
A veces hago cosas muy absurdas, como por ejemplo comprar un libro compulsivamente fiandome de una reseña de dos líneas en un blog al que he llegado saltando de un link a otro y al cual sería incapaz de volver aunque quisiera. Mi experiencia me dice que estos impulsos casi siempre resultan en desastre, pero ¡ay!, en algunas ocasiones te permiten descubrir un novelón con las 7 letras (y en mayúscula: N-O-V-E-L-Ó-N), como es el caso que comento hoy.
Quizás lo que me convenció para tirarme a la piscina tras leer apenas tres frases fue que la trama de
El Sindicato de Policía Yiddish transcurre en un contexto ucrónico o de realidad alternativa: en primer lugar Estados Unidos cedió el distrito de Sitka, Alaska, durante 60 años a los judíos refugiados de la II Guerra Mundial para que se asentasen y pudieran huir de la contienda. Esta posibilidad se planteó en realidad en el llamado
Informe Slattery pero fue descartado por la administración
Roosevelt. A esto se une el fracaso de Israel como estado al perder la guerra árabe-israelí de 1948, siendo sus habitantes expulsados por los palestinos de los territorios que ocupaban, trasladandose a continuación también a Alaska. Así que a un par de meses de la Revocación (la devolución de la soberanía de los territorios a Alaska), Sitka se ha convertido en una metrópoli donde habitan más de 3 millones de judíos de muy diferente pelaje y donde el ambiente está muy, muy revuelto. Es justo entonces cuando transcurre la magnífica trama que
Michael Chabon ha urdido a modo de novela negra.
La acción comienza con un yonkie asesinado en una habitación del mismo cochambroso hotel en que vive el policía protagonista. A partir de ahí se van añadiendo personajes, situaciones y relaciones cada vez más complejas que componen la intricanda y tensa convivencia de los judíos en el asentamiento de Alaska. Hay judíos ultraortodoxos mafiosos, policías de perfil laíco, matones judíos de origen ruso, confidentes filipinos judíos, jugadores de ajedrez judíos procedentes de Polonia, indios Tlingit originarios de la zona que siguen en las ciudades vecinas... Todos se mezclan en una narración adictiva y por momentos divertidísima en la cual la historia judía juega un papel muy importante (la Diáspora, los territorios sagrados, antisemitismo, etc.), lo que nos hace sospechar que detrás de todo esto se está cociendo algo mucho más grande que la muerte de un simple heroinómano.
Si quisiera objetar algo al libro, podría hacerlo unicamente por el uso de argot ficticio construído sobre términos yiddish y por las constantes menciones a ritos y tradiciones judías que me son totalmente desconocidas. Lo primero en realidad no es grave, si bien al principio se hace un poco pesado. Al igual que ocurre con el
Nadsat de
La Naranja Mecánica, uno se acostumbra rápidamente y la mayoría de las veces el significado de los modismos se puede sacar del contexto sin dificultad, aunque probablemente nos perdamos un posible doble sentido. Además se incluye un glosario que recoge los más importantes. Lo segundo es desde luego una carencia mia debida a mi orígenes culturales cristano-católicos. Echando mano de Internet este déficit se resuelve con rapidez y eficacia.
A pesar de que fue la novela ganadora de varios premios de ciencia-ficción (
Nebula,
Locus y
Hugo a la mejor novela de 2008), tengo que admitir que me cuesta pensar en
El Sindicato de Policía Yiddish en términos
scifi. ¿Hasta qué punto una línea temporal de historia alternativa a la que conocemos puede calificarse de prospección científica? Si nos fijamos, la sociedad descrita en esta novela tiene el perfil tecnológico de su equivalente real coetáneo: desde teléfonos móviles a los vehículos a motor, pasando por la ropa, la medicina o cualquier objeto, disciplina científica o realidad social que imaginemos. ¿Por qué entonces hay que catalogarlo de ciencia-ficción?
Otros comentarios sobre esta estupenda y entretenidísima novela en
Rescepto indablog (donde no sale muy bien parada),
Zona Fandom y
Solo de Libros.