Empezaré el post de hoy dando unas breves pinceladas de la trama de En Alas de la Canción. La acción transcurre en un futuro próximo distópico. En los estados centrales del EEUU (el llamado cinturón agrícola) los meapilas cristianos han impuesto su mojigata visión de la vida restringiendo todo lo que signifique jolgorio y cachondeo, bien mediante leyes expresas, bien a través de la presión social que se deriva de su moral puritana. La tecnología que permite 'volar' se encuentra entre los primeros y la música, que se usa como catalizador de estos 'vuelos' entre los segundos. ¿Y en qué consiste 'volar'? Bueno, lo cierto es que no se llega a detallar pero todo hace pensar que se trata de un viaje astral, entendido como una placentera experiencia extracorpórea en que la mente se desvincula del cuerpo que la sostiene y pasa a experimentar la realidad directamente, trasladandose de un lugar a otro del planeta casi sin límitaciones físicas. Por contra, en los estados de la costa este las cosas son bastante más relajadas y 'volar' es una opción más de ocio para el tiempo libre. Tras una terrible experiencia con la Ley cuando aún es un adolescente, nuestro protagonista, Daniel Weinreb, que vive en un poblacho agrícola de Iowa, decide que lo que verdaderamente le gusta es la música y que tiene que experimentar en sus propias carnes en qué consiste 'volar'. Por casualidades del destino se enamora de la hija mayor del terrateniente neofeudal que controla la comarca, con quien contrae matrimonio al poco tiempo y con apenas 20 años. Cuando camino de su luna de miel por Europa los recién casados hacen escala en Nueva York, se deciden a 'volar' por primera vez en sus vidas. Es entonces cuando las cosas se tuercen dramáticamente: Boadicea, que así se llama la novia, entra en coma y no vuelve del 'vuelo'; por su parte, Dan se convierte en un residente temporal de la gran ciudad y pasa serias dificultades económicas durante largos años, pero a base de tesón, perseverancia y muy pocas cortapisas morales, termina labrándose una carrera musical repartida al 50% entre la seriedad y respetabilidad del bel canto y los musicales más frívolos.
Este título representa un punto de inflexión absoluto en mi limitada percepción de la obra de Thomas M. Disch. Es cierto que en lo que va de año me he rendido incondicionalmente a él en con las tres anteriores novelas suyas que tengo en mi haber (Los Genocidas, 334 y Campo de Concentración), pero en ésta me da la impresión de que el autor se deja de zarandajas sin importancia (tan triviales como puedan ser construir una historia con argumento) para lanzarse al proceloso mundo de las alegorías. Es lo único que se me ocurre para darle algo de sentido a esta narración, elaborada sobre una multitud de elementos cogidos con alfileres por aquí y por allí que la hacen avanzar, sí, pero a modo de bildungsroman sin hoja de ruta definida. Por ejemplo, hay bastantes personajes de diferente trascendencia en la evolución del protagonista que desaparecen sin más, y cuando ya estaban casi olvidados se retoman in extremis a pesar de que su reincorporación no aporta ni resuelve absolutamente nada. También destacaría la sensación de haber leído una serie de relatos cortos inconexos que solo comparten la presencia -a veces meramente testimonial- del protagonista. En realidad, me ha resultado un libro tan falto de cohesión, que no me ha quedado más remedio que divagar y preguntarme si es que no habría algo más. Entonces se me ha ocurrido que estaba ante una alegoría por partida doble. La primera: la importancia de la búsqueda incansable de los sueños personales para la realización del ser humano, todo ello personificado en Dan y su empeño en llegar a ser un gran cantante a toda costa. La segunda: una defensa vehemente de la libertad y el derecho a elegir del hombre, que evidentemente se materializa en el concepto de 'volar'. Y que conste que si he interpretado esto es por intentar quitarme de la cabeza la sensación de haber malgastado el tiempo.
Como puntos positivos diré que los abundantes diálogos hacen que la novela se lea muy fácilmente. También admito que en los pocos momentos en que los elementos de ciencia-ficción distópica entran en juego, me han sorprendido por su originalidad. Pero ni las posibles alegorías, ni las críticas a la nefasta influencia de la religión en la sociedad americana, ni la total normalidad con que la homosexualidad forma parte de la vida del Daniel,... Nada, ni siquiera un soborno, conseguirá que recomiende este libro. Y me da igual que aparezca en respetadas listas que recopilan lo mejor de la ciencia ficción. Bueno, sobre el soborno... me lo puedo pensar.
Tenéis otras críticas en el Sitio de Ciencia-ficción, con cuyo reseñista nunca he estado más en desacuerdo, y en El Jardín del Sueño Infinito, cuya opinión tampoco comparto.
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
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