Arthur C. Clarke publicó Las arenas de Marte en 1951, por tanto, la imagen que nos ofrece del planeta rojo se enmarca en las expectativas de exploración de nuestro sistema solar propias de la Edad de Oro de la Ciencia-Ficción.
- Marte fue un planeta cuya mayor esplendor data de miles de millones de años en el pasado.
- Aún quedan trazas de oxígeno en su leve atmósfera.
- De la vida inteligente originaria no queda ni rastro, pero aún existen ciertas plantas que consiguen extraer oxígeno de los minerales presentes en el suelo marciano.
- También se descubren unos pocos especímenes de una única especie animal hervívora que se alimenta y respira gracias a estas plantas.
- Etc.
Según mi experiencia, en general las novelas de Clarke son bastante insípidas. Este autor parece escribir para un público que va de los 8 a los 90 años porque sus tramas suelen ser bastante neutras e inocentes, muy poco animadas, sin conflictos reales, faltas de gancho, aburridas vaya. Tampoco es que tenga mal estilo y la lectura sea irritante, no es eso. Es que es monocorde, átono, falto de entusiasmo. La novela que me ocupa hoy tiene tiene un poco de todo para tratar de despertar interés en un público lo más generalista posible desde diferentes apartados. Hay una trama amorosa totalmente inane entre el tripulante más bisoño de la Ares y la hija adolescente del ejecutivo en jefe de la colonia. ¿Qué aporta? Pues nada, ya lo digo yo. Por otro lado el pasado oscuro del escritor ficticio -que no es otra cosa que un primer desengaño amoroso que marcó su vida cuando era universitario-, le persigue hasta Marte. Admito que los aspectos de terraformación de Marte están bien ideados aunque sean totalmente irreales. De hecho hay ciertas características que repetirá en la saga de la Odisea espacial, pero no bastan para que el conjunto convenza. Eso sí, mi sorpresa ha sido mayúscula cuando tras pasarme todo el libro soportando pamplinas antropocentristas de todo tipo (en especial despreciando la inteligencia, las necesidades y la importancia de toda aquella especie que no sea el homo sapiens), el autor reflexiona por boca de Gibson para reclamar un comportamiento ético del ser humano con otros animales de cara a su trascendencia y evolución a estados superiores. Por supuesto, no puedo estar más de acuerdo con él, aunque me quede la sospecha de que su interés viene condicionado por el miedo al "qué dirán" unos seres superiores que nos pudieran estar observándonos. Se ve que muchas ideas presentes en 2001: Una odisea espacial (un libro redondo, en mi opinión) ya rondaban su cabeza casi veinte años antes. Más reseñas en el Sitio de Ciencia-Ficción, Rescepto y Cyberdark.
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