5 jun 2021

Los fabricantes de armas - Alfred E. van Vogt

No seré yo quien le quite importancia a Alfred E. van Vogt dentro de la ciencia-ficción. Vaya por delante mi reconocimiento a la originalidad de las ideas que se incluyen en Los fabricantes de armas. Ideas y conceptos que impresionan más todavía si consideramos que la novela data de 1943. La idea de teletransporte con unos dispositivos denominados transmisores vibratorios; la mejora de las capacidades racionales humanas mediante técnicas de entrenamiento mental; la máquina Pp, un aparato que permite medir cualidades humanas (altruismo, valor, buena voluntad, etc.), la posibilidad de efectuar una distorsión del tiempo, y un largo etcétera. De hecho, como ya comenté hace más de diez años (¡glups!) en El mundo de los No-A, muchos de sus planteamientos influyeron en Philip K. Dick. Sin ir más lejos, la Armería, la organización a que se hace referencia desde el título, es una megacorporación que tiene tanto poder como el gobierno Imperial de la dinastía Isher, y ambos llevan cuatro milenios gobernando en la Tierra. También y como curiosidad, se describe una forma de publicidad flotante que es tan agresiva que persigue a los transeúntes e incluso puede provocar fatiga ocular (para lo cual ya se han diseñado medicamentos que mitigan sus efectos). Esto es Dick antes de Dick, por tanto es de justicia reconocer el mérito a quien ha concebido dichas ideas.

Pero por desgracia no es todo tan bonito, tal y como el lector avezado podrá deducir por el tono concesivo-adversativo del primer párrafo. De hecho he encontrado decenas de inconvenientes.

En la contraportada se indica que la novela se publicó originalmente en forma seriada en la revista Astounding Science Fiction, así que responde a un formato muy de la época, concebido para provocar un asombro cada vez más descomunal y descontrolado a cada capítulo que pasa. Y claro, de ahí no puede salir nada bueno. La acción transcurre a matacaballo, con una velocidad agotadora que se ve reforzada por la constante premura de Robert Hedrock, el protagonista, que repite a cada poco que cada minuto cuenta, que ya han pasado diez minutos desde este hecho o áquel, y que su vida depende de terminar a tiempo tal o cual acción en menos de media hora, antes de mañana a las 11am, o si puede, ganando una hora extra de plazo. Porque ésa es otra, hay unos niveles de acción y de cambios de contexto que aunque no resultan difíciles de seguir, te hacen pensar que el único objetivo es impresionar al lector cueste lo que cueste. Maravillarlo con mil y un inventos y aparatos cuyas propiedades fantásticas (por más que el canadiense pretenda describirlos desde la ciencia), podrían ser instrumentos mágicos por lo absurdo de los planteamientos pseudocientíficos en los que se basan. Con decir que hay naves espaciales que alcanzan velocidades de 6,5 millones de Kms/s creo que basta.  

Una vez acepatadas las premisas del texto, hay que reconocer que el desbarajuste a que asistimos queda bastante bien resuelto conceptualmente. Las revelaciones que nos llegan sobre el personaje principal, que es inmortal, empiezan a componer un cuadro muy ocurrente dentro de la trama de intriga que enfrenta a la emperatriz Innelda Isher y a la Armería. Eso sí, con decenas de giros producto de lo que a todos los efectos podríamos considerar Deus ex machina, por más que se contemplen como distorsiones del espacio-tiempo, teleportaciones, viajes en el tiempo, etc. etc. En definitiva, no voy a ocultar que en esta novela hay ideas brillantes que no se pueden ignorar, pero globalmente es un despropósito. Ni siquiera inclina la balanza a su favor el hecho de que asistamos a alguna que otra consigna propia del pesimismo filosófico, por ejemplo cuando el protagonista expone su desconfianza en la naturaleza humana. La cosas como son: a nivel literario este libro es una pérdida de tiempo total y absoluta..

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