Estamos a finales de los 1980s. Elías Wentik es un bioquímico británico que trabaja para el Pentágono en un complejo secreto estadounidense situado bajo el hielo de la Antártida. Está desarrollando una droga que acelera ciertos procesos cerebrales. Un día aparecen un par de individuos que dicen trabajar para el gobierno norteamericano, quienes le piden que los acompañe a Planalto, en el Mato Grosso, Brasil, debido a cuestiones de seguridad nacional que se aclararán posteriormente. Cuando están a punto de llegar a su destino le revelarán que en esa zona existe una discontinuidad temporal unidireccional, de tal forma que traslada a doscientos años en el futuro a quienes la atraviesan sin que haya posibilidad de regresar. Una vez la haya cruzado, Wentik empezará a sospechar que su presencia en dicha época está relacionada precisamente con el trabajo que estaba desarrollando en las instalaciones del continente helado.
Christopher Priest no se lo pone muy fácil al lector en la que fue su primera novela, fechada en 1970. Dividida en tres partes, solo al final de la segunda se empiezan a aclarar todos los acontecimientos que ocurren en esa zona brasileña ubicada en el futuro, donde el protagonista ha quedado aislado junto con sus acompañantes. Nos pasaremos más de la mitad del libro siguiendo a Wentik en su exploración de la zona, experimentando su misma desubicación y angustia ante el errático y desquiciado comportamiento de quienes están atrapados con él. La extraña cárcel en desuso en que se instalan, junto con otros edificios y estructuras localizadas en sus proximidades, no harán sino aumentar su ansiedad, ya que las construcciones parecen desafiar las normas arquitectónicas más básicas.
La acción parece fruto de algún estado alterado de conciencia, un desmadre muy típicamente New Wave que el propio lector sufrirá en sus carnes a través del protagonista. Este desarrollo inconexo, opaco, plagado de hechos inexplicables y repleto de actos irracionales que guían la trama -aunque por momentos lleguemos a dudar de que exista como tal-, ayuda a crear un cierto desasosiego que por lo menos a mí, me ha resultado muy estimulante. Como adelantaba en el párrafo anterior, al final de la segunda parte se empiezan a explicar los porqués, y hay que reconocer que Priest consigue resolverlo muy coherentemente. En cierta manera hasta resulta molesto que lo haya cerrado de una forma tan brillante. No solo por haber dado sentido a lo que parecía un misterio irresoluble y que resultaba delicioso saborear, sino porque la historia tiene un final bastante amargo, que consigue dejar todavía mejor gusto en el paladar. El libro incluye una nota del autor a modo de epílogo. En ella el escritor británico nos explica que estamos ante una novela compuesta de dos relatos cortos ('The Interrogator' y 'The Maze'), que debido al interés que mostró un editor, le sirvieron de base para completar Indoctrinario.
Manuel Puig. Pubis angelical.
Hace 2 horas
3 comentarios:
Lástima que esas ediciones de NEBULAE sean tan grimosas de leer
Yo lei Un mundo invertido, y es también notable como logra una solución de lo más elegante para un problema misterioso.
@el convincente gon: Pues a mí esas cubiertas como resbalosas y alumínicas me encantan. No me extrañaría que en unos años se descubra que los pigmentos que usan para darle ese toque metalico son neurotóxicos. Al margen de esas características táctiles tan fuera de lo convencional, es verdad que el formato libro de bolsillo es en general bastante molesto.
@ericz: Igual es marca de la casa, como es la primera novela suya que leo no puedo asegurarlo. Aunque pensando en El truco final/The Prestige, que está basada en una novela suya, yo diría que en efecto Priest se trabaja muy buenos finales. Tomo buena nota de esta otra novela que comentas. Gracias por pasarte por aquí.
Publicar un comentario