Hay algo que me gusta mucho de J.G.Ballard, se trata de lo bien que describe la desolación de las ciudades y los parajes en que trascurre la acción de muchas de sus novelas y relatos cortos, como ocurre en varios incluidos en la recopilación Aparato de Vuelo Rasante. Abandonados desde hace décadas y semiderruidos, víctimas de un lento declive originado por alguna hecatombe silenciosa pero implacable, se nos presentan diferentes acontencimientos que conducen irremediablemente al ocaso de la civilización. El agotamiento de los combustibles fósiles y la paralización de la sociedad de consumo. Una mutación que frustra los embarazos provocando una reducción drástica de la población mundial. La acción se sitúa además habitualmente en no-lugares que socavan por completo la moral de cualquiera: aparcamientos, hoteles, vertederos industriales, centros comerciales, pistas de aterrizaje, etc. No me sorprende en absoluto la facilidad con que yo mismo experimento el desasosiego de esos entornos.
Pero claro, si he empezado el post diciendo que hay algo que me gusta de Ballard, es porque hay una particularidad suya que por el contrario, me resulta algo irritante. Y es que desde mi limitado conocimiento de su obra (El Mundo Sumergido, Bienvenidos a Metro Centre), me queda la sensación de que este autor británico tiene tendencia a escribir historias que se limitan a la presentación y el nudo. No hay un desenlace demasiado explícito. No me quedo con la sensación de cierre, de final, de rematar la trama, de concluirla con éxito. A los personajes les suceden cosas, sí, cosas bastante desagradables la mayor parte de las veces, y eso me gusta, pero excepto en contadas ocasiones, ha sido terminar los cuentos de esta colección y preguntarme: ¿Esto es todo? ¿No hay más? ¿Se puede acabar así?
No he encontrado muchas reseñas de este libro, podéis eso sí, leer el comentario de El sitio de Ciencia-Ficción.
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
Hace 5 horas
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