Día de los Muertos de 1938 en Quauhnáhuac (Cuernavaca), México. El ex-cónsul británico de la ciudad, Geoffrey Firmin, vuelve a casa muy de mañana después de haber pasado toda la noche en un baile benéfico. Se encuentra entonces por sorpresa con su ex-mujer, Yvonne Firmin, quien ha vuelto a la ciudad. Se divorciaron hace un año pero ella le sigue amando, así que ha decidido intentar salvar la relación. El ex-cónsul tiene un largo historial de borracheras, y a pesar de que muestra claros signos de estar bebido, continúa buscando alcohol para no parar. Un poco más entrado el día su hermanastro Hugh, periodista y simpatizante del comunismo, regresa también de un reciente viaje a México D.F. Entre ellos tres, Jacques Laruelle, amigo de la infancia de Geoff, y el doctor Vigil, se desarrollará una enrevesada jornada repleta de reconres y sinsentidos, esto último producto principalmente del alcoholismo del ex-cónsul.
Bajo el volcán es uno de esos clásicos que según de las referencias que he ido viendo aquí y allá, tenía que caer entre mis lecturas tarde o temprano. Alcoholismo, autodestrucción y ese descenso a los infiernos que se menciona por doquier eran garantía de éxito, ya que son temas que encajan al 100% en mis gustos. Pero por desgracia no ha sido así. Me he encontrado con una novela densa, espesa, viscosa, con una prosa sobrecargada, enrevesada y confusa que ha propiciado que terminarla se transforme en una forma refinada de tortura.
Podría pensarse que se ha escrito así intencionadamente para transmitir los efectos del confusión mental que el alcoholismo provoca en los personajes (Geoff a la cabeza), que se atiborran de whisky, tequila o mezcal durante toda la narración. Pero no es el caso, no durante la mayor parte del tiempo al menos. Es verdad que Malcolm Lowry usa algunas técnicas que sí transmiten muy bien esa incoherencia del discurso propia de los beodos, por ejemplo con repeticiones de frases o vacilaciones al hablar. Pero eso ocurre en contadas ocasiones y surte el efecto buscado en el lector, así que por ahí nada que protestar. Ahora bien, el resto de incongruencias no se pueden justificar como los desvaríos de un borracho.
Lowry emplea frases interminables, párrafos enteros que partiendo de una idea simple, componen una explicación kilométrica a base de subordinadas de relativo, yuxtaposiciones y enumeraciones que se ramifican con nuevas ideas sin descanso ni concierto. Llegado un momento, se pierde la referencia inicial sobre la que partían sus disquisiciones. Esto me ha forzado a volver hacia atrás en el texto en numerosísimas ocasiones. A veces, al disponer de estos comentarios irrelevantes entre paréntesis, resulta fácil retomar el hilo (y cuando digo irrelevantes me refiero por ejemplo a descripciones de flora y fauna local, algo que abunda hasta la extenuación). Otras veces, cuando solo hay comas, encontrar el origen de la frase que ha generado esa verborrea se transforma en una tarea extremadamente complicada. Tanto que a medida que caían los capítulos fui perdiendo en interés en hacerlo.
Es evidente por otro lado que hay una fuerte intención simbólica en el texto. Los dos volcanes entre los cuales se situa la ciudad y dominan el paisaje; un indio que aparece en varias ocasiones montado en un caballo con el número siete marcado en la grupa, el cual desencadenará el desenlace; el día del año en que transcurre la acción; la exhuberancia de la flora como idea del paraíso. No lo pongo en duda, sin embargo según lo he sentido yo, estos elementos no hacen el texto ni más interesante ni más (y esto es importante) soportable. Nunca he estado muy a favor de los simbolismos, que creo que hay que manejar con un cuidado extremo para que tengan su razón de ser. Y en esta ocasión también me han resultado muy cansinos y aburridos, una excusa para ver más allá de lo que hay.
A estas alturas puede que haya quien se pregunte por qué te terminado el libro, máxime si ya desde el capítulo segundo tenía bastante claro que no iba a sacar gran provecho. Pues bien, ha sido una mezcla entre incredulidad y presión social. Me he forzado a seguir dándole una oportunidad porque como he dicho antes, las historias de autodestrucción están entre mis favoritas. Y si en todos los medios y blogs hablan marvillas de esta novela, no podía dejarla a la primera decepción. Era necesario buscar esa excepcionalidad en cada nuevo capítulo, por más que no hubiera encontrado nada ni remotamente parecido en los anteriores. También es verdad que algunos aspectos sociales e históricos que recoge en el texto me han ayudado a seguir: la Guerra Civil Española, el auge de los fascismos en Europa, el racismo y los abusos a los pueblos nativos de México. Además, en un par de ocasiones se evocan historias centradas en Jacques Laruelle y Hugh Firmin que encajan en el formato de 'cuentos dentro de un cuento'; no tienen relación ni importancia ninguna con la trama principal, al margen de estar protagonizadas por dos personajes comunes, pero reconozco que me resultaron entretenidas e incluso divertidas, aliviando momentáneamente la pesadez general del libro.
En definitiva, un fracaso estrepitoso en todos los términos. Sólo el capítulo final sirve para redimir un poco una lectura tan insoportable. En el cierre he percibido por fin algo de esa grandiosidad que se supone contiene. De hecho me ha recordado a un verdadero clásico que describe con precisión y elegancia la degeneración a la que conduce el alcoholismo: Días de vino y rosas (Blake Edwards, 1962). Lástima que para llegar a ese desenlace haya que soportar el resto de la novela.
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
Hace 3 horas
4 comentarios:
Hola, Cities. La tengo en casa y la empecé hace unos años, pero fue ese estilo tan innecesariamente denso lo que me hizo abandonarla. Simplemente, pasaba páginas y me sentía idiota por no entender absolutamente nada de lo que estaba pasando. Vamos, que si no llega a ser por tu reseña ni sé que se ambienta en México. Cuarenta páginas estuve perdiendo el tiempo.
Hola:
Pues yo, quizá porque la leí hace tiempo, la recuerdo como todo lo contrario: una lectura absorbente, un tour de force narrativo y una novela que expresaba, quizá mejor que ninguna otra, lo que es la dependencia del alcohol.
Ya digo que fue hace tiempo y tal vez una relectura me decepcionaría, pero hasta ahora para mí ha supuesto uno de mis grandes momentos como lector...
La he releído hace unos meses y me ha absorbido, no tanto como la primera vez que la leí hace más de cuarenta años en una sola noche y bajo el efecto de una anfetamina, cuando se podían comprar libremente en las farmacias. El texto es complejo pero capta al lector con intensidad. Me identifiqué perfectamente con las digresiones del cónsul y su proceso alcohólico. Me entusiasma este texto. El final no por menos previsible es extraordinario.
@Lucas Despadas,
@Juan G.B.,
@Joselu: La verdad es que no puedo decir mucho más sobre el libro de lo que ya he comentado en la reseña. Es evidente que no he conectado con el estilo de Lowry por más que el tema de fondo sea uno de mis favoritos. Yo esperaba que los doce capítulos tuvieran la intensidad del capitulo final. No ha sido así, al menos desde mi enfoque. Tiempo perdido para mí, pero bueno es un riesgo que se corre siempre que se abren las páginas de un libro. Gracias a los tres por pasaros y comentar.
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