
Un dia encontré un libro de segunda mano de
Javier Marías, y como tantas veces hago sin tener ni idea de en qué berenjenal me estoy metiendo, lo compré por la curiosidad de leer algo suyo y comprobar de primera mano si su valía como escritor está a la altura de su fama. Así que me enfrenté a
Corazón tan Blanco desde el más absoluto desconocimiento su obra; ahora bien, una vez terminado puedo decir sin vergüenza alguna que su estilo no me gusta lo más mínimo, aunque visto el volumen de ventas de sus novelas debo de ser de los pocos que opinan así.
No es que
Corazón tan Blanco no tenga una trama medianamente interesante, no es eso. Admito que sentía curiosidad por saber qué iba a ocurrir con el matrimonio de
Juan (el narrador y protagonista) y
Luísa, ambos traductores e interpretes de alto nivel. Quería saber del pasado oscuro de
Ranz, el padre de
Juan, que con anterioridad estuvo casado con otras dos mujeres, una de las cuales fue la hermana de la madre de
Juan, y cuyo matrimonio acabó abruptamente con el suicidio de aquélla pocas semanas después de la boda. También me ha parecido muy original y adictiva la subtrama de los ligues y
affaires sexuales de
Berta, una amiga de
Juan que vive en Nueva York y con quien se aloja cuando él acude a las Naciones Unidas de refuerzo temporal. En realidad lo que me ha molestado de
Marías no es el argumento y todo el trasfondo filosófico que relaciona a la lengua hablada con el conocimiento y la realidad que percibimos, sino más bien sus recursos y peculiaridades narrativas.
Marías repite frases constantemente, a veces incluso se atreve con párrafos enteros. Esta técnica me ha recordado levemente a
Thomas Bernhard, pero lo que en el austriaco tiene sentido debido a que es una forma casi terapéutica de desahacerse de su traumático pasado, en
Marías queda como una broma pseudopoética sin gracia. Luego están las frases explicativas, que este autor emplea hasta el agotamiento. Las aclaraciones entre paréntesis no fallan prácticamente en ninguna página del libro: tres, cuatro, cinco, demasiadas en cualquier caso porque tratan al lector condescendientemente, como si no fuese suficientemente inteligente para seguirle y por eso el escritor se ve obligado a clarificar temas a cada poco. Luego hay otras características menores de índole sintáctico que me han resultado muy cansinas, como por ejemplo el uso de la construcción
"tanto... cuanto", que surge a cada poco como para elevar el tono culto del relato, efecto que también parece buscar a través de los constantes paralelismos que establece con algunos pasajes de
Macbeth ya desde el título, extraído igualmente de la tragedia de
Shakespeare.
Reconozco que visto así, no parece que estos pocos factores sean de la importancia suficiente como para provocar tanto rechazo, pero el hecho es que repetidos una y otra vez, a mi me han parecido agotadores y pedantes, con lo que aquí pongo el punto final al tiempo que he dedicado a este escritor. Creo que ni su cuenta corriente ni su prestigio notarán mi falta.
Las reseñas de la blogosfera, cómo no, son todo lo contrario a mis impresiones. Véase si no
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