La trama es muy sencilla, a John le abandona su mujer una mañana. Janet se marcha a viajar por el mundo y él se queda solo en sus quehaceres diarios. Trabaja elaborando índices para una editorial. También hace de asistente doméstico de una anciana dos o tres días por semana. Este era su pequeño secreto, algo que ha influido sin duda en que su esposa se decida a dejarle. El primer día de la separación le da un ataque de hipo que no se le pasa por más remedios que intenta. Conocemos a su familia, marcada por el asesinato hace unos 20 años de su hermana mayor con tan solo 17, cuando volvía sola de una discoteca. En la boda de su otra hermana conoce a Wasia, una chica inglesa de origen indio, con quien parece va a tener un affair sexual, pero que sólo está interesada en fotografiarle a él y a su parentela. Pasan más cosas sin relación las unas con las otras. Un dia sale de fiesta con Wasia y sus amigos. Otro día ayuda a un amigo de la familia a comprarse un coche. Y esto. Y aquello. Pasa un mes y su mujer vuelve. Se le pasa el hipo. Se acaba la novela y en un golpe de ingenio que te mondas de risa nos encontramos con un índice alfabético de las materias tratadas.
En definitiva ni el plantel de personajes extravagantes, ni el drama familiar (el asesinato de la hermana), y mucho menos el personal (abandono de su mujer) consiguen lograr el efecto buscado, ya sea provocar la risa por un lado, o tocar la fibra sensible por otro. Al margen de que los intentos de emocionar son bastante deplorables, veáse si no la cita:
Al final de aquel mes con hipo, lo que entendí fue que no tenía un concepto formado de mí mismo, salvo como objeto del amor de Janet. Es así de duro, y puede parecer patético. Pero al fin y al cabo, ¿qué somos cualquiera de nosotros sino el constructo del amor de los demás? [...] ¿Qué hacemos de nosotros si no tenemos a nadie que haga algo de nosotros, a nadie en quien confiar?¡Brrrrrrr! ¡Los pelos como escarpias se me ponen al leer algo tan bien escrito! Por si esto no fuera bastante, la narración peca de una característica típica de los libros de humor contemporáneos que transcurren en Londres y que a mi personalmente me enerva bastante: está pensada para los londinenses y por tanto, se pasan todo el rato metiendo referencias y coñas propias de la ciudad que evidentemente, al resto de posibles lectores les son desconocidas. Así pues decir por un descuido que el protagonista vive en Brixton en lugar de Putney se supone que tiene un montón de matices que son un descojono. Y cuando cuenta que para ir a Camden Town ha pasado por Lambeth saliendo desde Streatham (es un decir), está evocando maravillosos paisajes inaccesibles para el lector de la Garrotxa, la Vaucluse o la Turingia. También al mencionar hábilmente que prefiere hacer la compra en el mercado de Clapham en lugar de ir al Tesco está creando un vínculo muy estrecho con quienes saben del tipismo cockney del lugar y no hace falta decir más. Y si nos ponemos a hablar de los pubs y bares de Wandsworth ya te has ganado a los más reacios. Todo lo cual, como técnica literaria, a mi me parece terriblemente pobre. Por lo que he podido curiosear por Internet, el autor es una eterna nueva promesa de las letras británicas. Tiene también publicado en español El Rey de los Tejones, una novela negra que recuerda un poco a la serie Broadchurch pero en un pueblo de interior. Espero que sea mejor que la que he reseñado hoy, porque tela marinera qué cosa tan mala. Tenéis más opiniones de esta fulaña en Página/12, donde con mucha elegancia se deja ver que no es precisamente lo que se dice un buen libro.
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