Tres mil y pico años en el futuro hay una solución muy sencilla al problema de superpoblación que experimenta la Tierra. Cada persona está autorizada a vivir un solo día de la semana y el resto, se petrifica en un proceso que la mantiene en un estado de suspensión reversible del que saldrá pasados seis días. La vivienda tampoco es problema, ya que son compartidas por hasta siete familias, parejas o individos diferentes, que evidentemente van a disfrutar de ella un solo día a a semana. Sin embargo existe un nuevo tipo de delincuente, los denominados quebrantadías. Se trata de personas que eluden deliberadamente el proceso de petrificación que se produce al final de la jornada, y de esa manera pueden vivir con el transcurso natural de los días. Además del proceso de petrificación reversible de los organismos vivos, se ha descubierto una técnica que detiene el envejecimiento. Ésta sin embargo permanece en secreto y es utilizada únicamente por un grupo secreto elitista cuyos integrantes se denominan immers. El objetivo principal de su agenda es el derrocamiento de los gobiernos, ya que consideran que su deriva autoritaria y todas las estrategias de control y vigilancia que tienen establecidas suponen la eliminación práctica de las libertades del individuo.
Mundo de día es una novela de ciencia-ficción con un transfondo de aventuras y vagamente noir que parte de unas premisas muy originales. De hecho, antes de conocer su existencia, yo había fantaseado con puntos de partida similiares y me había preguntado cómo a nadie se le había ocurrido algo así. Pues mira por dónde, sí que se le había ocurrido a alguien, nada más y nada menos que al famoso e infame Philip J. Farmer. Por desgracia, al margen de esta idea tan ingeniosa, la novela no tiene mucho que rascar. Ahora mismo voy a explicar el porqué.
La trama gira en torno a Jeff Caird, un agente de policía que vive los martes, pero que además es immer y quebrantadías. Por tanto su existencia se expande a lo largo de los siete días de la semana, aunque se ve obligado a vivir bajo diferentes identidades para eludir el control estatal. La acción se dispara debido a un científico immer enloquecido que ha escapado de un centro de reclusión y amenaza con matarlo, ya que fue Caird quien le arrestó. A mi esto ya empezó a parecerme un poco insostenible, como sacado de un episodio de los Looney Tunes. Por no decir que encaja muy mal en la idea que yo tengo de sociedad supersecreta y todopoderosa. Pero es que además, se descubre otro pastelazo cuando las autoridades hallan un monigote hinchable (tal cual), en el cilindro petrificador que corresponde a alguna de sus siete personalidades. Súmale a todo esto la descripción y trivialidades de sus siete vidas (su esposa del martes, la del miércoles, el matrimonio múltiple del jueves... agotador y sin interés para la acción), un nuevo caso que tiene asignado (detener a un quebrantadías judío ortodoxo), una agente de policía que se desplaza también horizontalmente a lo largo de la semana tras no se sabe bien de quién ni por qué (todo muy secreto), páginas y páginas de persecuciones y correrías por las calles o el subsuelo... En fin, lo que viene a ser dar bandazos sin orden ni concierto e improvisando para salir de cada berenjenal en que se mete. Tampoco voy a hacerme el sorprendido, es marca de la casa Farmer.
Lo único que me ha parecido bien orquestado son todas las trabas administrativas y burocráticas que supone que los representantes de los diferentes poderes estatales (ejecutivo, administrativo, judicial), se vean también confinados a vivir un solo día de la semana. A efectos prácticos, esto supone que se vive en siete mundos diferentes, uno por día, que apenas están interconectados por los únicos hechos comunes a todos ellos: los delincuentes quebrantadías. Pero vamos, que estamos ante una novela súper estúpida resultado de meter en un saco demasiadas ideas sin conexión ninguna, agitarlas y escribir según recuperamos trozos.
John Tresch. La razón de la oscuridad de la noche
Hace 22 minutos
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