El libro que comento hoy me lo recomendó insistentemente un amigo muy aficionado al género, así que tras pensarmelo durante algún tiempo y no del todo exento de dudas, me decidí a comprarlo sin tener más referencia que su incansable entusiasmo. Mi titubeo estaba en parte justificado: su anterior sugerencia había sido Pensad en Flebas, el gran descalabro de mi biblioteca en 2010. Afortunadamente, esta vez para mi gusto ha acertado de pleno.
Hyperion me ha hecho sentir como un niño de diez años que se enfrenta emocionado a una aventura en la que fantasía, acción, misterio y ciencia-ficción se reparten a partes iguales. Y lo digo no porque la trama sea pueril, sino porque ha sido capaz de despertar un asombro que yo creía ya perdido con los años. Sin entrar demasiado en detalle, tenemos siete extraños de orígenes muy dispares que se embarcan en una peregrinación común a las Tumbas del Tiempo, uno de los lugares sagrados de la misteriosa Iglesia de la Expiación Final. Dicha religión rinde culto al Alcaudón, un sanguinario y esquivo ser que habita en el planeta Hyperion. Durante el trayecto y con objeto de conocerse, todos narrarán los hechos que les han llevado a tomar parte en ese viaje, componiendo una serie de relatos según el modelo narrativo de algunas obras clásicas de la literatura universal, como Los Cuentos de Canterbury o el Decamerón. Todas las historias son tremendamente originales y adictivas, pero hay dos en particular que me han cautivado por completo. La primera, "El hombre que gritó Dios", tiene un aire terriblemente oscuro y siniestro. Gira en torno a los crucíformes, unos insólitos parásitos que parecen conceder la vida eterna a su huésped. La otra, "El río Leteo sabe amargo", nos cuenta la terrible historia de una arqueóloga que adquiere una extraña enfermedad mientras estudia las singularidades físicas de las Tumbas del Tiempo. Terminé de leer ambas con una increíble sensación de satisfacción por lo fascinantes que me resultaron
He tenido sin embargo algunas molestias menores con el texto. Las constantes referencias a personajes, situaciones y anécdotas del siglo XX me parecen forzadas, más aún si tenemos en cuenta que la acción transcurre en el S. XXVIII. Por un lado la humanidad se ha expandido por casi toda la galaxia, dando lugar a la así denominada Hegemonía, diezmando recursos y aniquilando toda competencia posible a su paso; por otro las Inteligencias Artificiales que situadas en la omnipresente esfera de datos denominada TecnoNúcleo, coexisten en aparente armonía con el ser humano, al cual han proporcionado, entre otras maravillas, la tecnología necesaria para crear portales de teletransporte; hay una raza espacial evolucionada de la terrestre, los Éxters, que supuestamente representan una amenaza al equilibro de Hegemonía y TecnoNúcleo. En definitiva, todo tan avanzado, tantísimas novedades en todos los aspectos humanos y científicos, ¿y aún hay quien en una conversación puede mencionar a Ovidio, Keats o El Mago de Oz? En mi opinión, este tipo de alusiones son difícilmente creíbles en ese contexto tan futuro, lo cual no es óbice para que a partir de hoy yo también recomiende el libro con el mayor ahínco posible.
El volumen Los Cantos de Hyperion que ilustra este post incluye las dos primeras novelas de la saga homónima de Dan Simmons: Hyperion (1989) y La Caída de Hyperion (1990). Voy a aparcarlo de momento para ir variando temáticas, que por muy bueno que me haya parecido, mis intereses son muy amplios y todos ellos necesitan satisfacción.
Las reseñas de esta novela son positivas en su mayoría. Tenemos cinco aciertos de seis opiniones en El Sitio de Ciencia-Ficción, y también muy buenas palabras en El Kraken o La Segunda Revelación. No obstante, en el extinto Cementerio de Lunáticos la consideran una mala experiencia.
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
Hace 3 horas
2 comentarios:
A mí también me lo habían recomendado mucho y esperaba a ver tu opinión. Ya veo que no puedo perdérmelo.
@Palimp: Estoy convencido de que te va a gustar. Las reseñas de la segunda parte también son muy buenas. ¡Vivan los programas dobles!
Publicar un comentario