9 feb 2017

La ratesa - Günter Grass

Desorientado, extenuado y perdido en las intenciones de Günter Grass cuando escribió La ratesa, consulto la Wikipedia para contemplar, impávido y desolado, que este extenso e incomprensible texto aparece en su bibliografía en el apartado de novelas. "¡Ah, era eso! ¡Una novela! ¡Qué bobo soy!", me digo a mi mismo confiando en que los restos de la resaca literaria que me aturde una vez terminada su lectura desaparezcan pronto. Como no tengo ganas de dar más vueltas al asunto, le añado sumisa e indiferentemente la etiqueta correspondiente al post. "No te preocupes", intento calmarme sin demasiado éxito, "seguro que unos días está todo olvidado y de este libro quedarán tan pocos recuerdos como de lo que has soñado esta noche". Aún así todavía tengo que terminar este post, ¿y qué puedo decir, si en realidad no tengo ni idea de lo que he leído? No sé qué saldrá de aquí, en todo caso tengo que exorcizar esta pesadilla que me he metido en la cabeza o las toneladas de confusión que llevan consigo acabarán conmigo.

La idea que sobrevuela el libro es que el ser humano es, en esencia, un ser despreciable que con su forma de actuar va a conseguir eliminar todo rasto de vida en la Tierra. O al menos eso creo yo que es lo que el flamante premio Nobel de literatura de 1999 quiere expresar. Para ello, Grass compone una línea argumental principal en la que el autor-narrador establece un diálogo de tintes filosóficos con una rata que a modo de mascota, ha recibido como regalo de Navidad. El protagonista, sin que sepamos cómo ni por qué, se encuentra en órbita en una cápsula espacial y es, seguramente, el último hombre vivo. Esto de debe a que la humanidad, en su descerebrada pero característica lucha por el poder, ha desencadenado un holocausto atómico al que solo han sobrevivido las ratas, eternas compañeras-subproducto de la civilización, y unas pocas especies animales más sin mayor relevancia. Sin embargo, a este hilo conductor acompañan unos cuantos más a cuya presencia no siempre es fácil encontrar sentido. Se desarrolla por ejemplo la historia de Lothar Malskat, un pintor que falsificó los frescos medievales de la iglesia de Santa María de Lübeck en los años 1950s, cuando su labor real era restaurarlos. Tenemos también un grupo cinco mujeres capitaneado por una tal Damroka, que a bordo de una antigua gabarra rehabilitada están realizando aparentemente un estudio sobre la presencia de medusas en el mar Báltico, pero que en realidad buscan la localización exacta de la mítica ciudad de Vineta, ejemplo de buen gobierno repartido entre hombres y mujeres. Por otro lado a ratos somos testigos de una fantasía donde se mezcla ecologismo y los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Oskar Matzerath, el protagonista de El tambor de hojalata, también aparece como un hombre de negocios de casi 60 años que anda metido en las producciones audiovisuales para el mercado de video doméstico. Y claro, habiendo ratas y tratándose de una obra salida de la pluma de un escritor alemán, a nadie debería extrañar que la leyenda del flautista de Hamelin se trate desde mil perspectivas distintas, incluyendo influencias contemporaneas de la subcultura punk. Y la cosa no se queda aquí, no, hay más, pero ¿para qué seguir?

Estoy seguro de que el nobel alemán tenía sus intenciones al escribir sobre cada uno de estos temas. En algunos casos están bastante claras, sobre todo por su insistencia machacona a repetir lo mismo una y otra vez. La subtrama del falsificador de Lübeck (que todo hay que decirlo, se descubrió porque el propio pintor se autoinculpó) viene a denunciar la corrupción del gobierno de la RFA durante los 1950s. La lluvia ácida que asoló los bosques centroeuropeos durante los 1980s (recordemos que esta novela data de 1986) como ejemplo de catástrofe medioambiental es sin duda el porqué de esa pesadillesca, gilipollesca, soplapollesca trama donde pululan los altos cargos de la Alemania occidental junto a Hänsel, Gretel, Rapónchigo (más conocida como Rapunzel), Rúmpeles-Tíjeles (Rumpelstiltskin en su versión original), Caperucita Roja, Blancanieves, los siete enanitos y una interminable lista de personajes de cuentos de hadas. El diálogo principal autor-narrador y rata, así como otro hilo argumental que no he comentado sobre unos seres mutantes que comparten rasgos y características tanto de hombres como de ratas cuestiona el alcance de la ciencia y la tecnología humanas. Bueno, por no seguir aburriendo y también porque no he podido sacar mucho más en claro, quiero entender que habrá una crítica detrás de cada relato abordado. Pero es que la narración está muy hinchada. Es un hablar por no parar de hablar, sin freno ni mesura. Y el estilo no ayuda ni un ápice. Todo el texto está muy fracturado, no hay continuidad entre esas tramas inconexas, ni  coherencia en su desarrollo. Que habrá a quien le guste y le encuentre la gracia, pero desde luego yo no estoy en dicho grupo. El momento de terminarlo ha sido una liberación, dejar atrás un lastre, una carga pesada y agobiante con la que no he conectado lo más mínimo. Como resultado de tanto sufrir no me queda más opción que decir adiós a este autor por una larga temporada: Auf Wiedersehen, Herr Grass. Tenéis más reseñas en Footprints y Homo Libris, ambos encantados.

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