Termina el año 2017 y termino con él el último volumen de la 'Trilogía del mar' de William Golding. Se podría decir que Fuego en las entrañas es tan prescindible como la segunda entrega. Es curioso, pero a pesar de todas las pestes que eché al reseñarlo, Ritos de paso es el único libro de la serie que me ha dejado un buen recuerdo en cuanto a trama elaborada y con un desarrollo bien trabajado. Otra cosa es que desde mi punto de vista tuviera ciertos fallos de credibilidad, pero desde luego los dos tomos finales no son más que una agotadora retahíla de correrías en alta mar en el maltrecho buque que ha de llevar a los protagonistas a Australia.
Para el joven Edmund Talbot, el tramo final de su viaje por mar y su llegada a Sidney (más exactamente y por aquel entonces a Sydney Cove) supone la culminación de su crecimiento personal y entrada en la vida adulta. Así, forja una estrecha relación de amistad y de camaradería viril marinera con el teniente Summers, el segundo de a bordo original. El recién llegado teniente Bénet, procedente del Alcyone (ver Cuerpo a cuerpo), se destaca como una mente brillante que ayuda a reparar con éxito los masteleros rotos mediante una atrevida y peligrosa técnica ideada por él. Esto le gana el favor del capitán, quien lo toma como su hombre de confianza, provocando que el tándem Talbot/Summers se enfrente con él. Por otro lado, la admiración y atracción que tanto Bénet como Talbot sienten por la señora Prettiman no hace sino exacerbar las diferencias entre ambos. Esta trama emocional donde se entremezclan amor y odio se ve salpimentada por relatos extenuantes sobre la navegación y sus complicaciones. Los problemas para hallar la latitud. Las tormentas. Los suministros en progresiva escasez. Los icebergs. La calma chicha. En fin, capítulos y capítulos que por momentos hacen que la narración caiga de lleno en la novela de aventuras y que a mí personalmente me han parecido inaguantables. Bueno, como todo el libro, ¿a quién quiero engañar?
No voy a seguir hablando de la llegada del buque a Australia; ni del reencuentro de Talbot con su amada, la señorita Chumley; ni del golpe de suerte del protagonista que resolverá su delicada situación económica; ni de la mofa con que él mismo se toma la jerga naútica y sus enrevesados términos para definir las partes del barco. Hay muchas subtramas, algunas de las cuales se resuelven forzadamente, así que, ¿para qué seguir? Por poner punto final a esta pérdida de tiempo, insistir en que con el primer volumen sobra para una vida entera. Si la presencia de críticas en la blogosfera es indicadora del interés que una novela despierta en los lectores, el hecho de que no haya podido encontrar ninguna de los tomos segundo y tercero permitiría avalar mi afirmación anterior, o al menos levantar ciertas sospechas sobre la calidad de los mismos.
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
Hace 2 horas
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