Imaginaos el escenario: una preciosa villa en la costa mediterránea francesa durante los dos meses de verano, un año cualquiera a mediados de los 1950s. Los protagonistas: Cécile, una adolescente de 17 años que acaba de suspender los exámenes. Su padre, Raymond, viudo, afectuoso y trabajador, pero también frívolo y vividor. A sus 40 años de edad colecciona novias más jóvenes que él, que cambia cada pocos meses. La última, Elsa, les acompaña en las vacaciones. Guapa, pelirroja, indolente, despreocupada, aún no ha cumplido los 30. Cyril, un estudiante de derecho de veintitantos años. Pasa los veranos en casa de su madre en la Costa Azul y se enamora perdidamente de Cécile. Un par de semanas después de comenzar el descanso veraniego se presenta en la casa Anne, antigua amiga de la familia por parte de la difunta madre. También en los 40, guapa, elegante, sofisticada, culta. En pocos días el ambiente se agria, pues Raymond planta a Elsa y anuncia que Anne y él se casarán a principios de octubre en París. Cécile ve amenazado su estilo de vida distendido y sin preocupaciones por este matrimonio. Sin ir más lejos Anne no tarda en pedirle que se olvide de Cyril y estudie para los exámenes de septiembre, cosa que a tanto a ella como a su padre les traía totalmente sin cuidado. A corto plazo ve sus vacaciones arruinadas; a largo considera que la fuerte personalidad y carácter de Anne va a anularles como individuos. Así pues, decide que ha de deshacerse de ella y para ello maquina un plan demencial -implicando en el mismo a Elsa y Cyril-, para forzarles a romper el compromiso.
Hay un factor muy importante a la hora de evaluar la calidad de esta novela: Françoise Sagan la escribió cuando tan solo tenía 18 años. Al margen de posibles referencias autobiográficas, (que sin duda las hay, pues la novelista era hija de unos adinerados empresarios y ella misma llevaba una azarosa vida repleta de fiestas, alcohol y drogas), Buenos días, tristeza destila una inmadurez y candidez literaria producto inevitable de la extrema juventud de su autora. Esta característica se revela al lector al primer intento de Cécile de perfilar la personalidad de Anne: abundan las frases con ínfulas y los calificativos presuntuosos; el resultado deja bastante que desear porque le falta la experiencia necesaria para caracterizar con acierto sus motivaciones. Con todo y eso, no me parece que sea una mala novela si no olvidamos precisamente que la escribió una adolescente de 18 años. Es más, sin duda es éste el factor que la hace atractiva: refleja exactamente el tipo de preocupaciones e intereses que puede tener una jovencita bien acomodada, caprichosa y de vida resuelta cuando las cosas se le ponen en contra. Y además usa exclusivamente el lenguaje y los recursos al nivel de su madurez. En definitiva, un retrato fidedigno de la edad del pavo y por extensión, de lo ridículo que resulta el comportamiento humano en todos los estadios de la vida. Más reseñas en Un libro al día, que no fallan en mis últimos posts, y Bibliolocura.
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
Hace 7 horas
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