Sin profundizar demasiado y por dar una idea rápida y general de esta novela, se podría decir que La velocidad de la oscuridad es una versión de Flores para Algernon actualizada al siglo XXI. Aunque la acción transcurre en un futuro muy próximo sin concretar, el tono global del texto se alinea con el tratamiento contemporáneo que se da a las personas que sufren algún tipo discapacidad intelectual: una integración en la sociedad adecuada a sus limitaciones. El protagonista es un hombre adulto con autismo que trabaja en una empresa farmacéutica, en un departamento donde solo trabajan personas autistas en algún tema relacionado con la detección de patrones en grandes conjuntos de datos. El conflicto surge porque se ha descubierto un tratamiento que puede ser efectivo para curar este trastorno en los adultos que aún lo sufren, ya que desde hace algún tiempo los niños que nacen con esta enfermedad pueden tratarse precozmente con éxito. Y por razones bastante oscuras e interesadas, un directivo con muy pocos escrúpulos pretende obligar a todo este departamento a someterse a él.
Desde un punto de vista narrativo el libro es muy correcto. Tiene su trama principal, algunas subtramas que permiten crecer emocionalmente al protagonista, guiar sus decisiones, etc. Ahora bien, debido a la simpleza y poca profundidad de lo que se narra, todo tan lineal y explicado hasta el más mínimo detalle, tiene un aire a bestseller que no juega a su favor. Elizabeth Moon tiene un hijo autista, así que resulta fácil entender por qué el personaje principal está tan bien caracterizado. No obstante la autora explota hasta la saciedad las características más conocidas de este trastorno, que de una manera u otra están presentes en todo momento en el texto: una inteligencia lógico-matemática por encima de la media, las grandes dificultades para socializar, sus limitaciones en comunicación verbal, los tics nerviosos, etc.
El libro resulta fácil de leer pero es bastante intrascendente. Se apoya demasiado en la trama corporativa para guiar el desarrollo, y lo cierto es que no tiene demasiados visos de verosimilitud. Desde mi punto de vista quizás lo peor de todo sea el tono benvolente y optimista que rezuma la historia. Resulta muy positivo que como sociedad hayamos avanzado para tratar con todo respeto a cualquier persona y grupo; que como colectividad nos organicemos y pongamos los recursos necesarios para ayudar a la integración de quienes más problemas tienen. Esta aclaración es bastante innecesaria, pero dicha queda. De todas formas desde el punto de la ficción, resulta mucho menos intersante enfrentarse a buenas que a las peores intenciones. Por eso la novela de Daniel Keyes ha trascendido al público general al margen de la ciencia-ficción y ésta dudo mucho que lo haga a pesar de que también ha sido premiada con un Nebula.
Manuel Puig. Pubis angelical.
Hace 3 horas
2 comentarios:
Flores para Algernon: una de las pocas novelas que me han hecho llorar a lágrima viva.
@el convincente gon: Yo no recuerdo que me hiciera llorar, aunque es muy posible que lo hiciera en algún momento porque soy de lágrima fácil. Eso sí, serían sin duda lágrimas de rabia e indignación.
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