Empecemos la reseña por el que según mi percepción es el rasgo más significativo de Hacedor de estrellas: no es una novela, sino más bien de una suerte de ensayo especulativo en que Olaf Stapledon construye una cosmogonía de marcado trasfondo filosófico. Para ello parte de una importante base científica (astronomía, física, geología, etc.), pero le suma una gran componente de ciencia-ficción/fantasía (telepatía, viajes astrales, etc.). Haciendo uso de una imaginación incontenible, el autor británico desplegará un inagotable torrente de ideas para exponer el origen del cosmos, la evolución del mismo y su posible final. En el camino detallará otros planetas y sus habitantes, otros sistemas solares y estrellas, otras galaxias e incluso, en un movimiento muy atrevido que yo para nada esperaba en una obra que data de 1937, otros universos. La importancia de libro es tal que que grandes nombres de la ciencia-ficción beben directamente de él. No hay que analizarlo demasiado profundamente para ver la semilla de esta obra en reconocidos títulos de Isaac Asimov o Stanisław Lem, por citar un par de ejemplos.
No le voy a quitar el mérito a este trabajo tan exhaustivo. Pero es que de tan exhaustivo resulta muy pesado de leer. Mucho. La pluma de Stapledon no tiene capacidad de frenada en su deambular por el espacio sideral. De ahí que nos describa decenas y decenas de seres inteligentes que habitan otros tantos planetas. Y otros tantos sistemas solares e imperios galácticos. Y ya puestos, ¡universos! Uno, dos, tres, cuatro. Al principio hace gracia y piensas, ¡qué portento de imaginación! Pero como siempre hay alguna curiosidad digna de mención, a continuación viene otro, y otro más, y todavía uno más, a pesar de que ya llevamos más de veinte. A pesar de que ninguno en particular aporta nada que influya en el resto de sus elucubraciones sobre el universo. Lo que soy yo, he terminado cansándome bien pronto. Que conste que no tengo nada en contra de una imaginación desbordada siempre y cuando tenga un objetivo a nivel narrativo. Yo aquí aplicaría la máxima de "si lo puedes eliminar sin que el resultado final se vea afectado, hay que eliminarlo".
Luego está el factor antropocentrismo. El autor británico no pone en duda que puedan existir otras formas de vida inteligente en el vastísimo cosmos, pero la vara de medida de todas ellas es el ser humano. No solo a nivel fisiológico, sino también en cuanto a organización social. En lo primero todos son más o menos antropomórficos y/o comparten caracterísiticas con el Homo sapiens (hasta los hombre-planta y unos extraños seres-barco velero, no digo más). En lo segundo siempre nos muestra especies gregarias con individuos que o bien son beligerantes y violentos (los más), o bien pacíficos y conciliadores (los menos). Y no contento con ello, los dividen en clases sociales, con una clase dominante y una clase obrera. Revoluciones industriales, medios de transporte, sistemas de construcción, ¡todo se basa en lo que hemos crado en la Tierra! En su descargo, el propio autor reconoce varias veces a lo largo del texto que el propio lenguaje humano impone limitaciones para describir las exoespecies, sus formas de vida y sus entornos. Y razón no le falta.
El tono del texto es muy pesimista, algo que no es de extrañar viendo la fecha de su publicación, con el nazismo y el fascismo en pleno auge en Europa. Pero proyectar sobre todo el cosmos las miserias propias de la humanidad a mí me parece restringir bastante las posibilidades del universo (o universos) infinito (o casi). En definitiva, una tortura que me ha costado terminar dios y ayuda (hacerdor de estrellas y ayuda más bien). Y conste que si he llegado al final ha sido a base de leer en diagonal párrafos y párrafos sobre mentes comunales de seres insectoides o cardúmenes de pajaroides, telépatas simbióticos marinos, obras de ingeniería estelar, etc. etc.
Pedro Juan Gutiérrez: Anclado en tierra de nadie
Hace 2 horas
2 comentarios:
¡Qué alivio! Lo tuve mucho tiempo en mi pila de pendientes pero me deshice de él porque intuía que me iba a aburrir soberanamente. Ahora sé que hice bien.
Dime que El Señor de los Anillos también es cacorra, please.
@el convincente gon: Estoy contigo, ya solo el título suena pretencioso y promete causar agotamiento durante la lectura, de lo cual doy constancia de primera mano. Sobre 'El Señor de lo Anillos' me temo que no puedo dar una opinión personal más allá de que me encantó la trilogía de Peter Jackson, aunque desde lo de los caballos muertos en 'El Hobbit' he decidido no volver a pagar por ver nada suyo.
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