Titán es una novela de 1979 que pertenece a ese subgénero de la ciencia-ficción de exploración de objetos espaciales fabricados por inteligencias extraterrestres. Si la literatura prospectiva también se rige por tendencias, todo parece indicar que los 1970s fueron los años para escribir sobre este tipo de megaestructuras. Otros ejemplos serían Mundo anillo de Larry Niven, que data de 1970, y Cita con Rama de Arthur C. Clarke, de 1973. Las particularidad de la que hoy me ocupa es que a diferencia de las dos anteriores, este satélite-mundo artificial de aspecto toroidal aún está habitado, aunque con signos evidentes de deterioro tanto en los aspectos biológicos como en los ingenieriles. Pero vayamos a la trama.
Cirocco Jones (en español el nombre se presta a cierto cachondeo) es la capitana de la Ringmaster, una nave espacial científica con destino a Saturno. Cuando se aproximan al planeta de los anillos detectan un extraño objeto artificial nunca catalogado que orbita en torno suyo. La nave se aproxima con la idea de atracar y explorar el interior de esa extraña superestructura, pero es atacada y absorbida por ella sin que medie provocación. Tras un periodo indeterminado de tiempo que la protagonista pasa a medio camino entre la inconsciencia y la semiconciencia en suspensión sensorial, Cirocco aparece de pronto en la superficie de uno de los ecosistemas habitados que existen en el interior del toroide. Empieza entonces a buscar a sus compañeros -la mayoria de los cuales manifiestan extraños cambios de conducta tras el periodo de aislamiento-, se tropiezan con especies animales -algunas de las cuales son inteligentes-, exploran los aspectos estructurales que soportan ese mundo artificial, y un largo etcétera que tampoco voy a desgranar para no cansar.
No voy a andarme por las ramas: la novela me ha parecido bastante insustancial porque es poco más que otra estúpida space-opera con los personajes viviendo aventuras con seres fantásticos en el interior de un mundo increíble y asombroso de dimensiones colosales (o quizás mejor, titánicas). Luego está todo el esfuerzo dedicado a describir el objeto a nivel estructural. Yo no sé si se debe a que John Varley no se ha sabido expresar con suficiente claridad, a que yo soy especialmente torpe para imaginar objetos tridimiensionales en base a símbolos lingüísticos o a que se ha perdido mucho en la traducción, que esa es otra porque vaya circo la traducción, todo el rato llamando "coca" a lo que quiero pensar que es Coca-Cola, "gracias por la coca", "quieres café o coca", "oh, mataría por conseguir algo de coca", etc. En fin, la cuestión es que visto que no había más que lagunas en lo que entendía, cada vez que aparecían cables, radios, escaleras helicoidales, túneles, cubos centrales, techos artificiales o cualquier expresión destinada a describir este mundo sintético, no me quedaba más remedio que no prestarle demasiada atención. Así que por lo menos un quinto del texto es como si no lo hubiera leído. También resulta pesada y pedante la ambientación basada en la mitología griega. Los continentes, lo ríos, los mares, las especies animales, todo todo todo con nombres de titanes, de musas, etc. Y por último, sobrevolando toda la narración, tenemos las dosis justas de antropocentrismo ridículo para aderezarla (¿puede ser el antropocentrismo de otra manera que no sea ridícula?). "Ya está este pesado con sus diatribas antiantropocentristas", diréis. Pues sí, así soy yo. Es ver muestras de antropocentrismo y/o de especismo en un texto y no poder evitar que se me revuelva el estómago. Después de unos cuantos millones de años de existencia del objeto espacial, resulta que son las emisiones de radio y televisión terrestres a partir de los 1950s las que han activado ciertos cambios en la visión del universo por parte de los creadores del mismo. Es de una miopía intelectual asombrosa, de verdad. Cuánto ganaríamos los lectores si los escritores de ciencia ficción se acercaran más a Stanisław Lem.
Tiene no obstante algunos méritos dignos de mención, que destacan todavía más si recordamos el año en que fue escrita. Hay un cierto poso feminista en el personaje de la capitana, pues no deja de señalar a cada oportunidad que tiene que si en lugar de mujer, hubiese sido un hombre, todo habría sido más fácil en su carrera, no se habría cuestionado tanto su autoridad, sus decisiones, etc. Para desgracia de Varley y sobre todo de las mujeres, han pasado casi cuarenta años desde que planteó esa crítica y aunque algo se ha mejorado, las cosas no están mucho mejor. Por otro lado, aunque las relaciones personales y sexuales entre los protagonistas parecen un poco metidas a calzador (¿morbo?), no deja de sorprender la naturalidad con que se tratan las relaciones homosexuales y bisexuales, eso sí, entre mujeres (¿más morbo para un público principalmente masculino y heterosexual?). Y desde luego, hay que reconocer la valentía del autor por no haberse contentado con mostrar un mundo artificial deshabitado y misterioso, sino que ofrece una explicación a todo lo que ha ocurrido en los tres millones de años de existencia del mismo. Guste más o menos, hay que admitir que esa parte se la trabajó.
Por acabar ya, una obra totalmente prescindible y por momentos agotadora, con esa intención a historia épica de conquista de lo desconocido. Pero por si no fuera bastante con una, resulta que nos encontramos ante la primera parte de serie denominada, 'La trilogía de Gea', que se completa con La hechicera (1980) y Demon (1984). Según nos cuenta Rescepto, la última no se ha llegado a traducir el español; desde luego en la ficha de la Tercera fundación de este escritor no consta. Pero para que no os quedéis con mi versión parcial de esta lectura (¿alguna no lo es?), tenéis una reseña en el Sitio de Ciencia-ficción donde opinan que se trata de "una gran novela de ciencia-ficción que en todo momento nos descubre el sentido de la maravilla que existe en el género". Ahí es nada, como la noche y el día.
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