Al detective John Hartigan le falta una hora para jubilarse cuando lo arriesga todo para cumplir con su deber: salvar a Nancy Callahan, una niña de once años, y detener a un loco homicida hijo del corrupto y poderoso senador Roark.Esta es la tercera historia que leo de la serie Sin City y es la que más me ha gustado de todas. Frank Miller ha escrito un guión que a pesar de participar del maniqueísmo propio del género negro, resulta arrebatador por transmitir un mensaje de redención a través del sacrificio. Hartigan es el más honesto e incorruptible de los policías de Basin City, pero en un alarde de humildad provocado por el desamparo ante las fuerzas a que se enfrenta, no tendrá otra opción que la inmolación si quiere salvar a la chica. Lo habitual suele ser que al final el (anti)héroe protagonista resulte triunfante tras una serie de vicisitudes emocionales de menor o mayor calado y varios episodios de acción. Nunca me imaginaba que podía ser tan fácil conmover haciendo símplemente que el viejo detective aceptara su fracaso y su derrota. Porque eso sí, las vicisitudes emocionales (de menor o mayor calado) y los episodios de acción siguen apareciendo. Que por supuesto son parte del éxito de la narración.
Ahora bien, lo que ya no me ha gustado tanto son las graves inconsistencias del personaje principal. En efecto, más que un hombre, Hartigan es un semidiós. Yo estoy tan dispuesto como el que más a suspender la credulidad en una obra de ficción, pero cuando todos los personajes tiene un perfil realista excepto uno, la historia se vuelve frágil y no puedo terminar de disfrutar de la lectura. Una cosa es ser un tipo duro, otra muy distinta que te metan 6 balas de gran calibre (tres por las espalda, tres en el pecho) y sobrevivas. Sin chaleco antibalas y con un corazón delicado que acaba de provocarte un par de anginas de pecho. Y todo eso con 60 años de edad. Pero es que más de ocho años después, ya cerca de cumplir los 70, te cuelgan por el cuello de la lámpara de una habitación de motel y en lugar de desnucarte y asfixiarte, te balanceas como un péndulo, rompes una ventana con los pies, agarras con ellos un trozo de cristal que ha saltado y te las apañas para cortar la soga y escapar. Y la lámpara que resiste en el techo el bamboleo de una mole de ciento y pico kilos de peso. ¡Imposible, señores! ¡Acabados con esas calidades ya no se hacen! Frank, Frank, Frank, así no convences. No voy a negar que el resultado es entretenidísimo, de hecho ha sido lo primero que he dicho. Pero si pretendes crear un universo coherente, no puedes dotar al protagonista de características físicas humanas (vejez, enfermedad, decrepitud, etc.) y sin embargo hacer que se comporte como un superhombre. Y si lo hicieras, tendrías que enfrentarlo con un supervillano que le vaya a la par. Cosa que por supuesto, no has hecho.
En el apartado gráfico Miller sigue utilizando toneladas de tinta negra para dibujar las escenas en contraste. Aparece como novedad el uso de la tinta amarilla para caracterizar a uno de los personajes, consiguiendo un efecto de lo más repulsivo. Sigue mostrando una habilidad extraordinaria para delinear las escenas desde perspectivas imposibles, lo que le da mucho juego para coquetear con el op-art (alternancia blanco/negro, líneas, interferencias, repeticiones de elementos, etc.). Por cierto que los detalles de la ambientación de las viñetas también son dignos de mención: el motel mencionado en el párrafo anterior es un ejemplo perfecto de arquitectura retrofuturista de mediados del S. XX y decoración Mid-century modern. En definitiva, una obra totalmente recomendable a pesar de lo que para mí ha sido una clara inconsistencia en Hartigan. Tenéis más reseñas en Zona negativa (con un artículo completísimo y muy extenso), Los mejores cómics y Mis cómics.
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