20 nov 2020

Quedan los huesos - Jesmyn Ward

Esch es una adolescente que vive con su padre y sus tres hermanos en una casa destartalada en Bois Sauvage, un pueblo ficticio en la costa del estado de Mississippi. Malviven y malcomen con el poco dinero que su padre, alcohólico, consigue haciendo algunas chapuzas. Estamos en plena temporada de tormentas tropicales, que azotan el golfo de México. Pero los chavales no se las toman demasiado en serio. Tienen sus propias preocupaciones. El primer gran amor en el caso de Esch y un posible embarazo. Y si hablamos de sus dos hermanos mayores, sacar adelante una camada de pitbulls y conseguir una beca para un campamento de verano de baloncesto, respectivamente. Sin embargo su padre empieza a prepararse de manera obsesiva para hacer frente al próximo huracán, al que servicios de meteorología han bautizado con el nombre de Katrina.

Quedan los huesos es una novela con un lenguaje muy simple y accesible, muy directo. Usa casi exclusivamente el presente de indicativo. Solo recurre al tiempos verbales en pasado para explicar, a modo de flashback, el origen de aquellos temas que afectan al discurso de la joven narradora protagonista. El texto se elabora en casi su totalidad a base de frases simples, muy cortas además. Una  estructura muy sencilla de sujeto, verbo y algúnos complementos. Hay yuxtaposiciones, aunque con poco elementos. También frases coordinadas copulativas. Los verbos en presente y las frases cortas consiguen imprimir a la narración un ritmo de avance que reproduce una manera asombrosa el tiempo real. Casi podemos notar cómo transcurren los segundos a medida que se desarrolla la acción. Jesmyn Ward ha conseguido dotar al texto de un tempo muy cercano a la velocidad e intensidad con que un adolescente ve pasar la vida. Todo es nuevo, todo está por hacer y descubrir. Aunque también es verdad que al menos yo he terminado un poco cansado de ese constante ir y venir. Es como si estuvieramos acompañando a los personajes en sus correrías por los bosques de Bois Sauvage. Y al menos en mi opinión la trama se estira más de lo necesario y nos cuenta decenas de cosas que no aportan mucho al tema de fondo.

Los protagonistas son afroamericanos y pobres de solemnidad. A pesar de la terribles condiciones en las que viven, tanto ellos como la mayoría de personas en su entorno se caracterizan por un gran corazón. Se preocupan los unos por los otros con un interés verdadero que nace del cariño auténtico. Actúan con una dignidad, una humildad y una honradez tan devastadora, que uno no puede evitar preguntarse por qué aceptan con mansedumbre las adversidades que padecen. Por qué los golpes que reciben (y reciben muchos), ni siquiera parecen afectarles. Sin embargo saben que sus vecinos más acomodados, casi todos blancos, evidentemente, tienen acceso a un montón de recursos y posibilidades que les están vedados. Han interiorizado esa diferencia social/de clase desde su nacimiento y se resignan. Aceptan un destino tan terrible como si fuesen monjes budistas que han alcanzado el nirvana. Al fin y al cabo de la pobreza y la marginalidad es muy difícil salir. Es verdad que Ward procede de un entorno rural y de una familia muy humilde, lo cual hace pensar que hay mucho de autobiográfico en esta historia. Esta autora sería por tanto un ejemplo de que es posible romper ese círculo vicioso de nacido pobre-muerto pobre. Pero no nos engañemos, los telediarios están llenos de casos que nos muestran que lo habitual, con diferencia, es contrario. En este sentido la obra resulta conmovedora y brutal, pues expone las miserias de la sociedad humana sin miramientos. Quema la sangre pensar que es así. Pero peor aún es ser consciente de que nada va a cambiar.

2 comentarios:

Marcelo Zuccotti dijo...

Ha hecho mucho ruido su novela posterior, razón por la que me incliné por este título, uno de los seis escogidos para concluir el año (si pudiese).
Una pregunta me surgió de leeros: ¿cómo se impone la marginalidad, y quién vela por su cumplimiento?
Gracias por la (siempre honesta) reseña.
Un abrazo.

Cities: Moving dijo...

@Marcelo Zuccotti: La pobreza llama a la marginalidad. No siempre, pero sí en un 95% de los casos. Y tenemos un sistema económico que excepto en contados países, no se caracteriza precisamente por pagar salarios dignos. Gracias por pasarte por aquí y por tus elogios.

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