Barcelona, mediados de los años 1930s. Dos chicos y dos chicas de clase trabajadora que nacieron en 1920 se incorporan a un mundo adulto convulso y altamente politizado. El protagonista de la historia es Germinal Massagué i Guillaume, hijo de un obrero anarquista catalán de la CNT y una francesa. A sus ochenta y pico años relata todas sus vivencias de aquellos años a Lluís Sedan, un director de cine que pretende sacar de ellas un buen guión para su próxima película.
Memoria de unos ojos pintados es una entretenida y emotiva novela escrita por Lluís Llach, mucho más conocido creo yo por su faceta de cantautor contestatario de los 1960s-1970s, aunque su carrera musical continuó durante muchos años. El libro me ha resultado muy interesante desde el punto de vista histórico, ya que la acción se desarrolla a lo largo de una época que a nivel argumental da muchísimo juego. De la II República Española, uno de los momentos más prometedores e ilusionantes vividos en España desde el punto de vista progresista, pasamos a la Guerra Civil Española y tras la derrota del bando republicano, a la dictadura y la ideología nacional-católica del Franquismo. Con los antecedentes anarquistas de Germinal, no resulta complicado imaginar que las cosas no van a ser fáciles para él y sus amigos.
Por si lo anterior no fuese bastante, la trama principal se basa en una historia de amor homosexual entre el protagonista y su amigo de siempre, David Baster, hijo de un humilde pescador de la Barceloneta. Con estos elementos no cabe esperar más que un drama como la copa de un pino y emociones desbordadas en todas las páginas. Y para mi gusto, ése es el principal problema: el texto es lacrimógeno a más no poder. Todo es sufrir y padecer penurias por un lado, y la comprensión y el amor de los amigos y la familia por otro; los horrores de la guerra aniquilando esperanzas y vidas humanas; los sueños de modernidad, igualdad y progreso frustrados por un golpe de estado de los sectores más reaccionarios de la sociedad, etc. Sin ánimo de hacer un spoiler, es que no pasa nada agradable. Y aunque suceda, se ve malogrado inmediatamente por algún acontecimiento de un orden cósmico superior irremediable: asesinatos políticos, guerra, enfermedad, hambre, etc. Ya sé que siempre repito que me gustan las historias donde se muestra lo peor del ser humano, pero es que en esta se cuentan con los dedos de una mano los párrafos que no exponen una desgracia. Raro es el capítulo en que no se te coge un nudo en el estómago por las calamidades que se ven forzados a vivir los personajes.
Si a pesar de tantas desdichas no me ha gustado es porque hay un problema de fondo que ensombrece la narración: su maniqueísmo, un elemento que suele ser habitual en las obras que en enmarcan en la Guerra Civil Española. Me temo que yo soy más de la opinión de que nadie es totalmente inocente y que la maldad es intrínseca al hombre. No es que el autor no explique varias tropelías cometidas por alguno de los agentes de la II República considerados como progresistas; y el papel activo de Francia cerrando sus fronteras a la ayuda internacional también se pone en entredicho, por dar un par de ejemplos. Sin embargo en su libertad como creador, Llach prefiere que estos aspectos no formen parte de la trama y sean elementos ajenos a la acción. Y ya por terminar, el cierre con venganza me ha resultado bastante poco creíble y una manera un poco infantil de intentar compensar todo el dolor que han experimentado los personajes. En definitiva, una novela bien escrita, con un lenguaje muy accesible y que a mi juicio destaca por los aspectos históricos; no obstante, siempre también en mi opinión personal, el resultado global se ve lastrado por el desgaste emocional brutal a que somente al lector. Si Lluís Sedan saca una película de todo esto, aquellos que vayan a verla tendrán que ir cargados de pañuelos de papel. Avisados quedáis. Tenéis un par de reseñas positivas en La tormenta en un vaso y A leer que son dos días, y otra más algo más crítica en Libre y salvaje.
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