"[...] su principal característica consiste en que, sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él". [Cap. XIV. Aptdo. 2]Desde luego si llega a vivir para llegar a comprobar el grado de vulgaridad y estulticia a que ha llegado el hombre-masa actual, se habría vuelto un derrotista absoluto. Ortega y Gasset demuestra un gran conocimiento de la sociedad que le tocó vivir. Su visión del individuo, de las instituciones, de las naciones, de España, en fin, del mundo según era a principios del siglo XX difícilmente podría ser más acertada. A esa capacidad de análisis de la realidad se añade su perspicacia a la hora de prever lo que se les venía encima a corto plazo. Por un lado la amenaza clara que percibe en el auge del fascismo; por otro su opinión sobre los defectos de la revolución comunista en Rusia, que nada que ver tenía con la confianza ciega, generalizada y bienintencionada que la mayoría de intelectuales europeos depositaban en ella. También muy a tener en cuenta su fe y entusiasmo por un proyecto común europeo que con el tiempo se materializó (quizás no con la profundidad que él hubiera deseado) en la actual Unión Europea. O su teoría sobre la dinámica que provoca el resurgir de los nacionalismos. También sorprenden, por lo premonitorio, ciertas reflexiones sobre la expansión de las realidades locales, de tal forma que se crea una interdependencia con acontecimientos y sucesos que ocurren en las antípodas. Con estos pensamientos intuía claramente el advenimiento de la globalización y la "aldea global" gracias a los medios de comunicación (y estamos hablando de 1927-1929, o sea, periódicos, cines y poco más).
Sin duda estamos ante el trabajo de una mente excepcional, aunque algún que otro desacierto sí que he detectado. En un momento dado, en esa exaltación constante de la cultura urbana y tecnológica occidental con raíces en la Grecia y Roma clásicas, el autor desprecia otras culturas ancestrales más lejanas (persas, chinos, egipcios) de índole rural y fundamentadas en la agricultura. También considera que no de debe poner freno a los avances de la ciencia, la tecnología y la economía. Pues bien, en mi opinión sí se le deben poner restricciones al crecimiento, y de hecho afortunadamente se empieza a hacer, ya sean de carácter ético, medioambiental o de sostenibildad. El tiempo ha demostrado que el progreso ni puede ser continuado, ni puede vivir de espaldas al medio ambiente. La Tierra es un sistema cerrado que lleva décadas padeciendo los nefastos resultados de un capitalismo agresivo que disfraza de avances necesarios lo que son casi siempre productos y servicios inútiles. Claro que también sería pedirle demasiado a nuestro docto ensayista; es normal que fuese optimista y considerase que los adelantos del mundo moderno iban a ser la solución a los problemas mundiales. Porque a ver quién es el listo que puede predecir con acierto a cien años vista, yo desde luego no seré en que cometa esa imprudencia... Aunque me tienta, que cuanto menos lo merece la ocasión, más insensato soy.
Como buena obra de divulgación del pensamiento, el texto, aun siendo claro y conciso, tiene una altísima densidad de ideas por párrafo, lo cual exige toda la atención posible del lector sino queremos andar retrocediendo para comprender lo que se expone. Por ello aunque el libro no sea muy extenso, lleva su tiempo dar cuenta de él. Para un análisis más promenarizado de este clásico de la filosofía, hoy solo hay una recomendación, en contreto uno de de mis habituales: La pasión inútil.
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