Como ya adelanté a principios de año al subir el post de Pelando la Cebolla, en aquel momento tomé la decisión de leer El Tambor de Hojalata para sacudirme la incomodidad y la perplejidad que me había provocado enfrentarme a la autobiografía de Günter Grass sin haber tenido contacto previo con su obra. Lo sorprendente del caso es que el conocimiento de la vida del autor ha sido muy útil a la hora de enfrentarme con las aventuras y desventuras del irreverente y peculiar Oskar Matzerath, pues no en vano se podría decir que estamos ante un relato muy fantasioso que sin el menor asomo de duda ha sido elaborado a partir de las experiencias con el propio autor.
Me he tomado la lectura con mucha calma porque el reto era abrumador: más de 650 páginas en la edición de Alfaguara, algo a lo que no estoy acostumbrado y que podría haberme invitado fácilmente al abandono ante el menor contratiempo. Así que he ido leyendo un par de capítulos de cuando en cuando y simultaneandolo con mis lecturas habituales. Desde luego en lo que respecta al contenido no tengo queja y he disfrutado mucho de estas pequeñas dosis, ya que las andanzas del protagonista y de todo el elenco de secundarios son cualquier cosa menos aburridas.
La narración se divide en tres bloques (Libro Primero, Segundo y Tercero), que se corresponden respectivamente con los años previos a la II Guerra Mundial, los años de la contienda y finalmente, la posguerra hasta entrados los 1950s, momento en que Oskar cumple los treinta. Se pueden contar muchas cosas en tantas páginas: historias familiares, ideológicas, políticas, religiosas o bélicas. Algunas entrañables, otras divertidas, otras violentas. Historias de amor, de amistad, de odio, de supervivencia, de marginación, de traiciones o de solidaridad. Gamberradas de críos, escarceos sexuales de adolescentes o dramas de cuernos para adultos. Hay para todos los gustos. La estrategia de ir leyendo según me lo pedía el cuerpo se ha visto facilitada por el hecho de que cada capítulo se cierra por completo con la crónica de los hechos que recoge y en los últimos párrafos nos adelanta brevemente lo que nos ofrecerá el próximo. Y todo ello magníficamente enmarcado en el contexto histórico en que transcurre la acción, algo que a mi siempre me viene bien porque como ya he comentado en más de una ocasión, la asignatura de Historia no era precisamente mi preferida.
El relato lo escribe Oskar Matzerath en primera persona desde su reclusión forzosa en una clínica y bajo supervisión de su enfermero. No sabremos los motivos de dicho encierro hasta completar el libro, sin embargo ya desde el primer momento queda muy claro que el dueño del tambor de hojalata es un elemento de cuidado que se caracteriza por mantener la crueldad, el egoismo y el tamaño de un infante de tres años a pesar de que sus intereses van haciendose adultos con el paso del tiempo. Al principio cuesta un poco acostumbrarse a su forma de exponer los hechos, pues el narrador salta de la primera a la tercera persona varias veces en cada párrafo, aunque enseguida se entra en esa dinámica y no supone molestia alguna.
Me ha costado encontrar otras reseñas de este libro en la blogosfera. Las habrá, seguro, pero de entre lo poco con que me he topado solo me atrevo a recomendar a Los Perros de la Lluvia.
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
Hace 4 horas
2 comentarios:
Dos veces lo he leído, pero no he seguido con otras obras del autor, debí leer alguna otra que me quitó el entusiasmo.
@Palimp: ¿¿¿Dos veces??? ¡¡¡Santa paciencia!!!
XD
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