
El análisis implacable de la conducta ser humano está presente de nuevo a lo largo y ancho de todo el relato. Dada su delicada salud y forma de ser, Bernhard se centra sobre todo en sus vilezas, a veces como espectador y en muchas otras ocasiones como actor que las sufre en sus carnes, pero también es cierto que hay numerosos ejemplos de la nobleza que ocasionalmente va encontrando aún en los lugares más inhóspitos. A pesar de su desdichada situación, deteriorada por un mal diagnóstico de los responsables de Grafenhof, empeorada por nefastos profesionales médicos que le aplican incorrectamente nuevos tratamientos y agravada por la muerte de su madre por cáncer (enfermedad que le fue diagnosticada demasiado tarde), Bernhard decide luchar contra el trágico destino que todos suponen ya irremediable. Harto de tratamientos y de envenenar su cuerpo con medicamentos de dudosa efectividad, consigue sutilmente que se los retiren ya que advierte que solo él puede ser el artífice de su mejoría. Como bien cita el propio autor a modo de prefacio del libro:
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