Estación de Tránsito nos cuenta la historia de Enoch Wallace, un veterano de la Guerra de Secesión estadounidense nacido en 1840 y que a mediados de los 1960s sigue vivo y aparentando estar recién entrado en la treintena. Esto se debe a que está a cargo de una estación intermedia de la red de transporte espacial que la Central Galáctica decidió instalar en la Tierra para facilitar los viajes a cierta rama de la Vía Láctea. El nodo de esta autopista espacial (camuflado dentro de su propia vivienda), está situado en mitad de una zona rural semidespoblada de Iowa, lo cual ha favorecido que la labor del protagonista haya pasado desapercibida durante lustros, pero por casualidad un agente de la CIA de vacaciones por los alrededores escucha rumores y tirando del hilo descubren este insólito caso, lo cual traerá problemas al guardián y dará contenido a la narración.
La verdad es que para estar escrita en 1966, la historia es terriblemente ingenua (es decir, mala). Clifford D. Simak no hace más que volcar mucha sensiblería y mucha cursilería sentimentaloide página tras página. Qué solo está el pobre Enoch. Qué grandes y profundas amistades ha entablado con algunos amables y remotos seres de otros planetas que han descansado unos días en su posada interestelar. Qué frustrante no poder compartir con el resto de los seres humanos el escaso pero aprovechable conocimiento extraterrestre que ha ido acumulando durante sus años al frente de la estación. Qué comprensivos son los agentes de la CIA cuando Enoch les explica el drama a que se enfrenta. Además introduce elementos fantásticos que no hacen sino empeorar las cosas: por un lado existe un extraño Talismán que permite la comunicación de los habitantes de la galaxia con una entidad espiritual superior omnipresente; por otro una joven y guapa chica sordomuda, vecina de una granja limítrofe, parece poseer una maravillosa percepción extrasensorial y unas mágicas habilidades curativas. En fin, un batiburrillo de los más ñoño con que el autor pretende salvar a la Tierra de la amenaza de guerra y holocausto termonuclear que acecha tras las esquina. Probablemente lo único contemporáneo de la novela es haber introducido el elemento de la Guerra Fría en la misma, dado que todo lo demás parece más propio de la Edad de Oro de la Sci-fi. Lo cual, curiosamente, es motivo de que en el fondo la novela peque de entrañable (traducido: mala pero que toca la fibra sensible), y despierta sensaciones como de crío a quien su abuelo le cuenta un cuento con final feliz antes de irse a dormir y le hace sentirse amado y dichoso. Una soberana estupidez, desde luego, pero por más que yo aborrezca esas inútiles sensaciones bobaliconas de que está dotado el ser humano, como lo soy, de vez en cuando también las experimento.
Por resumir, se lee en un pis-pas, pero en mi opinión el interés de la misma roza el cero. Visto lo visto, no me extraña que en su momento Stanisław Lem pusiera a caldo a la scifi estadounidense (con la excepción de Philip K. Dick, claro). Más reseñas de este libro en el Portal de Ciencia-Ficción, Las Vacaciones de Holden y El Jardín del Sueño infinito.
Trilogia de la Terra Fragmentada - N.K. Jemisin
Hace 7 horas
4 comentarios:
Vaya, pues "Ciudad" sí que te había gustado...
@el convincente gon: Pues sí, Cuidad me gustó, pero es que esta última, aún cuando era 100% Edad de Oro, tenía un fondo apocalíptico que implicaba la extinción de humanidad. Que en mi caso, es garantía de éxito a poco que la novela tenga un mínimo de calidad.
Cuando lo leí, en mi tierna juventud, me gustó. No sé cual sería mi opinión ahora...
@Palimp: El tiempo deforma los recuerdos. En estos casos yo soy de la opinión de que es mejor quedarse con la idea de cuando jovenzunos.
Publicar un comentario