Siempre que leo a Stanisław Lem me siento mejor, principalmente porque sintonizo al 100% con su filosofía antiantropocentrista. En Edén no se anda por las ramas, pues polariza su visión personal del universo y la opuesta en dos de los personajes, el doctor y el ingeniero, respectivamente.
Pero pongámonos antes un poco en situación: una nave espacial se estrella en el planeta Edén por un error de navegación. Los conocimientos sobre dicho planeta se reducen a que a) tiene una atmósfera respirable para el hombre b) se sabe habitado. Y para de contar. Así que el equipo de tripulantes y supervivientes (el ingeniero, el físico, el químico, el cibernético, el doctor y el coordinador), se convierten en unos robinsones espaciales que tendrán que hacer frente a numerosos problemas. En primer lugar tendrán que explorar un entorno desconocido y potencialmente hostil si quieren sobrevivir. Y en segundo, habrán de reparar todas las averías sufridas en el impacto si quieren volver a la Tierra. Las incursiones en el terreno empezarán a descubrirles una flora de aspecto amenazador, extrañas factorías abandonadas con absurdos procesos de producción, vehículos tripulados que ignoran su presencia, fosas comunes repletas de cadáveres de patéticos seres vagamente humanoides, inmensas necrópolis-museo, etc. etc. Sin embargo, nada de lo que descubren tienen sentido ni lógica si se intenta forzar su interpretación a la experiencia humana. Mientras que el médico intenta dar explicaciones alejadas todo lo posible del saber humano, el ingeniero siempre analiza todo lo que ven desde un marco de referencia conocido y adaptado a su interés. Esto por supuesto no hace más que generar conflictos, acrecentados cuando entran en contacto con algunos habitantes de Edén y el desconocimiento e incomprensión entre unos y otros activa los mecanismos de superviviencia humanos, que a la más minima no dudan en aniquilarlos con sus armas.
A pesar de que las ideas que maneja la novela me encantan, tengo que admitir con algo de pena que en esta ocasión el desarrollo me ha resultado un poco cansino. Así pues, he bajado al autor polaco del pedestal en que le tenía situado. El principal problema que le encuentro es el abuso de descripciones de entornos, que resultan irreconocibles no solo para los personajes del libro, sino también para el lector. Capítulo tras capítulo y párrafo tras párrafo, el avance de la trama es mínimo y simplemente asistimos al agotador relato hiperdetallado de construcciones y parajes que en mi cabeza se dibujaban todos de manera muy, muy vaga debido a la extravagancia de lo que se intenta mostrar. Después de doce capítulos en este plan, en los dos capítulos finales un habitante de Edén entra en contacto con la tripulación y consiguen intercambiar algo de información aprovechable que, sin llegar a resolver gran cosa, al menos si parece convencerles de la incapacidad del ser humano para interpretar realidades que le son ajenas. Un poco la idea que siempre quiere transmitir Lem, aunque en este caso a nivel narrativo me ha resultado un poco forzada.
Para otras opiniones os remito a las críticas múltiples de el Sitio de Ciencia-ficción (un total de cinco editores de dicha web lo comentan) y Solo de Libros.
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