Ijon Tichy acude como invitado al Octavo Congreso de Futurología que se celebra en un Hilton de alguna ciudad costera ficticia en Centroamérica. En el descomunal hotel se reúnen cientos de congresistas profesionales de diferente pelaje convocados a los más variados eventos, entre los cuales se puede palpar la gran conflictividad social que existe en la Tierra. Tanto es así que pronto empiezan a sucederse los atentados y ataques de varios grupos allí reunídos. Las fuerzas policiales responderán a los mismos con todo su arsenal psicoquímico: en lugar de gases lacrimógenos las bombas que arrojan para controlar los disturbios extienden unos vapores que infunden un amor incontrolable al prójimo, un arrepentimiento sincero por las malas acciones cometidas, una pena inconsolable por el daño causado. Como consecuencia de los enfrentamientos Tichy caerá en coma y será criogenizado a la espera de que en un futuro se pueda salvar su vida. Durante los años que pasa en suspensión, el desarrollo de las sustancias psicoactivas para controlar a la población llegará a tales cotas que cuando sea reanimado en 2039 se encontrará con una sociedad utópica sin guerras y con la población con todas sus necesidades cubiertas. Es lo que se ha venido a denominar farmacocracia, un sistema de gobierno en que la existencia de los ciudadanos de una hiperpoblada Tierra están en todo momento bajo los efectos de una asombrosa variedad de psicoquímicos distribuidos por el Estado.
El congreso de futurología es una novela corta que mezcla distopía y humor negro a partes iguales. Stanisław Lem juega con elementos disparatados más o menos durante la primera mitad para exponer que el descontento de la sociedad es generalizado y que los estados no dudan en combatirlo con técnicas despiadadas, aunque no violentas. Esto, las cosas como son, llega a hacerse un poco cansino. Al fin y al cabo todo lo que podemos leer hasta llegar al ecuador del libro no son más que ocurrencias muy ingeniosas, no lo voy a negar (a destacar sin duda los divertidísimos neologismos que acuña, por otro lado tan habituales en su obra, pero que en esta ocasión encajan muy bien en el texto). El problema es que descabellada o no, esta parte de la narración tienen poco o ningún peso en la historia.
En la segunda mitad el autor polaco cambia el tono y coquetea con elementos muy comunes en la obra de Philip K. Dick: la percepción de la realidad desde estados alterados de conciencia que se alcanzan con drogas psicoactivas. La existencia de esta sociedad futura utópica permitirá a Lem exponer problemas que en 1971, cuando escribió el libro, eran simples amenazas, pero que a fecha de hoy empiezan a comprometer la vida sobre nuestro plantea: desastres medioambientales, superpoblación, agotamiento de recursos naturales, los mass media como herramienta de control, vigilancia estatal generalizada, etc. Y no cabe duda de que su pronóstico sobre la psicoquímica no pudo haber sido más certero. En 2018 la policia sigue reprimiendo las revueltas y los altercados a base de golpes, pero la variedad de fármacos psicoactivos disponible para uso terapéutico es interminable: ansiolíticos, antidepresivos, somníferos, sedantes, analgésicos, etc.
La novela es fácil de leer y se termina en un santiamén. Lo cual en este caso es una pena porque la cuestión de fondo da para mucho y a mí me ha sabido a poco. Tenéis más reseñas entre mis blogs habituales: el Sitio de Ciencia-Ficción, Crónicas literarias y La esquina de ese círculo.
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
Hace 7 horas
2 comentarios:
Muchas gracias por el link, Cities. Me alegro de que te haya gustado.
Cuando la leí esta primavera advertí precisamente eso. Hay dos partes muy claras en la novela. Tanto que si uno coge una de las primeras páginas y otra de las de en medio nadie diría que es la misma obra. En mi caso, disfruté mucho con la primera mitad y me costó entrar en la segunda. Parece que tú conseguiste entrar de lleno porque estabas aburrido ya de tanto futurólogo pesado, tanta bomba de amor al prójimo y tanto neologismo.
No comentas nada del final. Para mí es una maravilla. ¿A tí que te parece?
@Lucas Despadas: Bueno se veía venir un poco, ¿no crees? Es una solución que en otros contextos generaría mil improperios por mi parte pero que aquí, dado el tema tratado, encaja muy bien. Además yo juraría que el propio Tichy deja caer sus sospechas en alguna ocasión a lo largo del texto.
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