unos diez años de edad. La trama comienza con su familia recién instalada en Worcester, una ciudad a unas dos horas al noreste de Ciudad del Cabo, donde su padre, que en realidad es abogado, ha conseguido un puesto en el departamento financiero («lleva los libros») de Standard Canners, una empresa de conservas de fruta. Como es habitual a esa edad, gran parte del texto tiene que ver con su paso por el colegio, aunque en este caso aplican las particularidades propias de un país con una situación social complicadísima. El régimen discriminatorio del Apartheid se había hecho oficial en 1948, existían tensiones entre afrikáners y británicos, también había claras diferencias sociales entre protestantes y otras religiones minoritarias (católicos, judíos, etc.); pues bien, en este estado de las cosas, el pequeño John crea su propia identidad sobre la mentira: se define como católico cuando su familia es atea, se considera británico a pesar de apellido afrikáner. Coetzee reconoce también casi desde el primer párrafo la complicada relación de amor/admiración-odio/desprecio que le une con su madre. Tras su estancia en esta ciudad durante una larga temporada, su padre decide retomar su profesión de abogado y para ello abre un bufete en Plumstead, un barrio de Ciudad del Cabo, adonde se muda toda la familia. El negocio es un desastre pues su padre resulta ser un pésimo administrador, así que entra bien pronto en bancarrota y su padre cae en la depresión y el alcoholismo. De esta etapa de su vida el autor también destaca su relación con la vejez y la muerte a través de su tía abuela (y madrina) Annie. Sus pensamientos al respecto son una mezcla típicamente infantil de asco, miedo y superioridad.
Si bien estamos ante un libro que recoge y ficciona parte de la infancia del nobel de literatura de 2003, que por otro lado no es particularmente escabrosa, me ha resultado muy interesante por varios motivos. El primero es el contexto histórico en que transcurre, en un país tan peculiar políticamente como Sudáfrica y con su vergozoso régimen racista, en vigor hasta principio de los 1990s. Por otro lado, brilla con especial resplandor la honestidad con que se recogen las dificultades y las frustaciones que suponen el matrimonio y formar una familia. Al igual que Coetzee mantiene una relación contradictoria con su madre, ella no duda en informar a sus dos hijos del cambio a peor que ha sufrido su vida tras traerles al mundo, sin olvidar las malas relaciones que tiene con su familia política, quienes no le ayudaron lo más mínimo durante los tiempos difíciles que pasó durante la II Guerra Mundial, cuando se quedó sola con los niños porque su marido servía como soldado en la contienda.
Por lo demás, la prosa de este autor es limpia e impecable, con frases tan aparentemente sencillas, fáciles de leer y asimilar que solo han podido redactarse desde el talento y el esfuerzo. Estaría tentado a decir que su manera de escribir es casi periodística porque va directamente al asunto que quiere relatar, dando las explicaciones y haciendo las descripciones necesarias para comprender su alcance. Sin embargo me abstendré de decirlo porque hoy día el lenguaje periodístico es tan pomposo y abigarrado que es justo lo contrario que encontramos en este libro. No me cabe la menor duda de que seguiré con el resto de entregas que componen la trilogía Escenas de una vida de provincias. Más reseñas en Cuéntate la vida y Club de catadores.
Trilogia de la Terra Fragmentada - N.K. Jemisin
Hace 2 horas
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