Otoño de 1943. Un tren procedente de París transporta soldados alemanes del III. Reich hacia el frente oriental para combatir en la Galitzia polaca a los rusos que avanzan desde Ucrania. Andreas, el soldado protagonista, se obsesiona con la idea de que morirá «pronto», antes de llegar a su destino final. En el trayecto establece una efímera pero intensa amistad desesperada con joven artillero rubio cuyo nombre no trasciende, y Willi, un suboficial que va muy mal afeitado. Los últimos tres días de trayecto los pasan juntos, jugando a las cartas en los pasillos del tren, durmiendo en el suelo los unos sobre los otros, bebiendo aguardiente y fumando como carreteros o pasando tiempos muertos mientras cambian de convoy. El día que parece destinado a ser el último en la vida de Andreas lo pasan en Lemberg, capital de la Galitzia austríaca. Allí se gastarán los ahorros que Willi tenía destinados a amortizar su hipoteca, primero disfrutando de un increíble festín en un restaurante y más tarde pasando la noche en un prostíbulo. En el burdel Andreas conocerá a Olina, una pianista metida a prostituta y espía, con quien se sincerará y de quien se enamorará, llegando incluso a pensar que su ayuda podrá salvarle de su aciago destino.
El tren llegó puntual es una novela corta que trata el horror de la guerra desde la perspectiva de la escala más básica de entre los combatientes: los soldados. Hay un dato que me parece bastante relevante a la hora de poner esta narración en contexto, y es que fue publicado en 1949, tan solo cuatro años después de la victoria aliada sobre los nazis. Quizás Heinrich Böll, que combatió como soldado durante la conflagración, volcó en este texto sus experiencias personales y/o tal vez las de algunos de sus compañeros. De lo que no cabe duda es de que consigue transmitir a la perfección todo el espanto y la angustia de quienes se vieron inmersos en aquella pesadilla, expuestos día tras día a la muerte y la violencia más brutal. Debido a ello sufrieron además de heridas físicas, todo tipo de problemas psicológicos derivados del estrés postraumático y que caracterizan a los personajes: la paranoia de Andreas le tortura y le hace enfrentarse a todas las maldades que se ha visto obligado a cometer en estas circunstancias; intenta expiar su culpa a traves de oraciones pero el extremo agotamiento que padece le impide rezar. La terrible depresión nerviosa del rubio, quien fue violado por un sargento y por si eso no fuese suficiente, como resultado de la agresión sexual vive estigmatizado por una úlcera de origen venéreo localizada en su frente. La megalomanía de Willi y su necesidad patológica de ser el centro de atención, aunque para ello tenga que derrochar hasta su último marco. Todos estos problemas son producto de una contienda terrible cuyo desastroso final, ya en mente de la mayoría, no parece que vaya a ser solución para ninguno de ellos.
Me ha parecido una auténtica maravilla, un relato imprescindible para entender lo que significa una guerra y sus atrocidades. Me resulta imposible concebir que alguien que haya leído este libro pueda apoyar un conflicto armado, y mucho menos participar en él. Desde mi punto de vista, una muestra incuestionable de la maestría de este premio Nobel alemán. Tenéis más reseñas en Alfanje (que como curiosidad, ha incrustado un objeto google maps con el recorrido del tren), Cicutadry y Los ojos del visitante.
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
Hace 7 horas
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