El Doctor Mallory es un médico rural de la OMS destinado en Port-la-Nouvelle, una ciudad al norte de un país centroafricano cuyo nombre no se llega a mencionar. Sometida a constantes asaltos de una guerrilla comunista, la que en otro tiempo fuera un próspero enclave al lado del lago Kotto, hoy desecado, se encuentra prácticamente deshabitada y tan solo unos pocos europeos resisten aún entre sus límites. Durante las obras de ampliación de una pista provisional de aterrizaje, un soldado a cargo de Mallory arranca un tocón y sus raíces con una excavadora, lo cual libera la presión de una napa de agua que de pronto encuentra vía libre por la superfice. Poco a poco el equilibrio de las capas freáticas se rompe y aparece un río que vendrá a proporcionar a esa zona al sur del Sáhara la probabilidad de escapar a la nefasta influencia del desierto. Cada actor de este drama intentará sacar el máximo provecho de la situación: el general Harare y su guerrilla hará que sus simpatizantes usen las aguas para cultivar la tierra; el capitán Kagwa de la gendarmería nacional oculta el secreto del río a sus superiores porque planea gobernar y secesionar la que ahora va a ser una próspera provincia. Sin embargo el doctor Mallory, quien había sido reclutado como ingeniero aficionado pero malogró el intento de inundar el lago Kotto mediante pozos artesianos, se siente creador y dueño del río (tanto es así que la recién aparecida corriente recibirá su mismo nombre). Avergonzado y frustrado al ver como el Mallory pone de manifiesto su fracaso, en un arrebato demente decidirá remontar su curso para encontrar su fuente y acabar con él. Dicha obsesión le llevará al límite de la cordura, dejando tras de sí un rastro de desolación y de cadáveres.
Bajo mi punto de vista hay dos maneras de enfrentarse a una novela de James G. Ballard. A la primera la denominaré la forma objetiva. Ya aviso que por aquí no vamos a llegar a ningún lado y probablemente terminemos cogiéndole ojeriza al autor británico. La segunda consiste en abordarla desde una visión subjetiva. Esta es, creo yo, la única forma posible no ya de terminar sus libros, sino además de disfrutarlos. Mientras leía El Día de la Creación he tenido que plantearme este doble enfoque porque los capítulos iban cayendo uno tras otro y yo me sentía cada vez más estafado. Si bien las bases de la novela son plausibles (en África existen ríos acaudalados como el Mallory, capaces de presentar un lecho seco en cuestión de horas después de haber llevado aguas procedentes de lluvias estacionales durantes semanas), Ballard abusa de ellas para llevar al límite al protagonista. En los escasos seis meses en que transcurre la acción, el río es capaz de moldear el paisaje de una forma que resulta difícil de creer: bosques tropicales plagados de árboles, plantas y fauna salvaje rodean lo que antes era el lecho seco de un río. Tomarse las cosas al pie de la letra, por tanto, provoca un rechazo consciente que no compensa con la fantástica prosa del británico, obsesiva, asfixiante, cargada de certeras imágenes oscuras impregnadas de belleza... simpre que seas capaz de disfrutar de la locura, claro está. Porque así es como se nos presenta al protagonista, como un individuo que ya desde joven mostró la actitud equivocada rechazando jugosas becas de investigación, para posteriormente embarcarse en empleos cada vez más alejados del ejercicio real de la medicina: director de una revista médica, jefe de investigación de una farmaceútica, etc. Su fijación insana por el río y por una joven niña guerrillera (Noon) que le acompañará durante todo el viaje harán de este periplo por el río un tour de force irreal, de pesadilla febril, con un resultado que no dejará buen sabor de boca a nadie.
Tengo que admitir que Ballard no me parece un autor fácil, al menos en su faceta de novelista. Me parece mucho más accesible cuando escribe relatos cortos, donde plasma sus obsesiones de una manera más sencilla y asimilable. La sensación durante la lectura de esta novela me ha recordado a la que experimenté en La Isla de Hormigón: las situaciones se fuerzan más allá de lo razonable. Bueno, pues ahí precisamente está la solución, en ver sus obras como una transgresión de los límites de la razón para embarcarnos en un viaje a la total enajenación de los protagonistas. De esta forma sí que he conseguido empaparme de la densa atmósfera de la narración y gozar con la lectura. Tenéis otras reseñas de este libro en el Sitio de Ciencia-ficción y els orfes del senyor Boix (en catalán).
Trilogia de la Terra Fragmentada - N.K. Jemisin
Hace 10 horas
4 comentarios:
Se nota que aprecias a Ballard. Le buscas el lado bueno.
el convincente gon: Cierto. Admito que si los parámetros base de la novela no son verosímiles me cuesta entrar en ella. Mi cabeza entra en resonancia todo el rato por las contradicciones y la lectura se me hace difícil. El esfuerzo para cambiar el chip con Ballard viene porque escribe muy bien y sus tendencia a poner de manifiesto el vacío existencial de la sociedad moderna me atrapa sin remedio.
Ballard es un poeta que se puso en lugar de un novelista, y desato una serie de novelas que como piedras caen encima y matan o asfixian. La resonancia de las imágenes que provee son exuberantes, dinámicas y maravillosas.
Todo su universo me es fascinante y, aunque sus novelas aveces resulten desasosegantes o inclusive fastidiosas, no se puede negar que en su prosa se encontrara una música imposible de hallar en otro autor. Esa especie de científico loco haciendo poesía extrema, es lo que me encanta de Ballard, y me pierdo en ello.
Esto de Africa igual no me pega mucho. Me gusta cuando habla de bombas atómicas cayendo sobre Disneylandia la noche de Navidad...cosas así.
@Azael Garcia: Gracias por tu comentario, se nota que a tí también te gusta Ballard. Yo sigo esperando como agua de mayo que Alianza Editorial publique esos dos volúmenes con sus cuentos completos que parece que no van a llegar nunca. No sé cuánto tardarán, pero me haré con ellos a la primera oportunidad que tenga.
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