
Crónica de la emigración que se experimentó en España por motivos económicos durante los 1950s y 1960s, hay cosas buenas y cosas no tan buenas en
Diario de un Emigrante. Empecemos por lo que me ha parecido positivo.
Miguel Delibes ha sabido captar a la perfección esa mezcla entre incultura, sencillez, miseria y carácter bondadoso tan propia de las clases menos afortunadas de aquellos años, que por otro lado contrastaba frontalmente con la falsa grandeza patrótica proyectada por el régimen franquista. El vallisoletano usa esta coyuntura con maestría al dibujar al protagonista,
Lorenzo, estereotipo del español orgulloso pero de buen corazón que yerra el tiro por completo cuando intenta trazar los límites entre dignidad y arrogancia. Y ojo, que no por cliché esta imagen tiene que ser falsa. Quizás con el paso de los años esta peculiaridad ya no es tan acusada en el españolito medio, sin embargo a mí aún me ha escocido un poco probablemente porque en mayor o menor medida me he reconocido en él. Como punto adicional también a destacar, queda muy bien reflejado el choque cultural que se produce cuando los emigrantes entran en contacto con personas de otras nacionalidades, tanto durante la travesía en barco como lógicamente en Chile, destino final de
Lorenzo y su esposa. Aquí se muestra que a pesar de sus carencias, los emigrantes están dispuestos a abrazar las nuevas costumbres aunque la mayor parte de las veces las encuentren ridículas.
Pero, pero, pero, el desarrollo del texto me parece muy forzado. Entiendo que el formato de diario escrito en primera persona obliga
Delibes a adoptar las limitaciones que suponemos propias del autor ficticio del mismo: faltas de ortografía, laísmo, etc. Eso lo veo no solo correcto sino necesario para dotar a la narración de credibilidad, pero debido a un uso inapropiado del léxico dicha credibilidad se pierde de inmediato. En primer lugar las anotaciones están plagadas de arcaísmos y expresiones en desuso desde hace más de medio siglo cuyo significado en muchos casos hay que extraer del contexto, ya que ni siquiera aparecen en el diccionario de la RAE. Quizás incluso fuesen modismos o giros propios de la zona de Castilla de donde se suponen los protagonistas. En fin, anclar el texto cronológicamente a aquella época mediante un vocabulario rancio provoca tiranteces e incomodidad en la lectura. A esto hay que sumar expresiones y términos propios del castellano hablado en América, a veces también obsoletas, pero
Lorenzo las usa con total naturalidad en tan solo un par de meses, ¡y eso que la pareja no llega a pasar ni siquiera un año en el extranjero! Lo siento pero me resulta muy difícil de creer. Puedo llegar a aceptar que en un tiempo tan corto podamos hacer nuestros los términos locales más coloquiales, y que al hablar con los lugareños adecuemos el registro para utilizarlos, pero en acciones íntimas como escribir un diario o discutir con tu mujer, ahí me vais a perdonar pero no lo veo. No me creo que uses
"guagua" para referirte a tu bebé, ni que le pidas a tu esposa que no se ponga la
"pollera" (falda) amarilla para evitar que los hombres se la quieran
"pololear" (ligar). ¡Pero si en seis meses ya usas
"vos" en lugar de
"tú"! Que no, que no, que no, yo personalmente no lo veo.
En resumen, no creo que sea el mejor libro de
Delibes. Tengo un recuerdo increíble de
Los Santos Inocentes, así que me han sorprendido las carencias de
Diario de un Emigrante. Hay una reseña de este libro en
El Blog de Metrópolis Libros muchísimo más agradecida que la mía, pero curiosamente en
Un Libro al Día acaban de dar su opinión sobre
El Disputado Voto del Señor Cayo y tampoco sale muy bien parado.