Gerhard Selb es un detective privado muy entrado en años (en esta novela ya sobrepasa los 70 de largo) quien se dió a conocer a finales de los 1980s con la novela La justicia de Selb, escrita a cuatro manos por Bernhard Schlink y Walter Popp. Pudiendo haber empezado por el inicio de la trilogía, que compré junto con El fin de Selb aprovechando que Amazon festejaba el mes del libro en abril con un montón de ofertas -en concreto estos dos costaban poco más de 10€-, me decidí por la que cierra la saga símplemente porque abultaba menos. El error que supone hacer algo así es que hay aspectos de la vida del investigador que muy probablemente se habrán explicado en anteriores entregas, pero que claro, al empezar la casa por el tejado como he hecho yo, pues no los conozco y no me ha quedado más remedio que medio intuir. Por ejemplo está más o menos claro que fue ferviente seguidor del nacional socialismo en sus años mozos, también que tuvo diferencias importantes con su cuñado, pero bueno, al margen de un par de menciones a hechos pasados que me eran desconocidos, la novela se sostiene por sí sola y tiene sentido en un 95% independientemente del resto de la serie.
La trama a que asistimos mezcla un poco de todo de la historia reciente de Alemania: desde el Tercer Reich hasta la reunificación tras la caída del muro. Bertram Welker, director de la banca privada Weller & Welker, contrata a Selb para que le ayude a descubrir quién fue un socio secreto que a finales del S.XIX ayudó a mantener la entidad a flote durante aquellos tiempos tan revueltos en lo económico y en todo lo demás. La supuesta intención es rastrear sus posibles herederos y hacer frente a las demandas que podrían hacer a Weller & Welker exigiendo la parte del pastel que les corresponde, intereses incluídos. Pero claro, esto es novela negra, las intenciones manifiestas no tienen nada que ver con las intenciones verdaderas. Así que tras descubrir una trama de blanqueo de dinero para la mafia rusa, la cosa empieza a complicarse y queda patente que nadie es quien dice ser y que la historia del socio secreto, aún siendo cierta, es una cortina de humo para ocultar los verdaderos planes de Bertram Welker.
La novela es muy ligera y se construye a base de capítulos muy cortos en formato best-seller, algo que por lo que parece Schlink maneja a la perfección, visto el éxito que tuvo con El lector. Las revelaciones que van guiando la acción se dejan caer en los momentos adecuados para mantener el interés del lector, con un ritmo incansable. Quizás lo más original sea precisamente que el protagonista es un señor ya muy mayor y con una salud bastante precaria (sufre dos infartos ligeros a lo largo de la acción), junto con el elenco de secundarios amigos suyos, también lógicamente entrados en años. A decir verdad se hace difícil de creer que esta camarilla tenga tanto aguante y que este grupo de jubilados, que debería estar en Mallorca o Malta tostandose al sol, se embarque en aventuras de este calibre con la terrible mafia rusa sin que la tensión arterial les suba de 9/14. Por ejemplo durante una corta estancia en Berlín, el protagonista tiene un encontronazo con neonazis primero y con antifascistas después, y en ambos casos termina en el fondo del Landwehrkanal a la altura de la Hallesches Tor. En fin, no sé, yo entre el pánico que me supondría vivir una situación así, el zambombazo de la caída desde la estación de metro al canal, el frío de Berlín y todo lo demás no creo que pudiera apañarme con 2 aspirinas y 8 horas de sueño, pero bueno, también es verdad que siempre he sido un poco pupas. Es evidente que Herr Selb es como un viejo roble, recio y resistente, y que unos niñatos no van a poder con él. Resumiendo, un entretenimiento insustancial que se lee casi sin darte cuenta. No he conseguido encontrar reseñas de esta novela en la blogosfera, así que la sección final de otras opiniones queda en esta ocasión desierta.
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
Hace 1 hora
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