Alemania, una ciudad a orillas del Rin a principios de los 1950s. La II Guerra Mundial ha dejado viudas a la mayoría de mujeres y huérfanos a casi todos los niños. Las duras condiciones de la postguera obligan a los supervivientes a tomar decisiones inconcebibles en tiempo de paz. Así pues, con tan solo once años de edad, Heinich Brielach ha visto a su madre compartir su vida y su cama con varios hombres, algo que los libra de pasar tantas estrecheces pero que también acarrea muchos inconvenientes. Siguiendo a quienes él denominaba sus tíos (en parte como eufemismo y en parte por desconocimiento), han ido saltando de habitación de mala muerte a pensiones infames desde que tiene recuerdos. Por el contrario, su mejor amigo, Martin Bach, vive mucho más desahogadamente en la mansión de su abuela. Nella, su madre, se ha desentendido de él y prefiere salir de juerga para olvidar el gran dolor que le produjo la absurda muerte de su marido, un joven poeta con poquísima producción que a pesar de haber caído durante la contienda, sigue en boca de todos. Albert Muchow, amigo íntimo del bardo y de la familia Bach, también vive en la casona, aunque no mantiene ninguna relación sentimental con Nella. Se ha convertido en la única figura protectora de referencia para Martin, quien curiosamente también se refiere a él como su tío.
Heinrich Böll vuelve a emplear en Casa sin amo esa técnica tan suya de contar una historia desde multiples perpectivas. El resultado es una fascinante novela donde se nos muestra con una veracidad implacable la esencia del ser humano. Su hipocresía, su mezquindad, su desdicha, que tan fácilmente afloran en momentos difíciles. Aunque también una disposición implacable para mantener la ilusión, y desde luego una poderosa capacidad de resistencia y lucha ante las adversidades. La historia tiene una especie de dramatismo cotidiano que le aporta una credibilidad asombrosa. Las circunstancias y las vidas relatadas son espantosas, pero hay una determinación para salir adelante que deja el suficiente resquicio a la esperanza para no hundir al lector. Y luego tenemos una caracterización psicológica de los personajes extraordinaria. A pesar de sus rarezas, o quizás precisamente debido a ellas, resulta imposible no identificarse con ellos de alguna manera u otra, ya sea personalmente o por ciertos matices de las relaciones que mantienen. Por cierto que más de una vez me he quejado de lo complicado que resulta salir airoso cuando se da voz a un crío en una narración. No parece desde luego el caso de Böll, quien logra imprimir a Martin y Heinrich todas las tonalidades propias de la infancia con una naturalidad tal, que debería se modelo para todo escritor que tenga la intención de usar niños en una trama.
El texto, como también suele ser habitual en el autor alemán, es denso por momentos. No llega al nivel de Billar a las nueve y media, ya que por suerte carece de todo el simbolísmo que tan difícil de interpretar se me hizo en aquella otra. En todo caso tengo que reconocer que hay ratos en que los párrafos concentran tantas ideas, sucesos y sentimientos me he visto obligado a pararme a reflexionar y asimilar lo leído. Algo que por otro lado no me ha supuesto un problema porque en realidad, de alguna forma lo que estaba haciendo era saborearlo. De fondo aparecen los temas habituales de su producción: el sinsentido de la guerra, la necesidad del pacifismo, el papel de la iglesia católica en la sociedad alemana, o la reconversión a demócratas de antiguos dirigentes nazis. En fin, otro novelón del premio Nobel de Literatura de 1972. Todo lo que llevo leído de Böll me ha gustado, pero sin duda esta novela junto con Opiniones de un payaso son mis favoritas. De momento, claro, porque tengo en casa esperándome Retrato de grupo con señora. Para mi sorpresa apenas hay reseñas de esta maravilla en la blogosfera, pero como gran admirador de este autor que es, Palimp vierte merecidísimas alabanzas en Cuchitril Literario.
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
Hace 6 horas
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