En 1890 el archiconocido literato ruso Antón P. Chéjov atravesó Siberia con rumbo a Sajalín. Rusia había establecido una colonia penitenciaria en dicha isla situada al norte del archipiélago de Japón, y el objetivo del escritor era estudiar y documentar la realidad de la misma. Sin embargo cuando aún estaba a mitad de camino tuvo noticia de un extraño fenómeno ocurrido en Tunguska un par de años antes. Una explosión de origen desconocido y una potencia inconcebible para la época destruyó una enorme zona de la taiga a mediados de 1888. Así que se decide a montar una expedición con ayuda de la nobleza local de la pequeña ciudad donde está haciendo un alto en el camino. Pero espera un momento, el incidente de Tunguska tuvo lugar en 1908, no en 1888 según se plantea en la trama. ¿Cómo es posible entonces que pudiera ocurrir lo que se relata? ¿Y qué tiene que ver con todo ello un grupo de cineastas, guionistas y actores rusos que a principios de los 1980s está ultimando los detalles del rodaje de una película llamada El viaje de Chéjov, con la que pretenden llevar al celuloide precisamente su aventura de Saljalín?
Ian Watson vuelve a componer una fascinante novela de ciencia-ficción que partiendo de hechos reales, juega con la posibilidad de existencia de universos alternativos en que la Historia se desarrolla siguiendo cursos diferentes al que conocemos. Sin embargo no voy a ocultar que he estado algo perdido durante el primer tercio de la narración. Me ha costado un poco entrar en los diferentes hilos argumentales, que alternan principalmente entre el relato del viaje del autor ruso y la trama del equipo de rodaje, que además de personal técnico y artístico incluye a un misterioso doctor en psiquiatría especialista en la liberación de habilidades mediante la hipnosis. Posteriormente se suma una tercera historia que nos cuenta el que va a ser el primer intento de colonización de mundos habitables por parte de la URSS, viable a finales del S.XXI gracias a una tecnología que permite los viajes espaciales sublumínicos gracias al control de los flujos del tiempo. Paradójicamente es este tercer hilo el que de pronto conseguirá que todas la piezas del puzzle encajen y que el texto cobre sentido en su globalidad, en uno de esos momentos mágicos que algunos autores logran con sus novelas.
Además de los elementos históricos y especulativos, la acción está repleta de elementos humorísticos desmadrados y divertidísimos. En definitiva se trata de un libro muy entretenido, planificado y ejecutado sin tachas, y con una trama súper original. La única objeción que puedo ponerle viene por los constantes laísmos que he detectado en la traducción (impecable por lo demás, aunque con algunos modismos demasiado propios de español europeo). Como ya veía venir, creo que he acertado al 100% en mis predicciones sobre la calidad de la obra del británico, de quien de pronto empiezo a descubrir que se ha (re)editado mucho material recientemente. Así que mis queridos lectores, es oficial: tengo nuevo autor fetiche que incorporar a la lista. Y me quedan casi todos sus títulos por leer. ¿No os parece que la vida es en ocasiones maravillosa? Tenéis una reseña estupenda de esta novela en El quimérico lector, donde se nota la admiracion que el redactor profesa a este escritor. Y otra más en el Sitio de Ciencia-ficción, donde leemos que también ha convencido a un aficionado al género algo reacio a Watson.
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