El exceso de velocidad hace que Robert Maitland, un arquitecto de éxito en mitad de la treintena, estrelle su flamante Jaguar en una singular isla delimitada por varias autopistas de circunvalación en las proximidades de Londres. Las particularidades de este no-lugar, la dificultad de acceso al mismo y las heridas que sufre en el accidente complican hasta extremos insospechados la tarea de pedir ayuda, no digamos ya la de salir de allí por su propio pie.
Una angustia opresiva me ha acompañado durante la lectura de La Isla de Hormigón de mi admirado James G. Ballard. Los límites de la cordura se bordean y sobrepasan en este experimento urbano de terribles consecuencias. Como si del guión de un viejo episodio de la serie de TV británica Tensión se tratase, el autor limita cada vez más las posibilidades de fuga del protagonista a base de restringir más y más las alternativas a medida que pasan las páginas. Por un lado su familia no va a echarle de menos hasta que pase algún tiempo, no en vano lleva una doble vida que oscila entre su mujer y su amante, aunque en ambos casos con una clara falta de compromiso. En su trabajo ocurre más o menos lo mismo, ya que tiene un historial de ausencias prolongadas sin previo aviso. Su forma de actuar en el entorno laboral y familiar viene a hablarnos en definitiva de un personaje con un bagaje emocional problemático: en un par de ocasiones unos conductores se detienen y se muestran curiosos por su situación, momento que Maitland podría haber aprovechado para solicitar su ayuda,. Sin embargo en lugar de hacerlo, hace gala de un comportamiento errático y esquivo, con lo cual, todo nos hace pensar que se está condenando voluntariamente a permanecer en este extraño paraje. Pero por si esto no fuese suficiente, a mitad de la narración se nos revela que el accidentado no es el único naúfrago de esta isla de cemento, que cuenta con un par de extraños habitantes más. Sorprendentemente, al darse a conocer sacan a la luz el lado perverso del arquitecto.
No voy a decir que la novela no me haya gustado, como ya he comentado al empezar el post, Ballard consigue transmitir intranquilidad y desasosiego desde el primer párrafo, y eso ya es de agradecer. Toda la desolación y marginación a que asistimos es marca de la casa, así que he disfrutado con sus obtusas y retorcidas historias desde la comodidad del sofá. Sin embargo me queda la sensación de que en este caso, ha forzado demasiado la máquina, pues los giros del argumento para justificar la desgracia del arquitecto son cada vez más enrevesados. Las pocas tentativas reales de escape se ven frustradas por circunstancias cada vez más inverosímiles y rocambolescas. Por supuesto que todas sus hipótesis de trabajo son factibles, pero
demasiado improbables como para que el lector las asimile con
naturalidad, ya que no hay ni elementos fantásticos ni de
ciencia-ficción en que apoyarse. Es cierto que su obsesión principal del autor es mostrar la inmundicia de la sociedad contemporánea y evidentemente esa técnica lo hace posible, pero me ha parecido que de tanto apretar, la tuerca se ha pasado de rosca.
Más reseñas de esta novela, que en Minotauro se publicó bajo el título de La Isla de Cemento, en Fantasymundo y El Tiempo Ganado.
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
Hace 7 horas
2 comentarios:
Hace mucho que quiero leer cualquier cosa de Ballard.
@El Nictálope: Pues yo te recomendaría empezar con alguno de sus libros de relatos. En base a lo que llevo leído de este autor, Mitos del Futuro Próximo me parece muy buena opción (quizás tb. porque lo tengo más fresco en la memoria). Tengo que admitir que aunque me gustan sus historias y los ambientes que crea, como novelista no es muy convencional y siempre que termino alguna de sus novelas me quedo bastante confundido.
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