3 feb 2013

Helada - Thomas Bernhard

Que Thomas Bernhard no es un autor fácil no es ninguna novedad. Que su prosa puede llegar a ser enrevesada y difícil, tampoco. Como tampoco digo nada nuevo al comentar que se dedica a plasmar en sus obras sus obsesiones particulares: la soledad, la enfermedad, la muerte, la vejez, la locura, el rechazo al Estado, a la vida en el campo, etc. Quizás la única primicia que pueda incorporar en esta reseña es que todos esos componentes alcanzan en Helada proporciones que no había visto en las otras novelas y relatos suyos que he leído con anterioridad.

En esta ocasión, el protagonista es el Sr. Strauch, un pintor ya anciano que pasa sus días en Weng, un desolador pueblo de montaña que en el momento en que trascurre la trama, pleno invierno, sufre temperaturas muy bajas, grandes nevadas y constantes heladas. Sus reflexiones al límite de la cordura nos llegan a través de un estudiante de medicina de veintipocos años que sigue al artista a petición de uno de sus hermanos, cirujano en el hospital en donde el joven hace sus prácticas. La intención del doctor es que su pupilo analice discretamente el estado mental y físico del excéntrico artista, puesto que ambos no se hablan desde hace años.

Al igual que ocurría en Transtorno con el hijo del doctor y el Principe Saurau, en esta ocasión es el estudiante-narrador quien se dedica a transcribir las conversaciones y confidencias que el pintor le hace durante los desesperados paseos que comparten a través de la montaña devastada por el frío y la nieve. Lo cierto es que el clima extremo imprime unas opresivas y claustrofóbicas condiciones de supervivencia tanto a los protagonistas como a los embrutecidos habitantes de la zona, algo que inevitablemente termina por transferirse al lector. Sólo al final y a través de las cartas que escribe a su mentor, conocemos su opinión personal sobre el artista retirado. Pero en esos momentos está ya tan impregnado de su lógica enfermiza e irracional, que en realidad parecen redactadas por el propio pintor.

En fin, no es una lectura sencilla. Por momentos resulta muy complicado seguir los razonamientos del viejo, que tan pronto afirma un hecho como lo niega como deduce la nulidad del mismo a través de una retorcida argumentación. En esos casos nos sentimos como el estudiante, que en sus propias notas indica que no consigue entenderle. Sin embargo por lo general es un placer entregarse a los dictados autodestructivos del pintor, pues ponen de manifiesto la falta de sentido de la vida, la podredumbre de la sociedad, su crueldad, etc. Algo que desde luego, siempre será bienvenido en este humilde blog.

Más reseñas de este libro en El Diletante de Kobernauss y Sólo de Libros.

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