Después de pasar un semestre loco en Berlín durante su primer año en la universidad, el joven Roland decide, a instancias de su padre, trasladarse a una universidad muy prestigiosa pero situada en una ciudad pequeña. El propósito de este cambio es, evidentemente, alejarse de la tentaciones nocturnas para poder centrarse en los estudios. En este otro centro de enseñanza se matricula en literatura extranjera, quedando totalmente arrobado por la personalidad y conocimientos de su profesor de literatura inglesa. Entre el catedrático maduro y el estudiante se establece una relación maestro/discípulo muy íntima, hasta tal punto que el entusiasmo y admiración del joven convencen al erudito para que aborde su eterno y nunca realizado proyecto de escribir un ambiciosa obra sobre Shakespeare y el teatro, titulada La historia del Teatro del Globo. Sin embargo a medida que el vínculo entre ambos se hace más estrecho, el profesor empieza a tener un comportamiento errático y tan pronto es amable y atento un día, como desagradable y distante al siguiente. Esta volubilidad de carácter desespera a Roland, quien idolatra a su mentor. Cuando lo consulta con la esposa de éste, mucho más joven que su preceptor y que apenas se comporta como tal, pues se conduce siempre con él de manera indiferente y formal, no obtiene más que evasivas, aun cuando es obvio que la mujer no se sorprende lo más mínimo por lo que está pasando. Una vez terminada la primera parte del libro, que Roland está transcribiendo a medida que su maestro dicta, la situación entre ambos se vuelve insoportablemente tensa, lo cual forzará al catedrático a revelar una vergonzosa verdad sobre sí mismo que en realidad es un secreto a voces para todos quienes le rodean.
Confusión de sentimientos es otra de esas historias intemporales sobre la relaciones humanas que tan bien se le daban a Stefan Zweig. En esta ocasión el novelista opta por un enfoque biográfico, haciendo que sea el protagonista quien a sus 60 años rememore y relate en primera persona una agridulce historia de devoción que nunca ha confesado a nadie, pero que le marcó de tal forma que le decidió a emprender él mismo la docencia. Una vez más el autor austriaco consigue transmitir a la perfección las sensaciones que nos embargan cuando nuestros sentimientos se ven vapuleados. El texto capta a la perfección la ingenuidad, la sorpresa y la estupefacción que la ambigua relación que se establece entre el pupilo y el mentor causa en el primero. De igual manera, lo que debido a su propia inocencia permanece oculto a Roland, se manifiesta evidente al resto de personajes, quienes por prudencia, discreción y decoro solo se atreven a mencionarlo mediante alusiones e insinuaciones. Porque queridos lectores, digámoslo a las claras: el profesor estaba locamente enamorado del estudiante. Sí, sí, enamorado hasta las trancas de un muchacho atractivo, atento e inteligente que le profesaba una admiración sin igual. Y claro, la homosexualidad en 1927, fecha de su publicación, no era plato de buen gusto. Más bien todo lo contrario: era fuente de oprobio, de vergüenza; sinónimo de depravación, de marginalidad, de criminalidad; objeto de burla, de humillación, de persecución policial. Bueno, poco más o menos como en 2017 en el 95% de países del mundo. Sin embargo resulta asombroso el tratamiento tan respetuoso y comprensivo que hace Zweig del pecado nefando en esta novela corta. Demuestra una habilidad pasmosa para por un lado, decir sin descubrir, y por otro, para captar todos los matices asociados a un hecho que todavía hoy, puede causar un profundo trastorno tanto en los individuos como en sus familias.
En fin, tampoco puedo añadir mucho más sin repetir lo que vengo diciendo de cada novela o relato que leo de este malogrado autor. Admito que su prosa y sus formas son tan correctas que pueden parecer un pelín cursis y demodé en ocasiones, pero los méritos superan con creces esa ligera rigidez que a veces destilan sus textos. Por lo menos desde mi punto de vista. Tenéis más reseñas en Lectura y locura, La tormenta en un vaso y El placer de la lectura. Por cierto, visto el secretismo con que todos los blogs o incluso las notas de contraportada de la edición de Acantilado tratan la cuestión principal del libro, tengo la impresión de que igual he destripado la esencia de la trama. Me ha dado por curiosear otros libros de Zweig publicados por esta misma editorial y no se muestran tan discretos resumiendo el argumento (véase Ardiente secreto, Carta de una desconocida o El amor de Erika Ewald), así que no termino de entender esa repentina prudencia y recato en la información.
Luis Carlos Barragán Castro: Parásitos perfectos
Hace 8 horas
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