Los seis relatos cortos incluidos en
Arde hasta el fin, Babel (por la extensión de algunos de ellos, novelas cortas más bien), comparten un tono general inquietante y misterioso que los hace terriblemente atractivos. Los escenarios en que transcurren nos resultan cotidianos y familiares, pero
Diego Vaya consigue que transmitan el desasosiego propio de los mejores cuentos de terror dejando entrever que las cosas no van del todo bien, ya sea en una urbanización de adosados de las afueras, una aldea perdida en un valle de difícil acceso o en la vivienda/estudio que un escultor se ha construído en las montañas. El uso de ciertos clichés del género (escenarios nocturnos y/o desolados, la niebla sempiterna que hace imposible avanzar por la carretera, localizaciones aisladas, etc.), lejos de molestar, resulta perfectamente natural en el tono general de extrañeza de las narraciones. A las circunstancias enigmáticas se une el bagaje personal y emocional de los personajes: ya sea por el abuso escolar, la muerte de un familiar o la depresión, las cosas no han sido fáciles para ninguno de ellos. A pesar de que los textos se leen de manera independiente, hay una cierta globalidad en toda colección que se consigue no solo por las sensaciones e intenciones que proyecta, sino también por una serie de personajes que cruzan transversalmente algunos de ellos. Se trata de la
familia Rey, de la cual
"en dos generaciones se tiene constancia de cuatro asesinos y cinco artistas". Ya sean protagonistas, secundarios o meros figurantes, su mitología consigue enriquecer los cuentos aportandoles cohesión. Los títulos son:
- Fata morgana
- Los padres de la chica desaparecida
- Más allá del valle
- Vida de Julio Rey
- Las horas muertas
- La obra maestra
La prosa del autor sevillano es densa pero accesible. Resulta muy fácil sincronizarse con lo que en muchas ocasiones no es sino un hilo de conciencia. Hay veces también en que los narradores, obsesivos y maníacos, anudan frase tras frase en torno a un elemento común que se repite en todas ellas, aportando un ritmo y cadencia que nos hace conectar bien con sus trastornos. Esta característica me ha recordado irremediablemente a
Thomas Bernhard, y ya puestos a citar escritores fetiche de este blog, sin duda hay que mencionar a
James G. Ballard, cuya sombra sobrevuela unos escenarios urbanos llenos de desazón e intranquilidad. Por otro lado dentro de un mismo cuento el texto adopta formatos de lo más variopinto, lográndose así que la lectura sea más ágil y entretenida: diarios personales, transcripciones de chats de Internet, relatos oníricos, reseñas de obras ficticias, etc. También tengo que reconocer que me ha resultado un poco molesto que
Vaya no sepa poner freno a los símiles, que en suelen aparecer en enumeraciones más largas de lo necesario. Para mi gusto con uno o dos es más que suficiente para asombrar al lector; pasando de ahí me parecen forzados y entraríamos en lo que a mí me resulta una exhibición algo vanidosa de habilidades. De todas formas se trata de un inconveniente menor, esta colección de cuentos ha sido una sorpresa muy agradable y he disfrutado mucho leyéndola. Si por algo destaca, es por su capacidad de generar malestar apenas sugiriendo, dejando que sea nuestra propia imaginación la que nos desborde con todas las posibilidades que ofrecen los elementos sin aclarar. No puedo hoy enlazar otras opiniones de este libro porque se trata de una novedad editorial y me temo que no he conseguido encontrar reseñas.
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